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El hermano Edwig se aclaró la garganta.

– Hermano p-prior, creo que deberíamos dar las gr-gracias por los alimentos y levantarnos de la mesa. Casi es la hora de completas.

El prior dio las gracias atropelladamente, y los obedienciarios se levantaron y abandonaron el refectorio, mientras sus hermanos de la mesa larga esperaban a que salieran para imitarlos. Cuando iba a cruzar la puerta, el hermano Edwig se acercó a mí.

– Siento que v-vuestra cena se haya visto perturbada dos veces, doctor Sh-Shardlake -dijo con voz untuosa-. Es muy lamentable. Debo pediros que nos perdonéis.

– No hay de qué, hermano. Cuanto mejor conozca la vida en Scarnsea, más deprisa avanzará mi investigación. Por cierto, os estaría muy agradecido si mañana pudierais dedicarme unos momentos de vuestro tiempo, acompañado por vuestros libros de contabilidad más recientes. Hay varios puntos relacionados con las investigaciones del comisionado Singleton que me gustaría discutir con vos.

Confieso que disfruté con la expresión de desconcierto que se adueñó del rostro del tesorero. Me despedí con una inclinación de cabeza y me acerqué a Mark, que estaba mirando por una ventana. La nieve seguía cayendo y cubriéndolo todo de blanco, amortiguando los ruidos y desdibujando las formas, mientras las encorvadas y encapuchadas figuras de los monjes cruzaban el patio del claustro en dirección a la iglesia para celebrar las completas, el último oficio del día, y las campanas volvían a lanzar al aire su ensordecedor tañido.

9

Mark volvió a tumbarse en el catre en cuanto llegamos a la habitación. Yo estaba tan cansado como él, pero necesitaba organizar mis impresiones de todo lo ocurrido durante la cena, de modo que me mojé la cara en la jofaina y fui a sentarme ante el fuego. Aunque muy débilmente, los cánticos de los monjes llegaban hasta mis oídos a través de la ventana.

– Escucha -le dije a Mark-. El oficio de completas. Los monjes están rogando a Dios que vele por sus almas al final del día. Bueno, ¿qué piensas de esta santa comunidad de Scarnsea?

– Estoy demasiado cansado para pensar -gruñó Mark.

– Vamos, es tu primer día en un monasterio. ¿Qué te ha parecido?

Mi joven ayudante se incorporó a regañadientes, apoyó la barbilla en un codo y adoptó una expresión pensativa. Las sombras que arrojaban las velas subrayaban los tenues pliegues de su fino rostro. «Un día -me dije-, se convertirán en auténticas arrugas, con surcos tan profundos como los míos.»

– Es un mundo de contradicciones. Por un lado, su vida parece un mundo aparte. Sus hábitos negros, esas oraciones… El hermano Gabriel dice que están aislados del mundo y del pecado. Pero ¿habéis visto cómo me mira, el muy bellaco? ¡Y cómo viven! Buenos fuegos, tapices, la mejor comida que he probado en mi vida… Y juegan a las cartas como los parroquianos de cualquier taberna.

– Sí. San Benito estaría tan indignado como lord Cromwell si conociera su regalada vida. El abad Fabián se comporta como un lord, y en realidad lo es; no en vano se sienta en la Cámara, como la mayoría de los abades.

– Creo que el prior no lo aprecia demasiado.

– El prior Mortimus se presenta a sí mismo como un simpatizante de los reformistas, un enemigo de la vida relajada. Desde luego, sabe cómo hacer pasar las de Caín a los que tiene debajo. Y yo diría que disfruta haciéndolo.

– Me recuerda a un par de profesores míos.

– Los profesores no maltratan a sus alumnos hasta hacerlos perder el conocimiento. La mayoría de los padres tendrían mucho que decir sobre el trato que le ha dispensado al chico. Al parecer, no hay maestro de novicios propiamente dicho. No hay bastantes vocaciones. Los novicios están totalmente a merced del prior.

– El enfermero ha salido en defensa del chico. Parece un buen hombre, aunque sea negro como un tizón.

– Y el hermano Gabriel también lo ha defendido -dije asintiendo-. Ha amenazado al prior con acudir al abad. No me imagino al abad Fabián preocupado por el bienestar de los novicios; pero, si el prior se deja llevar por su afición a la brutalidad, tendrá que llamarlo al orden de vez en cuando para evitar un escándalo. Bueno, ahora ya los conocemos a todos, a los cinco que sabían el auténtico motivo de la visita de Singleton: el abad Fabián, el prior Mortimus, el hermano Gabriel, el hermano Guy y, por supuesto, el tesorero.

– El hermano E-Edwig -tartamudeó Mark.

– Por mucho que se le trabe la lengua -repuse sonriendo-:, es un hombre con enorme poder en el monasterio.

– A mí me parece un sapo pegajoso.

– Sí, reconozco que a mí tampoco me cae simpático. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias. El granuja más grande que he conocido en mi vida se comportaba como el más caballeroso de los hombres. Y la noche en que asesinaron a Singleton el tesorero estaba ausente.

– Pero ¿qué motivo podía tener ninguno de ellos para matar a Singleton? No haría más que aumentar las razones de lord Cromwell para cerrar el monasterio.

– ¿Y si el motivo fuera más personal? ¿Y si Singleton hubiera descubierto algo? Llevaba aquí varios días. ¿Y si estuviera a punto de acusar a alguien de un delito grave?

– El doctor Goodhaps ha dicho que el día que lo mataron estaba examinando los libros de cuentas.

Asentí.

– Sí, por eso quiero echarles un vistazo. Pero no dejo de darle vueltas al modo en que lo mataron. Si alguien quería silenciarlo, le habría bastado con clavarle un cuchillo entre las costillas. ¿Y por qué profanar la iglesia?

Mark movió la cabeza.

– Me pregunto dónde habrá escondido la espada el asesino, si es que utilizó una espada. Y la reliquia. Y su ropa, que estaría empapada en sangre.

– En esta inmensa madriguera, debe de haber miles de escondrijos. Además -dije tras reflexionar unos instantes-, en la mayoría de los edificios hay una actividad constante.

– ¿Los edificios auxiliares: la destilería, el taller de cantería y los demás?

– Sobre todo ésos. Tenemos que mantener los ojos bien abiertos hasta que conozcamos bien este lugar y tratar de localizar posibles escondites.

Mark soltó un suspiro.

– Puede que el asesino haya enterrado la ropa y la espada. Pero, si sigue nevando, no podremos comprobar si hay algún sitio donde hayan removido la tierra recientemente.

– No. Bueno, mañana empezaré por interrogar al sacristán y al tesorero, esos dos enemigos fraternales. Y me gustaría que tú hablaras con esa joven, Alice.

– Ya me he ganado una reprimenda del hermano Guy.

– He dicho hablar, nada más; no quiero problemas con el hermano Guy. Tú sabes tratar con las mujeres. Esa muchacha parece inteligente y seguro que conoce tantos secretos sobre el monasterio como el que más.

Mark se removió en el catre, incómodo.

– No quisiera que pensara que… que me gusta, cuando sólo se trata de conseguir información.

– Nuestro trabajo aquí consiste en conseguir información. No tienes por qué engañarla. Si te revela algo que nos sea útil, yo me encargaré de que la recompensen. Le buscarán otro sitio. Una mujer como ella no debería estar pudriéndose entre estos monjes.

– Me parece que a vos también os gusta, señor -dijo Mark sonriéndome-. ¿Os habéis fijado en sus ojazos?

– No es una mujer del montón… -respondí evasivamente.

– Sigue pareciéndome mal engatusarla para sacarle información.

– Mira, Mark, si quieres trabajar al servicio de la ley o el Estado, tendrás que ir acostumbrándote a engatusar a la gente.

– Sí, señor -respondió él sin convicción-. Es que… no me gustaría ponerla en peligro.

– Tampoco a mí. Pero en peligro podríamos estar todos.

Mark se quedó callado durante unos instantes.

– ¿Podría tener razón el abad en lo de la brujería? Eso explicaría la profanación de la iglesia.

Negué con la cabeza.