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El resultado final de ignorar esos impulsos es un estado único conocido como la razón, el raciocinio. El resultado de usar los impulsos de una manera especializada se conoce como la absorción en uno mismo.

Los videntes perciben la razón humana como un resplandor opaco, extrañamente homogéneo, que sólo en muy raras ocasiones responde a la constante presión de las emanaciones en grande; un resplandor que endurece al capullo, pero que también lo vuelve más quebradizo.

Don Juan comentó que en la especie humana la razón debería abundar, pero que en realidad es muy escasa. La mayoría de los seres humanos eligen la absorción en sí mismos.

Afirmó que para que pueda haber interacción entre los seres vivientes, la conciencia necesita un grado de absorción en sí misma. Pero con la excepción del hombre, ningún ser viviente tiene un grado tal de absorción en sí mismo. Al contrario de los hombres de razón, que ignoran el impulso de las emanaciones en grande, los individuos absortos en sí mismos usan esos impulsos y los convierten en una fuerza que agita aun más las emanaciones en el interior de sus capullos.

Al observar todo esto, los videntes llegaron a una conclusión práctica. Vieron que los hombres de razón llegan a vivir mucho más, porque al no hacer caso del impulso de las emanaciones en grande, aquietan la agitación natural dei interior de sus capullos. Por otra parte, al usar el impulso de las emanaciones en grande para crear una mayor agitación, los individuos absortos en si mismos acortan sus vidas.

– ¿Qué ven los videntes cuando contemplan a seres humanos absortos en sí mismos? -pregunté.

– Los ven como descargas intermitentes de luz blanca, seguidas por largas pausas de opacidad -dijo.

Don Juan dejó de hablar. Yo ya no tenía preguntas que hacerle, o quizás estaba demasiado cansado para preguntar algo más. Hubo un fuerte golpe en la puerta de la calle que me hizo saltar. La puerta se abrió de par en par y Genaro entró, sin aliento. La cerró al entrar y se dejó caer sobre el petate. Estaba cubierto de sudor.

– Estábamos hablando de la primera atención -le dijo don Juan.

– La primera atención sólo sirve con lo conocido -comentó Genaro-. Vale madre con lo desconocido.

– Eso no es del todo correcto -repuso don Juan-, La primera atención funciona muy bien con lo desconocido. Lo bloquea; lo niega con tanta ferocidad que, al final, lo desconocido no existe para la primera atención.

"Hacer un inventario nos vuelve invulnerables -continuó-. Es precisamente por eso que existe el inventario.

– ¿Qué es lo que está usted diciendo? -le pregunté a don Juan.

No contestó. Miró a Genaro como si esperara una respuesta.

– Pero si abro la puerta -dijo Genaro- ¿podría la primera atención bloquear a lo que va a entrar?

– La tuya y la mía no podrían, pero la suya sí -dijo don Juan señalándome-. Vamos a tratarlo.

– ¿Aunque esté en la conciencia acrecentada? -le preguntó Genaro a don Juan.,

– Eso no significa nada -contestó don Juan.

Genaro se puso de pie, fue a la puerta y la abrió de un golpe. Saltó a un lado y al instante entró una ráfaga de viento frío. Don Juan y Genaro se colocaron junto a mí. Ambos me miraron con asombro.

Yo quería cerrar la puerta. El frío me hacía sentirme incómodo. Pero cuando me moví hacia ella, don Juan y Genaro saltaron frente a mí y me escudaron.

– ¿No notas que hay algo extraño en el cuarto? -me preguntó Genaro.

– No, no noto nada -dije, y lo dije sinceramente.

Salvo el viento frío que soplaba por la puerta abierta, no había nada extraño allí.

– Cuando abrí la puerta entraron unos seres muy raros -dijo-. Qué, ¿a poco no los ves?

Había algo en su voz que me decía que esta vez no bromeaba. Y yo no veía absolutamente a ningún ser extraño.

Los tres salimos caminando de la casa, cada uno de ellos estaba pegado a mi costado. Don Juan recogió el quinqué y Genaro cerró con llave la puerta de la calle. Me empujaron dentro del coche a mí primero. Y luego los llevé a la casa de don Juan en el pueblo vecino.

VI. LOS SERES INORGÁNICOS

Al día siguiente le pedí una y otra vez a don Juan que me explicara nuestra apresurada salida de la casa de Genaro. Se negó a siquiera mencionar el incidente. Y Genaro tampoco me ayudó. Cada vez que le preguntaba me guiñaba el ojo, y se sonreía con una mueca de idiota.

Por la tarde, don Juan vino al patio trasero de la casa, donde yo estaba hablando con sus aprendices. Como si les hubieran dado una señal, todos los aprendices se fueron al instante.

Don Juan me tomó del brazo y comenzamos a caminar a lo largo del corredor. No dijo nada; durante un tiempo simplemente caminamos, casi como si estuviéramos en la plaza pública.

Don Juan de repente paró de andar y se volvió hacia mí. Dio una vuelta a mi alrededor, mirándome de pies a cabeza. Yo sabía que me estaba viendo. Sentí una extraña fatiga, una flojera que no había sentido hasta que sus ojos quedaron fijos en mí. De pronto comenzó a hablar.

– Creo que ayer Genaro y yo erramos contigo -empezó-, y digo esto porque te asustaste demasiado al entrar en lo desconocido. Genaro te empujó muy adentro, y allí te ocurrieron cosas extrañísimas.

– ¿Qué cosas, don Juan?

– Cosas que por, ahora resultarían difíciles, aun imposibles de explicarte -dijo-. No tienes energía sobrante como para entrar a lo desconocido y encontrarle sentido. Cuando los nuevos videntes arreglaron el orden de las verdades de la conciencia de ser, vieron que la primera atención consume todo el resplandor de la conciencia del hombre, y que no queda libre ni un ápice de energía. Ese es tu problema, y el problema de todos los guerreros. De modo que los nuevos videntes propusieron que si los guerreros quieren penetrar en lo desconocido tienen que conservar su energía. Pero, ¿de dónde van a conseguir energía, si toda ella ya está usada? La conseguirán, dicen los nuevos videntes, destruyendo hábitos innecesarios.

Dejó de hablar y me pidió preguntas. Le pregunté qué le hacía al resplandor de la conciencia el destruir hábitos innecesarios.

Contestó que destruir hábitos desprende a la conciencia de la absorción en sí misma y le permite libertad al resplandor para enfocarse en otras cosas.

– Lo desconocido esta eternamente presente -prosiguió-, pero queda fuera de nuestro alcance normal. Lo desconocido es la parte superflua del hombre común. Y es superflua porque el hombre común no tiene suficiente energía libre para comprenderlo.

"Puesto que has pasado años enteros en el camino del guerrero, ahora tienes suficiente energía libre para captar lo desconocido; pero no la suficiente como para entenderlo o siquiera para recordarlo.

Me explicó que en el sitio ése de la roca plana yo había entrado muy profundamente en lo desconocido. Pero como yo estaba dado al vicio de la exageración, hice lo peor que uno puede hacer, me había aterrado desmedidamente. Por eso salí del lado izquierdo, con la prisa del alma que lleva el diablo, desafortunadamente llevando conmigo una legión de seres extraños.

Le dije a don Juan que no se andara por las ramas, que me dijera exacta y directamente qué quería decir con una legión de seres extraños.

Se encogió de hombros y siguió paseando conmigo.

– Al explicar la conciencia de ser -dijo-, se supone que estoy poniendo todo o casi todo en su lugar. Antes de hablar de esos seres hablemos un poco de los antiguos videntes.

Me llevó entonces al cuarto grande. Ahí nos sentamos y comenzó su elucidación.

– Los nuevos videntes han estado siempre aterrados por el conocimiento que los antiguos videntes habían acumulado a lo largo de los años -dijo don Juan-. Eso es muy natural. Los nuevos videntes han sabido siempre que ese conocimiento sólo lleva a la destrucción total. Pero aun así, siempre lo encontraron fascinante, especialmente a las prácticas.