Выбрать главу

Le pregunté acerca de la diferencia entre el levantón de la tierra y el empujón de la tumbadora. Explicó que el levantón de la tierra es la fuerza del alineamiento Únicamente de las emanaciones ambarinas. Es un empujón que aumenta la conciencia de ser a grados imposibles de describir. Para los nuevos videntes es una descarga de conciencia ilimitada, que llaman la libertad total.

Dijo que, por otra parte, el empujón de la tumbadora es la fuerza de la muerte. Bajo el impacto de ella, el punto de encaje se mueve a posiciones nuevas, impredecibles. Por eso, en sus viajes, los antiguos videntes siempre andaban solos, aunque la empresa a la que estaban dedicados era siempre comunal. En sus viajes, la compañía de otros videntes era fortuita y generalmente significaba una lucha por la supremacía.

Le confesé a don Juan que, para mí, fuese lo que fuera, la preocupación de los antiguos videntes resultaba peor que los cuentos de terror más mórbidos. Se rió estrepitosamente. Parecía divertirse sin medida.

– Tienes que admitir, a pesar de todo lo que te disgustan, que esos demonios eran muy audaces -prosiguió-. Como sabes, a mi nunca me cayeron bien tampoco, pero no puedo dejar de admirarlos. Su amor a la vida rebasa mi comprensión.

– ¿Cómo puede ser eso amor a la vida, don Juan? Es algo nauseabundo -dije.

– ¿Qué otra cosa podría llevar a un hombre a esos extremos sino el amor a la vida? -preguntó-. Amaban a la vida tan intensamente que no estaban dispuestos a perderla. Así es como yo lo he visto. Mi benefactor vio otra cosa. Él pensaba que tenían miedo de morir, lo que no es lo mismo que amar la vida. Yo digo que no querían morir porque amaban la vida y porque habían visto maravillas, y no porque eran monstruos codiciosos. No. Estaban extraviados porque nadie los desafió jamás, eran caprichosos como niños malcriados, pero su osadía era impecable y también lo fue su valor.

"¿Te aventurarías tú en lo desconocido por codicia? De ninguna manera. La codicia sólo funciona en el mundo de los asuntos cotidianos. Para aventurarse en esa aterradora soledad uno debe tener algo superior a la codicia. Amor, uno necesita amor a la vida, a la intriga, al misterio. Uno necesita de curiosidad insaciable y de una montaña de agallas. Así que no me salgas con estas tonterías de que te hacen sentir nauseabundo. Yo que tú, estaría rojo de vergüenza.

Los ojos de don Juan brillaban con risa contenida. Me ponía en mi lugar, pero se reía de ello.

Por una hora quizá, don Juan me dejó sólo en el cuarto. Quería organizar mis pensamientos y mis sentimientos. No tenía manera de hacerlo. Sabía sin duda alguna que mi punto de encaje se encontraba en una posición en la que no prevalece el razonamiento, y sin embargo me impulsaban preocupaciones razonables. Don Juan dijo que, técnicamente, en cuanto se mueve el punto de encaje, estamos dormidos. Me preguntaba, por ejemplo, si desde el punto de vista de un espectador yo estaba dormido, así como yo había visto dormido a Genaro.

Le pregunté ésto a don Juan en cuanto regresó.

– Estás absolutamente dormido sin tener que estar acostado -contestó-. Si te vieran ahora personas que están en la conciencia normal, les parecería que estás un poco mareado, incluso borracho.

Explicó que durante el sueño normal, el movimiento del punto de encaje ocurre a lo largo de cualquier borde de la banda del hombre. Esos cambios siempre van unidos al sueño. Los cambios que se inducen mediante la práctica ocurren a lo largo de la sección media de la banda del hombre y no van aparejados con el sueño, aunque el ensoñador duerme.

– Fue precisamente en esta coyuntura que los nuevos y los antiguos videntes hicieron sus esfuerzos separados para conseguir poder, cada cual por su lado -prosiguió-. Los antiguos videntes querían una réplica del cuerpo, pero con mayor fuerza física, así que deslizaron sus puntos de encaje a lo largo del borde derecho de la banda del hombre. Mientras más profundo penetraban, más extraño se volvía su cuerpo de ensueño. Anoche tú mismo fuiste testigo del monstruoso resultado de un movimiento en hondo a lo largo del borde derecho.

Dijo que los nuevos videntes son completamente diferentes, que ellos mantienen sus puntos de encaje a lo largo de la sección media de la banda del hombre. Si el movimiento no es profundo, como por ejemplo el cambio a la conciencia acrecentada, el ensoñador es casi como cualquier otra persona en la calle, salvo por una ligera vulnerabilidad a las emociones, como el temor y la duda. Pero, a cierto grado de profundidad, el ensoñador que se mueve a lo largo de la sección media se convierte en una burbuja de luz. El cuerpo de ensueño de los nuevos videntes es una burbuja de luz.

Dijo también que un cuerpo de ensueño tan impersonal es más conducente al entendimiento y a la examinación, que son la base de todo lo que hacen los nuevos videntes. El cuerpo de ensueño intensamente humanizado de los antiguos videntes los llevó a buscar respuestas que eran igualmente personales, humanizadas.

De pronto, don Juan titubeó y pareció buscar ciertas palabras adecuadas.

– Existe otro desafiante de la muerte -dijo secamente-, tan diferente a los cuatro que viste, que resulta indistinguible del hombre común de la calle. Ha logrado esta hazaña única al ser capaz de abrir y de cerrar su abertura a voluntad.

Casi nerviosamente, jugó con los dedos.

– Ese desafiante de la muerte es el antiguo vidente que el nagual Sebastián encontró en 1723 -prosiguió-. Consideramos que en ese día principia nuestra línea, por segunda vez. Ese desafiante de la muerte, quien ha vivido en la tierra durante cientos de años, ha cambiado la vida de todos los naguales que conoció, algunas veces más profundamente que otras. Y desde ese día en 1723 ha conocido a cada uno de los naguales de nuestra línea.

Don Juan me miró con fijeza. Me sentí extrañamente avergonzado. Pensaba que mi vergüenza era resultado de un dilema. Tenía las más serias dudas respecto al contenido de su narración, y a la vez tenía la más desconcertante confianza de que todo lo que decía era verdad. Le expresé mi dilema.

– El problema de la incredulidad racional no es solamente tuyo -dijo-. Al principio mi benefactor se vio asediado por la misma pregunta. Desde luego, un día todo se le aclaró. Pero se tardó mucho tiempo en hacerlo. Cuando lo conocí ya había recordado todo, así que nunca fui testigo de sus dudas. Sólo oí hablar de ellas.

"Lo extraño de todo esto es que la gente jamás ha visto a ese hombre, como por ejemplo los otros videntes del grupo del nagual, jamás tienen dificultad para aceptar que él es uno de los videntes originales. Mi benefactor dijo que sus incertidumbres provenían del hecho de que la impresión de conocer a una criatura así había amasado cierto número de emanaciones. Se requiere de tiempo para que esas emanaciones se separen.

Don Juan explicó luego que conforme siguiera moviéndose mi punto de encaje, llegaría un momento en que se encendería la combinación adecuada de emanaciones; en ese momento, la prueba de la existencia de ese hombre sería evidente para mí.

Me sentí obligado a hablar nuevamente acerca de mi ambivalencia.

– Nos estamos desviando de nuestro tema -dijo-. Quizá parezca que estoy tratando de convencerte de la existencia de ese señor; y lo que quería decir era que ese antiguo vidente sabe cómo manejar la fuerza rodante. Si crees o no crees que él existe no tiene ninguna importancia. Algún día reconocerás como hecho que efectivamente logró cerrar su abertura. La energía que toma prestada de cada generación de naguales, la usa exclusivamente para cerrar su abertura.

– ¿Cómo logra cerrarla? -pregunté.

– No hay manera de saberlo -contestó-. He hablado con otros dos naguales que vieron a ese hombre cara a cara, el nagual Julián y el nagual Elías. Ninguno sabía cómo lo hizo. El hombre jamás revela cómo cierra esa abertura, que yo supongo comienza a expanderse después de un tiempo. El nagual Sebastián dijo que cuando vio al antiguo vidente por primera vez, el hombre estaba muy débil, de hecho, se estaba muriendo. Pero todos los otros naguales lo encontraron haciendo vigorosas cabriolas, como un jovenzuelo.