"Una de las de las maniobras de los acechadores es poner el misterio y los disparates frente a frente en cada uno de nosotros.
Explicó que las prácticas de acecho no son algo que uno pueda disfrutar abiertamente; son en verdad prácticas censurables, hasta ofensivas. Los nuevos videntes se dieron cuenta muy rápido que no es recomendable discutir o practicar los principios del acecho en la conciencia normal.
Le señalé una inconsistencia. El había dicho que los guerreros no pueden actuar en el mundo coherentemente, mientras se encuentran en un estado de conciencia acrecentada, y también dijo que el acecho es simplemente un especifico comportamiento con la gente. Las dos aseveraciones se contradecían una a la otra.
– Yo creía que ya te había explicado todo eso -dijo, frunciendo el ceño-. Cuando dije que no se debe enseñar el acecho en la conciencia normal, me refería únicamente a enseñárselo a un nagual, porque un nagual, en estado de conciencia acrecentada, puede comportarse tan naturalmente como cualquier persona. Así que el propósito del acecho para un nagual es doble; primero, mover el punto de encaje con la mayor constancia y el menor peligro posibles, y nada puede lograr esto tan bien como el acecho; y segundo, imprimir sus principios a un nivel tan profundo que el inventario humano es pasado por alto, como lo es también la reacción natural de desechar y menospreciar algo que puede ser ofensivo a la razón.
Le dije que dudaba sinceramente que yo pudiera menospreciar o desechar una enseñanza tan abstracta como el acecho. Se rió y dijo que yo no podía ser una excepción, que reaccionaría como todos los demás si él me contara, por ejemplo, las proezas de un maestro del acecho, como su benefactor, el nagual Julián.
– No exagero cuando digo que el nagual Julián fue el más extraordinario acechador que jamás he conocido -dijo don Juan-. Todos mis compañeros, que eran sus aprendices, ya te han contado de sus proezas como acechador. Pero yo nunca te he contado lo que me hizo a mí.
Yo quería aclararle que nadie me había contado nada acerca del nagual Julián, pero al momento en que iba a expresar mi protesta una extraña sensación de incertidumbre se apoderó de mí. Don Juan pareció saber instantáneamente lo que yo sentía. Se rió de buena gana.
– No puedes recordar, porque aún no entiendes lo que es el intento -dijo-. Necesitas una vida de impecabilidad y una gran reserva de energía, y sólo entonces, quizá, el intento dé libertad a esas memorias.
"Te voy a contar la historia de cómo se portó conmigo el nagual Julián cuando lo conocí. Si encuentras que su comportamiento es ofensivo o aún cruel, imagina cómo te repugnaría si estuvieras en tu conciencia normal.
Yo protesté que me estaba guiando a una trampa. Me aseguró que lo único que quería hacer con sus advertencias era mantenerme alerta, para que yo entendiera cómo operan los acechadores y las razones por las que lo hacen.
– El nagual Julián fue el último acechador de la guardia vieja -prosiguió-. Era acechador no tanto por las circunstancias de su vida sino porque esa era la inclinación de su carácter.
Don Juan explicó que los nuevos videntes vieron que hay dos grupos principales de seres humanos: aquellos a quienes les importan los demás y aquellos a quienes no les importan. Entre estos dos extremos vieron que hay una combinación interminable de los dos. El nagual Julián pertenecía a la categoría extrema de hombres a quienes no les importan los demás; don Juan se clasificó a sí mismo dentro de la categoría totalmente opuesta.
– Pero, ¿no me dijo usted que el nagual Julián era generoso, que era capaz de regalar la camisa que traía puesta? -pregunté.
– Claro que lo era -contestó don Juan-. No sólo era generoso; también era un hombre absolutamente encantador, irresistible. Siempre estaba profunda y sinceramente interesado en todos los que le rodeaban. Era amable y abierto y regalaba todo lo que tuviera a quien lo necesitara, o a cualquier persona que le caía simpática. A su vez todos lo adoraban porque, siendo un maestro del acecho, les comunicaba a todos sus verdaderos sentimientos: nadie le importaba lo más mínimo.
No dije nada, pero don Juan se dio cuenta de mi incredulidad o incluso de mi zozobra ante lo que decía. Se sonrió y movió la cabeza de un lado a otro.
– Eso es el acecho -dijo-. ¿Ves?, ni siquiera he comenzado mi historia del nagual Julián y ya estás molesto.
Cuando intenté explicar lo que sentía, se rió a carcajadas.
– Al nagual Julián nadie le importaba un pepino -continuó-. Por eso podía ayudar a la gente. Y lo hizo; les daba todo lo que tenía y aún lo que no tenía, porque dar o no dar le importaban un cacahuete.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los únicos que ayudan a sus semejantes son aquéllos a quienes no les importan en absoluto? -pregunté, verdaderamente enfadado.
– Eso es lo que dicen los acechadores -respondió con una sonrisa radiante-. Por ejemplo, el nagual Julián era un curandero fabuloso. Curó a miles y miles de personas, pero jamás exigió que reconocieran sus méritos. Dejaba creer a la gente que una mujer vidente de su grupo era la curandera.
"Ahora bien, si hubiera sido un hombre al que le importaran sus semejantes, hubiera exigido que lo honraran. Los que se preocupan por los demás se preocupan por sí mismos y exigen que se reconozcan los méritos de quien lo merezca.
Don Juan dijo que él, puesto que pertenecía a la categoría de aquéllos que se preocupan por sus semejantes, jamás había ayudado a nadie. La generosidad lo incomodaba; ni siquiera podía concebir que alguien le tuviera la clase de cariño que le tenían al nagual Julián, y se sentiría ciertamente estúpido regalándole a alguien la camisa que traía puesta.
– Me importan tanto mis semejantes -prosiguió-, que no hago nada por ellos. No sabría qué hacer. Y si hiciera algo, siempre tendría la irritante sensación de estarles imponiendo mi voluntad con mis regalos.
“Naturalmente, ayudado por el camino del guerrero, he superado todos estos sentimientos. Cualquier guerrero puede tener tanto éxito con la gente, como lo tuvo el nagual Julián, siempre y cuando mueva su punto de encaje a una posición en la que no tienen ninguna importancia si la gente lo quiere o no lo quiere o si lo ignoran. Pero eso no es lo mismo.
Don Juan dijo que cuando le dieron a conocer, por primera vez los principios del acecho, como me pasaba a mí en ese entonces, se vio en un estado de zozobra total. El nagual Elías, quien era muy parecido a don Juan, le explicó que los acechadores como el nagual Julián son líderes naturales. Pueden ayudar a una persona a hacer cualquier cosa.
– El nagual Elías dijo que estos guerreros pueden ayudar a la gente a curarse -prosiguió don Juan-, o los pueden ayudar a enfermarse. Los pueden ayudar a encontrar la felicidad o los pueden ayudar a encontrar la desgracia. Le sugerí al nagual Elías que nosotros en vez de decir que estos guerreros ayudan a la gente, deberíamos decir que la afectan. El nagual Elías dijo que no sólo afectan a la gente, sino que la llevan y la traen activamente, como rijan las circunstancias.
Don Juan soltó una carcajada y me miró con fijeza. Había un brillo malicioso en sus ojos.