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El ruido y el silencio eran una categoría que tenía que ver con el manejo de los sonidos y del silencio. Lo móvil y lo estacionario eran prácticas que se ocupaban de aspectos misteriosos del movimiento y la inmovilidad.

Le pregunté si podría darme un ejemplo de cualquiera de las técnicas que había delineado. Me contestó que en todos los años de andar juntos ya me había dado docenas de demostraciones. Insistí que eso tenía muy poco valor para mí, puesto que yo ya había explicado racionalmente todo lo que me había sucedido.

No me contestó. Parecía o estar enojado conmigo por hacerle preguntas o bien seriamente dedicado a buscar un buen ejemplo. Después de un rato sonrió y dijo que ya había visualizado el ejemplo adecuado.

– La técnica que tengo en mente tiene que ponerse en acción en un arroyo que no sea nada hondo -dijo-. Hay uno cerca de la casa de Genaro.

– ¿Qué tendré que hacer?

– Tendrás que conseguir un espejo de tamaño mediano.

Me sorprendió su petición. Comenté que los antiguos toltecas no conocían los espejos.

– Pues no los conocían -admitió sonriendo-. El espejo es lo que mi benefactor le agregó a la técnica. Lo único que necesitaban los antiguos videntes eran una superficie que reflejara las imágenes.

Explicó que la técnica consistía en sumergir una superficie brillante en las aguas poco hondas de un arroyo. La superficie podía ser cualquier objeto plano que tuviera una mínima capacidad para reflejar imágenes.

– Quiero que construyas un marco sólido de metal, para un espejo de tamaño mediano -dijo-. Tiene que ser impermeable, así que debes de sellarlo con broa. Tú mismo tienes que hacerlo, con tus propias manos.

– Cuando lo hayas hecho, tráelo y seguiremos adelante.

– ¿Qué va a pasar, don Juan?.

– Qué, ¿a poco ya te entró el miedo? Y eres tú el que me pidió un ejemplo de una antigua práctica tolteca. Yo le pedí lo mismo a mi benefactor. Creo que en cierto momento todos piden lo mismo. Mi benefactor me dijo que él también pidió una muestra. Su benefactor, el nagual Elías, le dio una; a su vez mi benefactor me dio la misma a mí, y ahora te la voy a dar a ti.

"En la época en que mi benefactor me la enseñó yo no sabía cómo lo hizo. Ahora lo sé. Algún día tú mismo también sabrás cómo funciona esta técnica; entenderás lo que hay detrás de todo esto.

Pensé que don Juan quería que yo regresara a mi casa en Los Angeles y que allá construyera el marco para el espejo. Le comenté que me sería imposible ir a Los Angeles y recordar la tarea, puesto que cambiaba de niveles de conciencia al irme a casa.

– En lo que acabas de decir hay algo totalmente desalineado -dijo-. México no es la luna. Podemos ir a Oaxaca y comprar cualquier cosa que necesites.

Al día siguiente fuimos a la ciudad en coche y compré todas las partes para el marco. Por un pago mínimo yo mismo lo armé en un taller mecánico. Don Juan me dijo que lo metiera en la cajuela de mi coche, y ni siquiera volvió la cabeza para verlo.

Entrada la tarde partimos de vuelta hacia la casa de Genaro y llegamos en la madrugada. Guardé el auto y busqué a Genaro. No estaba allí. La casa parecía desierta.

– ¿Por qué tiene Genaro esta casa? -le pregunté a don Juan-. Él vive con usted, ¿no es así?

Don Juan no contestó. Me miró de manera extraña y fue a encender el quinqué. Me quedé yo solo en el cuarto en una oscuridad total. Sentí un gran cansancio que atribuí al viaje largo y tortuoso. Quería acostarme. En la oscuridad, no podía ver adónde había puesto Genaro los petates. Tropecé con un montón de ellos. Y entonces supe por qué Genaro tenía esa casa; él cuidaba de los aprendices hombres Pablito, Néstor y Benigno, quienes vivían allí cuando estaban en su estado de conciencia normal.

Me sentí eufórico; ya no estaba cansado. Cuando don Juan entró con la linterna, le conté lo que me había pasado. Se encogió de hombros y dijo que no tenía importancia, que no lo recordaría por mucho tiempo.

Me pidió que le mostrara el espejo. Pareció satisfecho y comentó que a pesar de no ser pesado era bien sólido. Se fijó en que usé tornillos y tuercas para unir el marco de aluminio a un pedazo de hojalata que usé como respaldo para un espejo de 45 cms. de largo por 35 cms. de ancho.

– Yo le hice un marco de madera a mi espejo -dijo-. Este se ve mucho mejor que el mío. Mi marco era muy pesado y a la vez frágil.

"Déjame explicar lo que vamos a hacer -prosiguió cuando terminó de inspeccionar el espejo-. O quizá debería decir lo que vamos a tratar de hacer. Tú y yo juntos, vamos a poner este espejo sobre la superficie del arroyo, ése que está al otro lado de esta casa. Es perfecto para nuestro propósito, es lo suficientemente ancho y poco profundo.

"La idea es dejar que la fluidez del agua nos presione y nos lleve de aquí.

Antes de que pudiera yo comentar algo o hacer alguna pregunta, me recordó que en el pasado yo ya había usado el agua de un arroyo muy similar y logré extraordinarios resultados con mi percepción. Se refería a lo que yo consideraba como los efectos posteriores a la ingestión de plantas alucinógenas. Yo había experimentado varias veces distorsiones perceptuales estando sumergido en la zanja de riego atrás de una casa que él tenía en el norte de México.

– Guarda tus preguntas hasta que yo te explique un poco más lo que los videntes saben acerca del fulgor de la conciencia -dijo-. Entonces entenderás, de diferente modo, todo lo que estamos haciendo. Pero primero sigamos con nuestro procedimiento.

Caminamos hasta el arroyo, y eligió un lugar donde las rocas eran planas y no estaban cubiertas por el agua. Dijo que allí el arroyo no tenía profundidad, lo que era ideal para nuestros propósitos.

– ¿Qué espera que suceda? -le pregunté lleno de una feroz aprensión.

– No lo sé. Lo único que puedo describirte es el procedimiento. Sostendremos el espejo con mucho cuidado, pero con gran firmeza. Lo colocaremos suavemente sobre la superficie del agua y lo dejaremos que se sumerja. Después lo sostendremos contra el fondo. Ya revisé este sitio. Hay suficiente sedimento como para hundir los dedos bajo el espejo y sostenerlo firmemente.

Me pidió que me acuclillara en una roca plana, en medio de la lenta corriente. Me hizo agarrar el espejo con ambas manos, de dos esquinas y se acuclilló frente a mí sosteniendo el espejo al igual que yo. Dejamos que el espejo se hundiera y luego lo sujetamos metiendo nuestros brazos en el agua casi hasta los codos.

Me ordenó que borrara todos mis pensamientos y mirara con fijeza la superficie del espejo. Repitió una y otra vez que el asunto consistía en no pensar en nada. Miré con fijeza el espejo. La lenta corriente desordenaba ligeramente la reflexión de la cara de don Juan y la mía. Después de unos minutos de contemplación ininterrumpida me pareció que poco a poco se aclaraba la imagen de su cara y de la mía. Creció el tamaño del espejo hasta que abarcó por lo menos una cuadratura de un metro. La corriente parecía haberse detenido, y el espejo se veía tan claro como si estuviera colocado encima del agua. Lo que me parecía aún más extraño era la precisión y agudeza de nuestras imágenes. Era como si hubieran amplificado mi cara, no en tamaño sino en enfoque. Podía ver los poros de la piel de mi frente.

Don Juan me susurró que no fijara mi vista en mis ojos o los suyos, sino que dejara vagar mi mirada sin enfocar ninguna parte de nuestras imágenes.

– ¡Mira intensamente sin mirar con fijeza! -ordenó repetidamente susurrando en mi oído.

Hice lo que dijo sin detenerme a pensar en la aparente contradicción. En ese momento algo adentro de mí estaba atrapado en ese espejo y la contradicción tenía sentido. "Es realmente posible mirar intensamente sin mirar con fijeza" pensé, y al momento en que quedó formulado ese pensamiento otra cabeza apareció junto a la de don Juan y a la mía, en el lado inferior del espejo, a mi izquierda.