– La Gorda está en una categoría especial -agregó. Es una repinche tiranita suplente. Te hace la vida imposible, por el momento. Hasta te da de bofetadas. Con todo eso te está enseñando a ser imparcial, a ser indiferente.
– ¿Cómo puede ser eso posible? -protesté.
– Todavía no has puesto en juego los ingredientes de la estrategia de los nuevos videntes -dijo-. Una vez que lo hagas, sabrás cuán eficaz e ingeniosa es la estratagema de usar a un pinche tirano. Te aseguro que no sólo elimina la importancia personal, sino que también prepara a los guerreros para entender que la impecabilidad es lo único que cuenta en el camino del conocimiento.
Dijo que la estrategia de los nuevos videntes era una maniobra mortal en la cual el pinche tirano es como una cúspide montañosa, y los atributos del ser guerrero son como enredaderas que trepan hasta la cima.
– Generalmente solo se usan los primeros cuatro atributos -prosiguió-. El quinto, el intento, se reserva siempre para la última confrontación, como diríamos, para cuando los guerreros se enfrentan al pelotón de fusilamiento.
– ¿A qué se debe esto?
– A que el intento pertenece a otra esfera, a la esfera de lo desconocido. Los otros cuatro pertenecen a lo conocido, exactamente donde se encuentran aposentados los pinches tiranos. De hecho, lo que convierte a los seres humanos en pinches tiranos es precisamente el obsesivo manejo de lo conocido.
Don Juan explicó que sólo los videntes que son guerreros impecables y que tienen control sobre el intento logran el engranaje de todos los cinco atributos. Una acción de esa naturaleza es una maniobra suprema que no puede realizarse en el nivel humano de todos los días.
– Cuatro atributos es todo lo que se necesita para tratar con los peores pinches tiranos -continuó-. Claro está, siempre y cuando se haya encontrado a un pinche tirano. Como dije, el pinche tirano es el elemento externo, el que no podemos controlar y el elemento que es quizás el más importante de todos. Mi benefactor siempre decía que el guerrero que se topa con un pinche tirano es un guerrero afortunado. Su filosofía era que si no tienes la suerte de encontrar a uno en tu camino, tienes que salir a buscarlo.
Explicó que uno de los más grandes logros de los videntes de la época colonial fue un esquema que él llamaba la progresión de tres vueltas. Los videntes, al entender la naturaleza del hombre, llegaron a la conclusión indisputable de que si uno se las puede ver con los pinches tiranos, uno ciertamente puede enfrentarse a lo desconocido sin peligro, y luego incluso, uno puede sobrevivir a la presencia de lo que no se puede conocer.
– La reacción del hombre común y corriente es pensar que debería invertirse ese orden -prosiguió-. Es natural creer que un vidente que se puede enfrentar a lo desconocido puede, por cierto, hacer cara a cualquier pinche tirano. Pero no es así. Lo que destruyó a los soberbios videntes de la antigüedad fue esa suposición.
Es solo ahora que lo sabemos. Sabemos que nada puede templar tan bien el espíritu de un guerrero como el tratar con personas imposibles en posiciones de poder. Solo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se puede conocer.
A grandes voces, disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales como los tiranos mismos. Señalé que se habían realizado incontables estudios sobre los efectos de la tortura física y sociológica sobre ese tipo de víctimas.
– La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de víctimas, no de guerreros. Yo también creía lo mismo que tú. Ya te contaré lo que me hizo cambiar, pero primero volvamos otra vez a lo que te estaba diciendo acerca de los tiempos coloniales. Los videntes de aquella época tuvieron la mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar cualquier cosa. Ellos fueron los afortunados. En aquel entonces había pinches tiranos hasta en el mole.
"Después de esos maravillosos años de abundancia, las cosas cambiaron mucho. Nunca más volvieron a tener tanto alcance los pinches tiranos; sólo durante aquella época fue ilimitada su autoridad. El ingrediente perfecto para producir un soberbio vidente es un pinche tirano con prerrogativas ilimitadas.
"Desgraciadamente, en nuestros días, los videntes tienen que llegar a extremos para encontrar un pinche tirano que valga la pena. La mayor parte del tiempo tienen que conformarse con insignificancias.
– ¿Usted encontró a un pinche tirano, don Juan?
– Tuve suerte. Un verdadero ogro me encontró a mí. Sin embargo, en aquel entonces, yo me sentía como tú, no podía considerarme afortunado, aunque mi benefactor me decía lo contrario.
Don Juan dijo que su penosa experiencia comenzó unas semanas antes de conocer a su benefactor. Apenas tenia veinte años de edad en aquel entonces. Había conseguido un empleo como jornalero en un molino de azúcar. Siempre había sido muy fuerte, y por eso le era fácil conseguir trabajos para los que se requerían músculos. Un día, mientras movía unos pesados costales de azúcar llegó una señora. Estaba muy bien vestida y parecía ser mujer rica y de autoridad. Dijo don Juan que la señora quizá tenía unos cincuenta años de edad, y que se le quedó viendo, luego habló con el capataz y partió.
El capataz se acercó a don Juan, diciéndole que si le pagaba, él lo recomendaría para un trabajo en la casa del patrón. Don Juan le respondió que no tenía un centavo. El capataz sonrió y le dijo que no se preocupara, que el día de pago tendría bastante. Palmeó la espalda de don Juan y le aseguró que era un gran honor trabajar para el patrón.
Don Juan dijo que, puesto que él era un humilde indio ignorante que vivía al día, no solo se creyó hasta la ultima palabra, sino que hasta creyó que una hada benévola le había hecho un regalo. Prometió pagarle al capataz lo que quisiera. El capataz mencionó una considerable suma, que tenia que pagarse en abonos.
De inmediato, el capataz llevó a don Juan a la casa del patrón que quedaba bastante lejos del pueblo, y ahí lo dejó con otro capataz, un hombre enorme, sombrío y de físico horrible que le hizo muchas preguntas. Quería saber acerca de la familia de don Juan. Don Juan le contestó que no tenía familia alguna. Eso agradó tanto al hombre que llegó a sonreír, mostrando sus dientes carcomidos.
Le prometió a don Juan que le pagarían mucho, y que incluso estaría en posición de ahorrar dinero, porque no tendría que gastarlo ya que iba a vivir y comer en la casa.
La manera como el hombre se rió aterró tanto a don Juan que de inmediato trató de salir corriendo. Llegó hasta la entrada, pero el hombre le cortó el camino con un revólver en la mano. Lo amartilló y lo empujó con fuerza contra el estómago de don Juan.
– Estás aquí para trabajar como burro -dijo-. Que no se te olvide.
Con mucha fuerza empujó a don Juan, y le pegó con un garrote. Lo arrastró a un costado de la casa y después de comentar que él hacía trabajar a sus hombres de sol a sol y sin descanso, puso a trabajar a don Juan, desenterrando dos enormes troncos de árbol cortados. También le dijo a don Juan que si otra vez intentaba escapar o acudir a las autoridades lo mataría a balazos.
– Trabajarás aquí hasta que te mueras -le dijo-. Y después otro indio tomará tu puesto, así como tú estás tomando el puesto de un indio muerto.
Don Juan dijo que la casa parecía una fortaleza inexpugnable, con hombres armados con machetes por doquier. Así que hizo lo único sensato que podía hacer: ponerse a trabajar y tratar de no pensar en sus cuitas. Al final de la jornada, el hombre regresó y, porque no le gustó la mirada desafiante en los ojos de don Juan, se lo llevó a patadas hasta la cocina. Amenazó a don Juan con cortarle los tendones de los brazos si no le obedecía.