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Se rió de mí. Dijo que tarde o temprano tenía que curarme de mi locura, y que el tomar la iniciativa y enfrentar a esos cuatro videntes era infinitamente menos disparatado que la idea de que los veía. Dijo que para él, locura era estar frente a frente con hombres que estuvieron sepultados durante dos mil años y que seguían vivos, y no pensar que eso era el pináculo de lo absurdo.

Escuché con claridad todo lo que dijo, pero realmente no le prestaba atención. Estaba aterrado por los hombres que se movían alrededor de la roca. Parecían prepararse para saltarnos encima, en realidad, para saltar encima de mí. Estaban fijos en mí. Mi brazo derecho comenzó a temblar como si se viera afectado por algún desorden muscular. Note instantáneamente que había cambiado la luz en el cielo. No me di cuenta antes de que ya era de madrugada. Lo más extraño es que un impulso incontrolable me hizo incorporarme y correr hacia el grupo de hombres.

En ese momento tenía dos sensaciones completamente diferentes acerca del mismo evento. La menor era de terror puro. La otra, la mayor, era de indiferencia total. Nada me importaba en absoluto.

Cuando llegué hasta el grupo no me sorprendí de que don Juan tenía razón; no eran hombres en realidad. Sólo cuatro de ellos tenían alguna semejanza con los hombres, pero tampoco lo eran; eran extrañas criaturas con grandes ojos amarillos. Los otros eran simplemente formas impulsadas por los cuatro que parecían hombres.

Sentí una tristeza extraordinaria por aquellas criaturas con ojos amarillos. Traté de tocarlas, pero no pude hallarlas. Una especie de viento huracanado los arrebató.

Busqué a don Juan y a Genaro. No estaban ahí. Nuevamente todo estaba en completa oscuridad. Una y otra vez grité sus nombres. Durante algunos minutos me moví a ciegas en las tinieblas. La repentina llegada de don Juan me espantó. No vi a Genaro.

– Volvamos a casa -dijo-. El camino de vuelta es siempre más largo.

Don Juan comentó lo bien que me comporté en el sitio de los videntes sepultados, especialmente durante la última parte de nuestro encuentro con ellos. Dijo que un movimiento del punto de encaje se marca por un cambio en la luz. De día, la luz se convierte en tinieblas; de noche, la oscuridad se vuelve crepúsculo. Agregó que llevé a cabo dos cambios de por sí, con la sola ayuda del terror primitivo. Lo único que consideraba reprensible era que yo me entregara a mi miedo, especialmente después de darme cuenta de que un guerrero no tiene nada qué temer.

– ¿Cómo sabe usted que me di cuenta de eso? -pregunté.

– Porque rompiste la cadena y estabas libre. Cuando desaparece el miedo, todos los lazos que nos atan se disuelven -dijo-. Un aliado te agarraba el pie porque lo atrajo tu terror primitivo.

Le dije lo apenado que estaba por no haber podido sostener lo que ya había comprendido.

– No te preocupes por eso -dijo y se rió-. Sabes que esas comprensiones no valen mucho, no representan nada en la vida de los guerreros, porque quedan canceladas conforme se mueve el punto de encaje.

"Lo que Genaro y yo buscábamos era que te movieras en hondo. Esta vez, Genaro estuvo ahí simplemente para atraer a los antiguos videntes. Ya lo hizo una vez, y penetraste tan profundamente en el lado izquierdo que pasará un buen tiempo antes de que lo recuerdes. Esta noche tu terror fue tan intenso como en aquella ocasión en la que los videntes y sus aliados te persiguieron hasta este mismo cuarto. Pero en esa ocasión la firmeza de la primera atención no te permitió verlos, aunque estabas en la conciencia acrecentada.

– Explíqueme lo que pasó esta noche en el sitio de los videntes -pregunté.

– Los aliados salieron a verte -contestó-. Como tienen una energía muy baja, siempre necesitan la ayuda de los hombres. Los cuatro videntes han reunido a doce aliados.

"En México, el campo es peligroso, y también ciertas ciudades. Lo que te pasó a ti le puede pasar a cualquier hombre o mujer. Si se tropiezan con esa tumba, quizá incluso vean a los videntes y a sus aliados, si son lo suficientemente maleables como para dejar que su terror mueva sus puntos de encaje; pero una cosa es segura: pueden morir de miedo.

– ¿Pero sinceramente cree usted que esos videntes toltecas siguen vivos? -pregunté.

Se rió y movió la cabeza con incredulidad.

– Es hora de que muevas tu punto de encaje -dijo-. No puedo hablar contigo cuando estás en tu estado de idiotez acrecentada.

Me pegó en tres sitios con la palma de su mano: en la cresta de mi cía derecha, en el centro de mi espalda abajo de los omóplatos, y en la parte superior del músculo pectoral derecho.

De inmediato, empezaron a zumbarme los oídos. Un hilillo de sangre me brotó de la fosa nasal derecha, y dentro de mí, algo se destapó. Era como si algún flujo de energía hubiera estado bloqueado y de pronto volvía a correr.

– ¿Qué buscaban esos videntes y sus aliados? -pregunté.

– No buscaban nada -contestó-. Nosotros somos los que los buscábamos a ellos. Desde luego, los videntes ya notaron tu campo de energía la primera vez que los encontraste; cuando regresaste, estaban listos para darse un festín contigo.

– Usted afirma que están vivos, don Juan -dije-. Debe querer decir que están vivos como están vivos los aliados, ¿no es así?

– Así es, precisamente -dijo-. No es posible que estén vivos como lo estamos tú y yo. Eso sería ridículo.

Prosiguió, explicando que la preocupación de los antiguos videntes por la muerte los hizo investigar las más extrañas posibilidades. Sin duda alguna, aquéllos que optaron por el molde de los aliados tenían en mente el deseo de un refugio. Y lo encontraron, en una posición fija en una de las siete bandas de la conciencia inorgánica. Los videntes pensaron que allí estaban relativamente seguros. Después de todo, quedaban separados del mundo cotidiano por una barrera casi infranqueable, la barrera de la percepción establecida por el punto de encaje.

– Cuando los cuatro videntes vieron que podías mover tu punto de encaje, salieron huyendo como conejos asustados -dijo y se rió.

– ¿Quiere decir usted que yo alinié uno de los siete mundos? -pregunté.

– No, no lo hiciste -contestó-. Pero lo has hecho antes, cuando los videntes y sus aliados te persiguieron. Ese día fuiste de plano hasta su mundo. El problema es que te encanta comportarte como estúpido, y por eso no recuerdas nada.

"Estoy seguro -prosiguió-, de que es la presencia del nagual la que en ocasiones hace que la gente se porte tontamente. Cuando el nagual Julián aún andaba por aquí yo era más tonto de lo que soy ahora. Estoy convencido de que cuando yo ya no esté aquí, serás capaz de recordar todo.

Don Juan explicó que como necesitaba mostrarme a los desafiantes de la muerte, él y Genaro los atrajeron a los confines de nuestro mundo. Lo que me ocurrió al principio fue un cambio lateral hondo, que me permitió verlos como personas, pero al final, hice correctamente el movimiento que me permitió ver a los desafiantes de la muerte y a sus aliados como son.

Muy temprano a la mañana siguiente, ya en casa de Silvio Manuel, don Juan me llamó a la sala grande para discutir los eventos de la noche anterior. Me sentía agotado y quería descansar, dormir, pero don Juan estaba apurado. De inmediato, inició su explicación. Dijo que los antiguos videntes descubrieron una manera de utilizar a la fuerza rodante y de ser impulsados por ella. En vez de sucumbir ante los embates de la tumbadora cabalgaban en ella y dejaban que moviera sus puntos de encaje hasta los confines de las posibilidades humanas.

Don Juan expresó una admiración sin limites por un logro tal. Reconoció que nada más podría darle al punto de encaje el empujón que le da la tumbadora.