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Al cabo de unos instantes, el hermano Guy entró en la cocina.

– El hermano August necesita su cuña, Alice.

– Enseguida -respondió la muchacha haciendo una reverencia y dejándonos solos.

Fuera, las campanas empezaron a tocar tan ruidosamente que parecían resonar dentro de mi cabeza.

– El funeral por el comisionado Singleton se celebrará dentro de una hora.

– Hermano Guy -murmuré apurado-, ¿puedo consultaros profesionalmente?

– Por supuesto. Estaré encantado de ayudaros.

– Siento molestias en la espalda. Desde el viaje a caballo hasta aquí, no ha dejado de dolerme en la parte en que… sobresale.

– ¿Queréis que os examine?

Respiré hondo. No me gustaba la idea de mostrar mi deformidad a un extraño, pero había estado padeciendo desde que salimos de Londres y empezaba a preguntarme si no me habría hecho algún daño irreparable.

– De acuerdo -murmuré, y empecé a quitarme el jubón.

El hermano Guy se colocó detrás de mí, y al cabo de un momento sentí que sus fríos dedos empezaban a palparme los agarrotados músculos de la espalda.

El enfermero apartó las manos y soltó un gruñido.

– ¿Y bien? -le pregunté preocupado.

– Los músculos han sufrido un espasmo. Están muy agarrotados. Pero no veo ninguna lesión en la columna. Con tiempo y descanso, el dolor debería remitir -dijo el enfermero colocándose frente a mí y examinándome el rostro con una fría mirada profesional-. ¿Os duele la espalda a menudo?

– De vez en cuando -respondí vistiéndome-. Pero la cosa no tiene remedio.

– Estáis sometido a una fuerte presión. Eso no ayuda.

– Desde que llegamos, no he dormido bien ni una sola noche -gruñí-. Pero no es de extrañar.

El hermano Guy me escrutaba con sus grandes ojos castaños.

– ¿No os pasaba antes de llegar aquí?

– Soy de naturaleza melancólica. Durante los últimos meses, la cosa ha ido a peor. Me temo que el equilibrio de mis humores se está alterando.

El enfermero asintió.

– Creo que tenéis la mente sobreexcitada, lo cual no es extraño, después de lo que habéis presenciado aquí.

Permanecí en silencio durante unos instantes.

– No puedo evitar sentirme responsable de la muerte del novicio.

No era mi intención abrirme a él de aquel modo, pero el hermano Guy tenía la habilidad de hacer hablar a los demás.

– Si hay algún responsable, ése soy yo. Lo envenenaron mientras estaba a mi cuidado.

– Después de todo lo que ha ocurrido aquí, ¿no tenéis miedo?

El enfermero negó con la cabeza.

– ¿Quién iba a querer hacerme daño? No soy más que un moro viejo. Acompañadme a la enfermería -dijo el hermano Guy tras una pausa-. Tengo una infusión que podría ayudaros. Hinojo, lúpulo y algún ingrediente más.

– Gracias.

Lo seguí por el pasillo y me senté a la mesa mientras él seleccionaba hierbas y ponía agua a hervir. Alcé la vista hacia el crucifijo español que había colgado en la pared de enfrente y recordé que el día anterior había visto al enfermero tumbado boca abajo ante él.

– ¿Os trajisteis ese crucifijo de vuestra tierra?

– Sí, me ha acompañado en todos mis viajes -respondió el hermano Guy echando las hierbas a un cazo-. Cuando esté preparada la infusión, tomad un poco, pero no demasiado, si no queréis pasaros el día durmiendo -me advirtió, e hizo una pausa-. Os agradezco que hayáis confiado en mí para que os examinara.

– Debo confiar en vos como médico, hermano Guy. -Tras una pausa, añadí-: Tengo la impresión de que os molestó lo que dije ayer sobre los rezos del funeral.

El enfermero inclinó la cabeza.

– Comprendo vuestro punto de vista. Vos creéis que Dios es indiferente a la oración.

– Creo que sólo la gracia de Dios puede salvarnos. ¿No estáis de acuerdo? Vamos, olvidémonos de mi cargo por unos instantes y hablemos libremente, como simples cristianos.

– ¿Como simples cristianos? ¿Tengo vuestra palabra?

– Sí, la tenéis. ¡Por el amor de Dios, esa infusión apesta!

– Tiene que hervir un poco más -dijo el hermano Guy, cruzándose de brazos-. Comprendo que en Inglaterra soplen aires de reforma. En la Iglesia ha habido mucha corrupción. Pero la Reforma podría tomar ejemplo de lo que se ha hecho en España. Hoy miles de frailes españoles trabajan en medio de terribles privaciones para convertir a los indios de América.

– No me imagino a los frailes ingleses en esas condiciones.

– Ni yo. Pero España ha demostrado que la Reforma es posible.

– Y, como premio, el Papa le ha dado la Inquisición.

– Mi temor no es que la Iglesia inglesa se reforme, sino que se destruya.

– Pero ¿qué se destruiría? ¿Qué? ¿El poder del papado, la falsa doctrina del purgatorio?

– Los Artículos de Religión promulgados por el rey reconocen que el purgatorio podría existir.

– Ésa es una de las lecturas. Yo creo que el purgatorio es una invención. Cuando morimos, nuestra salvación sólo depende de la gracia de Dios. Las oraciones de los que quedan en la tierra no sirven de nada.

El hermano Guy movió la cabeza.

– Pero entonces, doctor Shardlake, ¿cómo podemos ganarnos la salvación?

– Mediante la fe.

– ¿Y la caridad?

– Si uno tiene fe, la caridad viene por sí sola.

– Martín Lutero sostiene que la salvación no depende en absoluto de la fe. Dios predetermina si un alma se salvará o se condenará incluso antes del nacimiento. Me parece una doctrina inhumana.

– Así interpreta Lutero a san Pablo, en efecto. Yo, y muchos como yo, opinamos que se equivoca.

– Pero si se permite que cada cual interprete la Biblia a su manera, ¿no surgirán filosofías tan inhumanas como ésa en todas partes? ¿No tendremos otra torre de Babel?

– Dios nos guiará.

El enfermero se levantó y posó en mí sus ojos ensombrecidos por… ¿por qué? ¿Por la tristeza? ¿Por la amargura? El hermano Guy no era un hombre fácil de entender.

– Entonces, ¿vos lo desmantelaríais todo?

Asentí.

– Sí, lo haría. Decidme, hermano, ¿creéis, como el hermano Paul, que el mundo camina hacia su fin, hacia el Día del Juicio?

– Ésa ha sido la doctrina de la Iglesia desde tiempo inmemorial.

– Pero ¿ha de ser así? -le pregunté inclinándome hacia él-. ¿No es posible transformar el mundo, hacerlo como Dios quiso que fuera?

El hermano Guy juntó las manos ante sí.

– Durante mucho tiempo, la Iglesia católica ha sido la única luz de la civilización en este mundo. Sus doctrinas y ritos nos hermanan con la humanidad sufriente y con todos los muertos cristianos. Y nos exhortan a la caridad. Sin embargo, vuestra doctrina dice que los hombres deben buscar la salvación de sus almas mediante la oración y la Biblia. Eso acabará con la caridad y la fraternidad.

Recordé mi niñez y volví a ver al rechoncho y beodo padre Andrew asegurando que nunca podría ordenarme.

– La Iglesia se mostró poco caritativa conmigo cuando era niño -dije con amargura-. Busco a Dios en mi corazón.

– ¿Y lo habéis encontrado en él?

– Una vez Él lo visitó, sí.

El enfermero sonrió con tristeza.

– Hasta ahora, un hombre de Granada, o de cualquier otro lugar de Europa, podía entrar en cualquier iglesia de Inglaterra, oír las mismas misas en latín y encontrarse de inmediato como en casa. Desaparecida esa hermandad internacional, ¿quién pondrá freno a las disputas entre los príncipes? ¿Qué será de los hombres como yo, que nos encontramos solos en una tierra hostil? A veces, cuando voy a Scarnsea, los niños me arrojan desperdicios por la calle. ¿Qué me arrojarán cuando el monasterio ya no esté aquí para protegerme?