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Don Juan declaró que un desplazamiento del punto de encaje más allá de la línea media del capullo del hombre hace que el mundo que percibimos y conocemos desaparezca. de vista en un instante, como si lo hubieran borrado, porque la estabilidad, la sustancialidad que parece pertenecer a nuestro mundo perceptible es simplemente la fuerza del alineamiento. Ciertas emanaciones se alinean rutinariamente debido a la fijeza del punto de encaje en un sitio específico; eso es todo lo que es nuestro mundo.

– La solidez del mundo no es el espejismo -prosiguió-, el espejismo es la fijeza del punto de encaje en cualquier sitio. Cuando los videntes mueven sus puntos de encaje no confrontan una ilusión, enfrontan otro mundo; ese mundo nuevo es tan real como el que ahora contemplamos, pero la nueva fijeza de sus puntos de encaje en el nuevo sitio, que produce ese nuevo mundo, es un espejismo en igual medida en que lo es la fijeza en el sitio cotidiano.

"Considérate a ti mismo, por ejemplo; ahora estás en un estado de conciencia acrecentada. Todo lo que haces y ves en un estado así no es una ilusión; es tan real como el mundo que enfrentarás mañana en tu vida diaria, y sin embargo, mañana, no existirá el mundo del que ahora eres testigo. Sólo existe cuando tu punto de encaje se mueve al sitio específico en el que estás ahora.

Agregó que, una vez terminado su entrenamiento, la tarea que enfrentan los guerreros es una tarea de integración. En el curso de su entrenamiento, los guerreros, y especialmente los hombres naguales se ven instados a mover sus puntos de encaje a tantos sitios como sea posible. A medida que los recuerdan los integran en un todo coherente.

– Por ejemplo, si movieras tu punto de encaje a una posición específica, recordarías quién es esa joven -prosiguió con una extraña sonrisa-. Tu punto de encaje ha estado en ese sitio cientos de veces. Integrarlo debería ser la cosa más fácil para ti.

Como si mis recuerdos dependieran de su sugerencia, comencé a tener vagas memorias, sentimientos inacabados. Parecía atraerme una sensación de afecto ilimitado; una fragancia extremadamente agradable permeó el aire, justo como si alguien se hubiera acercado a mí por detrás y me hubiera vertido encima ese perfume. Incluso volví la cabeza para ver si alguien estaba allí. Y entonces recordé. ¡Era Carol, la mujer nagual! Acababa de estar con ella el día anterior. ¿Cómo era posible haberla olvidado?

Viví un momento indescriptible en el que corrieron por mi mente todos los sentimientos de mi repertorio sicológico. Me preguntaba a mí mismo si era posible que hubiera despertado en su casa en Tucson, en los Estados Unidos, a tres mil doscientos kilómetros de distancia. Y me azoraba la certeza de que cada una de las instancias de la conciencia acrecentada son tan aisladas que quizá jamás podría recordarlas.

Don Juan se acercó a mi y me puso el brazo sobre el hombro. Dijo que sabía exactamente lo que yo sentía. Su benefactor lo había hecho vivir una experiencia parecida. Y su benefactor trató de hacer con él exactamente lo que él ahora hacía conmigo: tranquilizar con palabras. Había apreciado el esfuerzo y el buen deseo de su benefactor, pero, como ahora, había dudado entonces que hubiera alguna manera de tranquilizar a quienquiera que ha efectuado el viaje del cuerpo de ensueño.

No existía más duda en mi mente. Algo en mí recorrió la distancia entre las ciudades de Oaxaca en México y Tucson en los Estados Unidos. Sentí un extraño alivio, como si finalmente hubiera expiado mi culpabilidad.

Durante los años que pasé con don Juan, tuve lapsos de continuidad en la memoria. Que aquel día estuviera en Tucson, con él, era uno de esos vacíos. Recordaba no poder evocar como había llegado a Tucson. Pensé que el vacío era resultado de mis actividades con don Juan. Siempre se cuidaba mucho de no despertar mis sospechas racionales en estados de conciencia normal, pero si las sospechas resultaban inevitables, siempre las despachaba secamente sugiriendo que la naturaleza de nuestras actividades fomentaba serias disparidades de la memoria.

Le dije a don Juan que como los dos habíamos acabado en el mismo lugar aquel día, me preguntaba si era posible que dos o más personas despertaran en la misma posición de ensueño.

– Pues claro que sí -dijo-. Ya te lo he dicho docenas de veces. Así es como los antiguos brujos toltecas partían en grupos hacia lo desconocido. Se seguían uno, al otro. No hay manera de saber cómo sigue una persona a otra. Simplemente eso sucede así. Lo hace el cuerpo de ensueño. La presencia de otro ensoñador lo lleva a hacerlo. Aquel día tú me jalaste contigo. Y te seguí porque quería estar contigo.

Tenía tantas preguntas que hacerle, pero todas y cada una me parecían superfluas.

– ¿Cómo es posible que no recordara a la mujer nagual? -murmuré, y una horrorosa angustia y añoranza se apoderaron de mí. Trataba de ya no sentirme triste, pero de repente, la tristeza fue dolor físico y me rasgó.

Aún no lo recuerdas -dijo don Juan tocándome la cabeza-. Sólo puedes recordarla cuando se mueve tu punto de encaje. Para ti, ella es como un fantasma, y eso mismo eres tú para ella. Tú la has visto una vez estando en conciencia normal, pero ella jamás te ha visto en su conciencia normal, Eres para ella un personaje, tanto como ella lo es para ti. Con la diferencia de que quizás un día tú despiertes y lo integres todo. Quizá tenga suficiente tiempo para hacerlo, pero ella, no lo tendrá. Su tiempo está contado.

Sentí ganas de protestar contra una terrible injusticia. Mentalmente, preparé una descarga de objeciones, pero nunca les di voz. La sonrisa de don Juan era radiante. Sus ojos brillaban con gozo y malicia puros. Tuve la sensación de que esperaba mis declaraciones, porque sabía lo que yo iba a decir. Y esa sensación me detuvo, o más bien no dije nada porque mi punto de encaje se movió nuevamente, por su cuenta. Y supe entonces que no se le podía tener lástima a la mujer nagual por no disponer de tiempo, y que yo tampoco podía regocijarme de tenerlo.

Don Juan me leía como a un libro. Me instó a que redondeara mi comprensión y que expresara la razón porque, en este caso, un guerrero no puede sentir lástima o regocijo. Durante un instante sentí que sabía el porqué. Pero perdí la pista.

– La emoción de tener tiempo es igual a la emoción de no tenerlo -dijo-. Todo es lo mismo.

– Sentir tristeza no es lo mismo que sentir lástima -dije-. Y me siento terriblemente triste.

– ¿A quién le importa la tristeza? -dijo-. Piensa sólo en los misterios: el misterio es lo único que importa. Somos seres vivientes; tememos que morir y renunciar a nuestra conciencia. Pero, si pudiéramos cambiar tan sólo un matiz, un hilo de eso, ¡qué misterios deben aguardarnos! ¡Qué misterios!

XVIII. ROMPER LA BARRERA DELA PERCEPCIÓN

Entrada la tarde, estando aún en la ciudad de Oaxaca, don Juan y yo dimos un lento paseo alrededor de la plaza. Al acercarnos a su banca favorita los que estaban sentados allí se incorporaron y se fueron. Apretamos el paso y llegamos a sentarnos.

– Hemos arribado al final de mi explicación del estar consciente de ser -dijo-. Y hoy, por tu cuenta, vas a unificar otro mundo y vas a dejar de lado todas las dudas, para siempre.

"No debe haber ningún error respecto a lo que vas a hacer. Hoy, desde la ventajosa posición de la conciencia acrecentada vas a hacer que se mueva tu punto de encaje y en un instante vas a alinear las emanaciones de otro mundo.

"Dentro de unos días, cuando Genaro y yo nos reunamos contigo en la cima de una montaña, vas a hacer lo mismo desde la desventajosa posición de la conciencia normal. En sólo un instante, tendrás que alinear las emanaciones de otro mundo; si no lo haces morirás la muerte de un hombre común que se cae de un precipicio.