Me negué a pensar en la partida de don Juan, así que le pregunté acerca del mundo negro. Tenía vagos recuerdos de haberlo visto antes.
– Es el mundo más fácil de alinear -dijo-. Y de todo lo que has experimentado, el mundo negro es el único que vale la pena tomar en cuenta. Es el único auténtico alineamiento de otra gran banda que has hecho en tu vida. Todas tus otras experiencias han sido solamente un movimiento lateral a lo largo de la banda del hombre, pero sin salir de nuestra gran banda orgánica. La pared de niebla, la llanura con dunas amarillas, el mundo de las apariciones, todos son alineamientos laterales que hacen nuestros puntos de encaje conforme se acercan a una posición crucial.
Mientras regresábamos caminando al parque explicó que una de las extrañas cualidades del mundo negro es que no tiene las mismas emanaciones que equivalen al tiempo en nuestro mundo. Son emanaciones diferentes que producen un resultado diferente. Los videntes que viajan al mundo negro sienten que han estado allí durante una eternidad, pero en nuestro mundo eso resulta ser un instante.
– El mundo negro es un mundo espantoso, porque envejece al cuerpo -dijo con énfasis.
Le pedí que aclarara sus aseveraciones. Redujo el paso y me miró. Me recordó que, en su manera tan directa, Genaro trató de mostrarme esto en cierta ocasión, cuando me dijo que habíamos caminado en el infierno durante una eternidad mientras que no había pasado ni un minuto en el mundo que conocemos.
Don Juan comentó que en su juventud se obsesionó con el mundo negro. Le preguntó a su benefactor qué le pasaría si entrara en él y permaneciera ahí por un tiempo. Como su benefactor no era dado a las explicaciones, simplemente empujó a don Juan al mundo negro para que contestara su pregunta por su cuenta.
– El poder del nagual Julián era tan extraordinario -prosiguió don Juan-, que me tardé días en regresar de ese mundo negro.
– Quiere usted decir que le llevó días regresar su punto de encaje a su posición normal, ¿no es así? -pregunté.
– Sí, eso es lo que quiero decir -contestó.
Explicó que en los escasos días que estuvo perdido en el mundo negro envejeció por lo menos diez años. Las emanaciones interiores de su capullo sintieron la tensión de años de lucha solitaria.
Silvio Manuel era un caso totalmente diferente. El nagual Julián también lo hundió en lo desconocido, pero Silvio Manuel alineó otro mundo con otra de las grandes bandas, un mundo que tampoco tiene las emanaciones del tiempo pero que tiene el efecto opuesto sobre los videntes. Desapareció durante siete años y sin embargo sintió que sé había ausentado sólo un momento.
– Alinear otros mundos no es sólo cuestión de práctica, sino cuestión de intento -prosiguió-. Y tampoco es meramente un ejercicio de andar rebotando de esos mundos, como si lo jalaran a uno con una liga. Mira, un vidente tiene que ser osado. Una vez que rompe la barrera de la percepción, no tiene que regresar al mismo lugar de donde partió en el mundo. ¿Entiendes lo que digo?
Lentamente comencé a entender lo que decía. Tuve un deseo casi invencible de reírme ante una idea tan ridícula, pero antes de que la idea se formara en una certeza, don Juan me habló y rompió lo que yo estaba a punto de recordar.
Dijo que, para los guerreros, el peligro de alinear otros mundos es que esos mundos son tan posesivos como el nuestro. La fuerza del alineamiento es tal que una vez que el punto de encaje se aleja de su posición normal, queda fijo en otras posiciones, aprisionado por otros alineamientos. Y los guerreros corren el riesgo de quedarse varados en una soledad sin límites.
La parte inquisitiva y racional de mí comentó que en el mundo negro lo vi a él como una bola de luminosidad. Por lo tanto, era posible estar en ese mundo con otras personas.
– No con otras personas -dijo-, pero sí con otros guerreros; si ellos te siguen, moviendo sus puntos de encaje cuando tu mueves el tuyo. Yo moví el mío para estar contigo; de otra manera hubieras estado ahí solo con los aliados.
Dejamos de caminar y don Juan dijo que ya era hora de que yo partiera.
Quiero que pases por alto todos los movimientos laterales -dijo-, y vayas directamente al siguiente mundo totaclass="underline" el mundo negro. En un par de días tendrás que hacer lo mismo por tu cuenta. No tendrás tiempo para titubeos. Tendrás que hacerlo para poder escapar a la muerte.
Dijo que romper la barrera de la percepción es la culminación de todo lo que hacen los guerreros. Desde el momento en que queda rota esa barrera, el hombre y su destino adquieren un significado diferente. Debido a la trascendental importancia de romper esa barrera, los nuevos videntes usan el acto de romperla como prueba final. La prueba consiste en saltar de la cima de una montaña a un abismo, estando en la conciencia normal. Si el guerrero que salta al abismo no borra el mundo cotidiano y alínea otro antes de tocar el fondo, morirá.
– Tendrás que hacer que este mundo desaparezca, pero en cierta medida tú seguirás siendo el mismo. Este es el último recinto fortificado de la conciencia, con el que cuentan los nuevos videntes. Saben que cuando el fuego interno los consuma, de alguna manera retendrán la sensación de ser ellos mismos.
Sonrió y señaló una calle desierta que veíamos desde donde estábamos parados, la calle en la que Genaro me enseñó los misterios del alineamiento.
– Esa calle, como cualquier otra, lleva a la eternidad -dijo-. Lo único que tienes que hacer es seguirla en silencio total. Ya es hora. ¡Vete ya! ¡Vete!
Se volvió, y se alejó de mí. Genaro lo esperaba en la esquina. Genaro me saludó con la mano y luego hizo un gesto que me instaba a unirme a ellos. Don Juan siguió caminando sin volverse a mirar. Genaro se unió a él. Comencé a seguirlos, pero sabía que no era lo correcto. En vez de continuar, tomé la dirección contraria. La calle estaba oscura y sombría. No me entregué a sentimientos de fracaso o de ineptitud. Caminé en silencio interior. Mi punto de encaje se movía a gran velocidad. Vi a los tres aliados. La línea que corría por su centro creaba la impresión de que me sonreían de lado. Me sentí frívolo. Y entonces una fuerza como un viento hizo desaparecer al mundo.
EPÍLOGO
Un par de días después, todos los compañeros videntes del nagual y todos los aprendices se reunieron en esa cima montañosa que don Juan me había mencionado.
Don Juan dijo que cada uno de los aprendices ya se había despedido de todos, y que todos estábamos en un estado de conciencia que no admitía sentimentalismos. Para nosotros, dijo, sólo existía la acción. Éramos guerreros en un estado de guerra total.
A excepción de don Juan, Genaro, Pablito, Néstor y yo, todos se alejaron a una corta distancia de la cumbre montañosa, brindándonos un lugar privado para que Pablito, Néstor y yo entráramos en un estado de conciencia normal.
Pero antes de que lo hiciéramos, don Juan me tomó del brazo y nos hizo caminar por esa cumbre.
– En un momento, van ustedes a usar el intento para mover sus puntos de encaje -dijo-. Y nadie los va a ayudar. Ahora están solos. Recuerden pues que el intento comienza con un comando.
"Los antiguos videntes solían decir que si los guerreros iban a tener un diálogo interno, debían sostener el diálogo apropiado. Para los antiguos videntes eso significaba un diálogo acerca de la brujería y del engrandecimiento de la importancia personal. Para los nuevos videntes no significa diálogo, sino el manejo desinteresado del intento, a través de comandos cuerdos.
Dijo una y otra vez que el manejo del intento empieza con un comando dado a uno mismo; el comando se repite hasta que se convierte en el comando del Águila, y luego, el punto de encaje se mueve en cuanto los guerreros alcanzan el silencio interior.