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– No te preocupes por eso -dijo y se rió-. Sabes que esas comprensiones no valen mucho, no representan nada en la vida de los guerreros, porque quedan canceladas conforme se mueve el punto de encaje.

"Lo que Genaro y yo buscábamos era que te movieras en hondo. Esta vez, Genaro estuvo ahí simplemente para atraer a los antiguos videntes. Ya lo hizo una vez, y penetraste tan profundamente en el lado izquierdo que pasará un buen tiempo antes de que lo recuerdes. Esta noche tu terror fue tan intenso como en aquella ocasión en la que los videntes y sus aliados te persiguieron hasta este mismo cuarto. Pero en esa ocasión la firmeza de la primera atención no te permitió verlos, aunque estabas en la conciencia acrecentada.

– Explíqueme lo que pasó esta noche en el sitio de los videntes -pregunté.

– Los aliados salieron a verte -contestó-. Como tienen una energía muy baja, siempre necesitan la ayuda de los hombres. Los cuatro videntes han reunido a doce aliados.

"En México, el campo es peligroso, y también ciertas ciudades. Lo que te pasó a ti le puede pasar a cualquier hombre o mujer. Si se tropiezan con esa tumba, quizá incluso vean a los videntes y a sus aliados, si son lo suficientemente maleables como para dejar que su terror mueva sus puntos de encaje; pero una cosa es segura: pueden morir de miedo.

– ¿Pero sinceramente cree usted que esos videntes toltecas siguen vivos? -pregunté.

Se rió y movió la cabeza con incredulidad.

– Es hora de que muevas tu punto de encaje -dijo-. No puedo hablar contigo cuando estás en tu estado de idiotez acrecentada.

Me pegó en tres sitios con la palma de su mano: en la cresta de mi cía derecha, en el centro de mi espalda abajo de los omóplatos, y en la parte superior del músculo pectoral derecho.

De inmediato, empezaron a zumbarme los oídos. Un hilillo de sangre me brotó de la fosa nasal derecha, y dentro de mí, algo se destapó. Era como si algún flujo de energía hubiera estado bloqueado y de pronto volvía a correr.

– ¿Qué buscaban esos videntes y sus aliados? -pregunté.

– No buscaban nada -contestó-. Nosotros somos los que los buscábamos a ellos. Desde luego, los videntes ya notaron tu campo de energía la primera vez que los encontraste; cuando regresaste, estaban listos para darse un festín contigo.

– Usted afirma que están vivos, don Juan -dije-. Debe querer decir que están vivos como están vivos los aliados, ¿no es así?

– Así es, precisamente -dijo-. No es posible que estén vivos como lo estamos tú y yo. Eso sería ridículo.

Prosiguió, explicando que la preocupación de los antiguos videntes por la muerte los hizo investigar las más extrañas posibilidades. Sin duda alguna, aquéllos que optaron por el molde de los aliados tenían en mente el deseo de un refugio. Y lo encontraron, en una posición fija en una de las siete bandas de la conciencia inorgánica. Los videntes pensaron que allí estaban relativamente seguros. Después de todo, quedaban separados del mundo cotidiano por una barrera casi infranqueable, la barrera de la percepción establecida por el punto de encaje.

– Cuando los cuatro videntes vieron que podías mover tu punto de encaje, salieron huyendo como conejos asustados -dijo y se rió.

– ¿Quiere decir usted que yo alinié uno de los siete mundos? -pregunté.

– No, no lo hiciste -contestó-. Pero lo has hecho antes, cuando los videntes y sus aliados te persiguieron. Ese día fuiste de plano hasta su mundo. El problema es que te encanta comportarte como estúpido, y por eso no recuerdas nada.

"Estoy seguro -prosiguió-, de que es la presencia del nagual la que en ocasiones hace que la gente se porte tontamente. Cuando el nagual Julián aún andaba por aquí yo era más tonto de lo que soy ahora. Estoy convencido de que cuando yo ya no esté aquí, serás capaz de recordar todo.

Don Juan explicó que como necesitaba mostrarme a los desafiantes de la muerte, él y Genaro los atrajeron a los confines de nuestro mundo. Lo que me ocurrió al principio fue un cambio lateral hondo, que me permitió verlos como personas, pero al final, hice correctamente el movimiento que me permitió ver a los desafiantes de la muerte y a sus aliados como son.

Muy temprano a la mañana siguiente, ya en casa de Silvio Manuel, don Juan me llamó a la sala grande para discutir los eventos de la noche anterior. Me sentía agotado y quería descansar, dormir, pero don Juan estaba apurado. De inmediato, inició su explicación. Dijo que los antiguos videntes descubrieron una manera de utilizar a la fuerza rodante y de ser impulsados por ella. En vez de sucumbir ante los embates de la tumbadora cabalgaban en ella y dejaban que moviera sus puntos de encaje hasta los confines de las posibilidades humanas.

Don Juan expresó una admiración sin limites por un logro tal. Reconoció que nada más podría darle al punto de encaje el empujón que le da la tumbadora.

Le pregunté acerca de la diferencia entre el levantón de la tierra y el empujón de la tumbadora. Explicó que el levantón de la tierra es la fuerza del alineamiento Únicamente de las emanaciones ambarinas. Es un empujón que aumenta la conciencia de ser a grados imposibles de describir. Para los nuevos videntes es una descarga de conciencia ilimitada, que llaman la libertad total.

Dijo que, por otra parte, el empujón de la tumbadora es la fuerza de la muerte. Bajo el impacto de ella, el punto de encaje se mueve a posiciones nuevas, impredecibles. Por eso, en sus viajes, los antiguos videntes siempre andaban solos, aunque la empresa a la que estaban dedicados era siempre comunal. En sus viajes, la compañía de otros videntes era fortuita y generalmente significaba una lucha por la supremacía.

Le confesé a don Juan que, para mí, fuese lo que fuera, la preocupación de los antiguos videntes resultaba peor que los cuentos de terror más mórbidos. Se rió estrepitosamente. Parecía divertirse sin medida.

– Tienes que admitir, a pesar de todo lo que te disgustan, que esos demonios eran muy audaces -prosiguió-. Como sabes, a mi nunca me cayeron bien tampoco, pero no puedo dejar de admirarlos. Su amor a la vida rebasa mi comprensión.

– ¿Cómo puede ser eso amor a la vida, don Juan? Es algo nauseabundo -dije.

– ¿Qué otra cosa podría llevar a un hombre a esos extremos sino el amor a la vida? -preguntó-. Amaban a la vida tan intensamente que no estaban dispuestos a perderla. Así es como yo lo he visto. Mi benefactor vio otra cosa. Él pensaba que tenían miedo de morir, lo que no es lo mismo que amar la vida. Yo digo que no querían morir porque amaban la vida y porque habían visto maravillas, y no porque eran monstruos codiciosos. No. Estaban extraviados porque nadie los desafió jamás, eran caprichosos como niños malcriados, pero su osadía era impecable y también lo fue su valor.

"¿Te aventurarías tú en lo desconocido por codicia? De ninguna manera. La codicia sólo funciona en el mundo de los asuntos cotidianos. Para aventurarse en esa aterradora soledad uno debe tener algo superior a la codicia. Amor, uno necesita amor a la vida, a la intriga, al misterio. Uno necesita de curiosidad insaciable y de una montaña de agallas. Así que no me salgas con estas tonterías de que te hacen sentir nauseabundo. Yo que tú, estaría rojo de vergüenza.

Los ojos de don Juan brillaban con risa contenida. Me ponía en mi lugar, pero se reía de ello.

Por una hora quizá, don Juan me dejó sólo en el cuarto. Quería organizar mis pensamientos y mis sentimientos. No tenía manera de hacerlo. Sabía sin duda alguna que mi punto de encaje se encontraba en una posición en la que no prevalece el razonamiento, y sin embargo me impulsaban preocupaciones razonables. Don Juan dijo que, técnicamente, en cuanto se mueve el punto de encaje, estamos dormidos. Me preguntaba, por ejemplo, si desde el punto de vista de un espectador yo estaba dormido, así como yo había visto dormido a Genaro.

Le pregunté ésto a don Juan en cuanto regresó.

– Estás absolutamente dormido sin tener que estar acostado -contestó-. Si te vieran ahora personas que están en la conciencia normal, les parecería que estás un poco mareado, incluso borracho.