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Todo mi cuerpo tembló. Susurrando, don Juan ordenó que me calmara y que no mostrara miedo o sorpresa. Me ordenó mirar intensamente sin mirar con fijeza al recién llegado. Tuve que hacer un esfuerzo inimaginable para no quedar boquiabierto y soltar el espejo. Mi cuerpo se sacudía de pies a cabeza. Con un susurro don Juan volvió a decirme que me controlara. Una y otra vez me tocó ligeramente con el hombro.

Lentamente logré controlar mi temor. Miré intensamente a la tercera cabeza y poco a poco me di cuenta de que no era una cabeza humana ni tampoco una cabeza de animal. No era una cabeza en lo más absoluto. Era una forma que no tenía movimiento interno. Al ocurrírseme ese pensamiento, me di cuenta al momento de que no lo había pensado yo mismo. Pero darme cuenta de ello no era tampoco un pensamiento. Experimenté un momento de tremenda ansiedad y entonces algo incomprensible se me hizo claro. ¡Los pensamientos eran una voz en mi oído!

– ¡Estoy viendo! -grité en inglés, pero no se escuchó sonido alguno.

– Sí, estás viendo -dijo en castellano la voz en mi oído.

Sentía que una fuerza incontenible me había encajonado y me apretaba. No sentía dolor, ni siquiera angustia. No sentía nada. Pero sabía, sin duda alguna, porque la voz me lo decía, que yo no podía romper el apretón de esa fuerza mediante un acto de voluntad o de fortaleza. Sabía que me estaba muriendo. Levanté la vista automáticamente, para mirar a don Juan, y en el instante en que nuestras miradas se encontraron la fuerza me soltó. Estaba libre. Don Juan me sonreía como si supiera con exactitud lo que me estaba pasando.

Me di cuenta de que estaba de pie. Don Juan sostenía el espejo de lado para escurrirle el agua.

Caminamos en silencio de regreso a la casa.

– Los antiguos toltecas estaban simplemente hipnotizados con sus hallazgos -dijo don Juan.

– No me extraña en nada -dije.

– A mí tampoco -repuso don Juan.

La fuerza que me envolvió fue tan poderosa que, durante horas después, quedé incapacitado para hablar, incluso para pensar. Me había congelado con una total ausencia de voluntad. Y me estaba deshelando muy lentamente.

– Sin ninguna intervención deliberada de nuestra parte -prosiguió don Juan-, esta antigua técnica tolteca ha sido dividida en dos partes para ti. La primera fue justo lo suficiente para familiarizarte con lo que ocurre. En la segunda, trataremos de lograr a lo que aspiraban los antiguos videntes.

– ¿Qué es lo que en realidad pasó allá afuera, don Juan? -pregunté.

– Existen dos versiones. Primero te contaré la versión de los antiguos videntes. Ellos creían que la superficie reflectora de un objeto brillante sumergido en el agua amplifica el poder de la fluidez del agua. Lo que solían hacer era mirar intensamente a extensiones de agua, y la superficie reflectora sumergida en ellas les servía como ayuda para acelerar el proceso de contemplar. Creían que nuestros ojos son las llaves que abren las puertas de lo desconocido; contemplar el agua, permitía que sus ojos abrieran el camino.

Don Juan dijo que los antiguos videntes observaron que la humedad del agua sólo humedece o empapa, que la fluidez del agua mueve. Supusieron que la fluidez corría en busca de otros niveles debajo del nuestro. Creían que el agua nos fue dada no sólo para la vida, sino también como la conexión, como el camino a los otros niveles de abajo.

– ¿Hay muchos niveles de abajo? -pregunté.

– Los antiguos videntes contaron siete niveles.

– ¿Los conoce usted, don Juan?

– Yo soy un vidente del nuevo ciclo, y por consiguiente tengo una visión diferente -dijo-. Yo te estoy simplemente mostrando lo que hacían los antiguos videntes y te estoy explicando en lo que creían.

Afirmó que él tenía puntos de vista diferentes, pero que eso no invalidaba las prácticas de los antiguos videntes; ellos erraron en sus interpretaciones, pero sus verdades tenían valor práctico para ellos. En el caso de las prácticas del agua, estaban convencidos de que era humanamente posible ser transportado de cuerpo entero por la fluidez del agua, a cualquier nivel entre el nivel nuestro y los otros siete niveles de abajo; o ser transportados en esencia a cualquier lugar en nuestro nivel, siguiendo el curso natural de un río en sus dos direcciones. De acuerdo a ello utilizaban la corriente de los ríos para ser transportados en esencia, en este nivel nuestro, y el agua de lagos profundos o el de los manantiales para ser transportados en cuerpo a las profundidades.

– A dos cosas aspiraban con la técnica que te estoy mostrando -continuó-. Por una parte usaban la fluidez del agua para ser transportados en cuerpo al primer nivel de abajo, y por otra parte la usaban para tener un encuentro cara a cara con un ser viviente de ese primer nivel. Eso en forma de cabeza que vimos en el espejo era una de esas criaturas que se acercó a echarnos un vistazo.

– Entonces, ¡realmente existen! -exclamé.

– Claro que sí -repuso.

Dijo que a los antiguos videntes les hizo mucho daño su absurda insistencia en aferrarse a sus procedimientos, pero eso no significaba que lo que encontraron fuera una tontería. Descubrieron que la manera más segura de ir al encuentro de una de esas criaturas es a través de una extensión de agua. El tamaño de la extensión de agua no es pertinente; un océano o una laguna cumplen la misma función. Él había escogido un arroyo porque odiaba mojarse. Hubiéramos obtenido los mismos resultados en un lago o un gran río.

– Esas otras vidas se acercan a indagar lo que ocurre cuando los seres humanos llaman -prosiguió-. La técnica tolteca es como tocarles la puerta. Los antiguos videntes decían que la superficie brillante en el fondo del agua servía como anzuelo y como ventana. Así que los seres humanos y esas criaturas se citan en una ventana.

– ¿Fue eso lo que me ocurrió? -pregunté.

– Los antiguos videntes hubieran dicho que te jaló el poder del agua y el poder del primer nivel, además de la influencia magnética de la criatura en la ventana.

– Pero escuché una voz en el oído que decía que me estaba muriendo -dije.

– La voz tenía razón. Te estabas muriendo, y hubieras fallecido si no estoy yo allí. Ese es el peligro de practicar las técnicas de los toltecas. Son extremadamente efectivas pero la mayor parte del tiempo son mortales.

Le dije que me daba vergüenza confesar que había estado aterrado. Ver ese bulto en el espejo y tener la sensación de una fuerza envolvente a mi alrededor, habían resultado ser demasiado para mí el día anterior.

– No quiero alarmarte -dijo-, pero todavía no te ha pasado nada. Si lo que me pasó a mí va a ser el punto de referencia de lo que te va a pasar a ti, más vale que te prepares para un susto mortal. Es mejor que te tiemblen las piernas ahora que morir de miedo mañana.

El pánico que me envolvió fue tan aterrador que ni siquiera podía hablar para plantear las preguntas que se me ocurrían. Luché por recobrar la voz. Don Juan se rió tanto que comenzó a toser. Su cara se puso morada. Cuando recuperé la voz, cada una de mis preguntas provocó otro ataque de risa y tos.

– No sabes lo chistoso que me parece todo esto -dijo al fin-. No me río de ti. Simplemente es la situación. Mi benefactor me hizo pasar lo mismo, y al verte no puedo evitar verme a mí mismo.

Le dije que me sentía mal hasta del estómago. Dijo que eso estaba muy bien, que era natural tener miedo, y que el controlar el miedo era un error que no tenía sentido. Los antiguos videntes quedaron atrapados al suprimir su terror cuando lo natural hubiera sido volverse locos de miedo. Controlaron su miedo, en vez de cambiar o abandonar sus cómodos esquemas.

– ¿Qué más vamos a hacer con el espejo? -pregunté.

– Lo vamos a usar para efectuar un encuentro cara a cara entre tú y la criatura esa que sólo vislumbramos ayer.

– ¿Qué ocurre en un encuentro cara a cara?