– Llegaron a la conclusión -prosiguió don Juan-, de que es infinitamente más fácil destruir algo que construirlo y mantenerlo. Quitar la vida no es nada comparado con darla y alimentarla. Desde luego, los nuevos vidente se equivocaban en este respecto, pero a su debido tiempo corrigieron su error.
– ¿En qué estaban equivocados, don Juan?
– Es un error aislar cualquier cosa para verla. Al principio, los nuevos videntes hicieron exactamente lo opuesto de sus predecesores. Enfocaron con igual atención el otro lado de la tumbadora. Y lo que les pasó fue tan terrible como lo que le pasó a los antiguos videntes, o aún peor. Tuvieron muertes estúpidas, al igual que el hombre común y corriente. No tenían ni el misterio ni la malevolencia de los antiguos videntes, pero tampoco tenían la sed de la libertad de los videntes de hoy.
"Aquellos primeros nuevos videntes sirvieron a todo el mundo. Como enfocaban su ver en el acto de conferir la vida, estaban llenos de amor y bondad. Pero eso no impidió que la muerte los arrollara. Estaban rebozantes de amor, pero eran vulnerables al igual que los antiguos videntes, que estaban rebozantes de morbidez.
Dijo que resultaba inadmisible para los nuevos videntes de hoy en día quedarse desamparados después de una vida de disciplina y trabajo, al igual que aquéllos que nunca tuvieron propósito en sus vidas.
Don Juan dijo que, después de haber revisado y readoptado su tradición, los nuevos videntes se dieron cuenta de que el conocimiento que tenían los antiguos videntes acerca de la fuerza rodante era completo; en cierto momento llegaron a la conclusión de que, en efecto, existían dos aspectos diferentes de la misma fuerza. El aspecto tumbador se relaciona exclusivamente con la destrucción y la muerte. Por otra parte, el aspecto circular es lo que mantiene la vida, la conciencia, la realización y el propósito. Sin embargo, decidieron tratar exclusivamente con el aspecto destructor.
– Contemplando en grupos, los nuevos videntes pudieron ver la separación entre los dos aspectos -explicó-. Vieron que ambas fuerzas están fusionadas, pero que no son iguales. La fuerza circular nos llega justo antes de la fuerza tumbadora; están tan cerca una de la otra que parecen ser la misma.
"La razón por la cual se le llama la fuerza circular es que se presenta en anillos, delgadísimos aros de iridiscencia, realmente algo muy delicado. Y al igual que la fuerza tumbadora, la fuerza circular golpea ininterrumpidamente a todos los seres vivientes, pero con un propósito diferente. Los golpea para darles fuerza, dirección, conciencia; los golpea para darles vida.
"Lo que descubrieron los nuevos videntes es que en cada ser viviente el equilibrio de las dos fuerzas es muy delicado -continuó-. Si en cualquier momento dado un individuo siente que la fuerza tumbadora lo golpea con mayor fuerza que la circular, eso significa que el equilibrio está roto; a partir de entonces la fuerza tumbadora golpea más y más duro, hasta que rompe la abertura del ser viviente y lo hace morir.
Dijo que de lo que yo llamé bolas de fuego sale un aro iridiscente del tamaño exacto al de los seres vivientes, ya sean hombres, árboles, microbios o aliados.
– ¿Existen círculos de diferentes tamaños? -pregunté.
– No me tomes tan literalmente -protestó-. No existen círculos propiamente dichos, solamente una fuerza circular que le da a los videntes que la ensueñan una sensación de anillos. Y tampoco hay diferentes tamaños. Es una sola fuerza indivisible que se amolda a todos los seres vivientes, orgánicos e inorgánicos.
– ¿Por qué enfocaban el aspecto destructor los antiguos videntes? -pregunté.
– Porque creían que sus vidas dependían de que lo vieran -contestó-. Estaban seguros de que su ver iba a darles respuestas a preguntas tan viejas como el tiempo. Verás, pensaron que si desentrañaban los secretos de la fuerza rodante serían invulnerables e inmortales. Lo triste es que de una manera u otra, sí desentrañaron los secretos y sin embargo no fueron ni invulnerables ni inmortales.
"Los nuevos videntes lo cambiaron todo al darse cuenta de que mientras el hombre tenga capullo no hay manera de aspirar a la inmortalidad.
Don Juan explicó que, aparentemente, los antiguos videntes nunca se dieron cuenta de que el capullo humano es un receptáculo y que no puede sostener indefinidamente el embate de la fuerza rodante. A pesar de todo el conocimiento que acumularon, al final de cuentas acabaron quizá mucho peor que el hombre común y corriente.
– ¿De qué manera acabaron peor que el hombre común? -pregunté.
– Su tremendo conocimiento los obligó a creer que sus selecciones eran infalibles -dijo-. Así que escogieron vivir, a cualquier precio.
Don Juan me miró y sonrió. Con su pausa teatral me decía algo que yo no podía entender.
– Escogieron vivir -repitió-. Al igual como eligieron ser árboles para poder unificar mundos con esas grandes bandas casi inalcanzables.
– ¿Qué quiere usted decir con eso, don Juan?
– Quiero decir que, en vez de dejar que la fuerza rodante los llevara hasta el pico del Águila para ser devorados, la usaron para mover sus puntos de encaje a posiciones de ensueño inimaginables.
XV. LOS DESAFIANTES DE LA MUERTE
Llegué a la casa de Genaro como a las dos de la tarde. Don Juan y yo nos envolvimos en una conversación, y después don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia.
– Aquí estamos nuevamente los tres, igual como estábamos el día que fuimos a esa roca plana -dijo don Juan-. Y esta noche vamos a hacer otro viaje a esa área.
"Ahora sabes lo suficiente para llegar a conclusiones muy serias acerca de ese lugar y de sus efectos en la conciencia.
– ¿Qué es lo que vamos a hacer en ese lugar, don Juan?
– Esta noche te vas a enterar de unos asuntos tenebrosos que los antiguos videntes descubrieron acerca de la fuerza rodante; y vas a ver cómo es que los antiguos videntes eligieron vivir a cualquier precio.
Don Juan se volvió hacia Genaro, quien estaba a punto de quedarse dormido. Le dio un leve empujón.
– ¿No dirías tú, Genaro, que los antiguos videntes eran hombres terribles? -preguntó don Juan.
– Absolutamente -dijo Genaro con un tono cortante y luego pareció sucumbir a la fatiga.
Comenzó a cabecear. En un instante dormía profundamente, apoyando la cabeza sobre el pecho con el mentón metido. Roncaba.
Yo estaba a punto de soltar la risa, pero me di cuenta de que Genaro me miraba con fijeza, como si durmiera con los ojos abiertos.
– Eran hombres tan temibles que incluso desafiaron a la muerte -agregó Genaro entre ronquidos.
– ¿No tienes curiosidad por saber cómo desafiaron a la muerte esos hombres terribles? -me preguntó don Juan.
Parecía exhortarme a que le pidiera un ejemplo de lo temibles que eran. Hizo una pausa y me miró con un brillo de expectativa en los ojos.
– Espera usted que le pida un ejemplo, ¿verdad? -dije.
– Este es un momento grandioso -dijo sacudiéndome de los brazos y riéndose-. A estas alturas mi benefactor me tenía comiéndome las uñas de pura curiosidad. Le pedí que me diera un ejemplo, y lo hizo; ahora yo te voy a dar uno, aunque no me lo pidas.
– ¿Qué va usted a hacer? -pregunté, tan asustado que tenía el estómago hecho nudos y la voz entrecortada.