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En el pequeño cuarto sin ventanas, Alice, sentada en la carriola, metía ropa en una gran alforja de cuero. Cuando alzó la cabeza hacia mí, en sus grandes ojos azules había miedo, un miedo que tensaba sus marcadas y enérgicas facciones y que me hizo sentir una pena desesperada.

– ¿Te vas de viaje? -le pregunté, y me quedé sorprendido de la normalidad de mi voz, porque temía soltar un gruñido de dolor. Alice no dijo nada; se quedó inmóvil sobre la cama, con las manos en las correas de la alforja-. ¿Bien, Alice? -Esta vez la voz sí me tembló-. Alice Fewterer, aunque el apellido de soltera de tu madre era Smeaton… -Alice enrojeció, pero permaneció callada-. ¡Dios, Alice, daría mi mano derecha por que esto no fuera cierto! -exclamé, y respiré hondo-. Alice Fewterer, te detengo en nombre del rey por el brutal asesinato de su comisionado, Robin Singleton.

Cuando Alice habló al fin, su voz temblaba de emoción.

– No fue un asesinato. Fue justicia. Justicia.

– A ti puede que te lo parezca. Entonces… estoy en lo cierto. ¿Mark Smeaton era tu primo?

Alice alzó la cabeza. Sus ojos se entrecerraron, como si estuviera calculando algo. Luego habló con voz clara, pero teñida de una serena ferocidad como espero no volver a oír de labios de una mujer.

– Más que mi primo. Era mi amante.

– ¿Qué?

– Su padre, el hermano de mi madre, se marchó a Londres en busca de fortuna cuando era un muchacho. Mi madre nunca le perdonó que dejara a la familia; pero, cuando el hombre con el que iba a casarme murió, fui a Londres para pedir hospitalidad a mi tío, aunque mi madre intentó disuadirme. Aquí no había trabajo.

– ¿Y te acogió?

– John Smeaton y su mujer eran buenas personas. Muy buenas. Me alojaron en su casa y me ayudaron a encontrar trabajo como ayudante de un boticario. De esto hace cuatro años; Mark ya era músico en la corte. Gracias a Dios, mi tía murió de fiebres y no tuvo que asistir a lo que ocurrió después. -Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero Alice se las secó y volvió a alzarlos hacia mí. Una vez más, creí distinguir en ellos algo parecido al cálculo, algo que no supe descifrar-. Pero todo eso ya debéis de saberlo… comisionado. -Nunca había oído tanto desprecio concentrado en una sola palabra-. Si no, no estaríais aquí.

– Hasta hace media hora no sabía nada con certeza. La espada me condujo a John Smeaton… Ahora entiendo que me suplicaras que no fuera a Londres el día que me acompañaste a la marisma. Pero en Londres tampoco estaba haciendo progresos. Me desconcertaba que, según los documentos, Smeaton no tuviera parientes varones y sus propiedades hubieran acabado en manos de una anciana. ¿Tu madre?

– Sí.

– He pasado todo este tiempo pensando en los nombres de los que viven en el monasterio, preguntándome quién tenía la fuerza y la habilidad para decapitar a un hombre, y en Londres seguí haciéndolo. Pero, de pronto, me dije: ¿y si John Smeaton tuviera otro pariente femenino? Había dado por sentado que el asesinato lo cometió un hombre, pero acabé comprendiendo que también podía haberlo hecho una mujer joven y fuerte. Y eso me condujo a ti -concluí con tristeza-. El mensaje que acabo de recibir confirma que una joven visitó a Mark Smeaton en su celda la noche anterior a ser ejecutado, y la descripción coincide contigo. -La miré y negué con la cabeza-. Es terrible que una mujer haya cometido un crimen tan atroz.

– ¿Atroz? -Su voz seguía siendo serena, pero estaba teñida de amargura-. ¿Más atroz que lo que él hizo? -replicó con una firmeza, con un aplomo que me dejaron maravillado.

– Sé lo que le hicieron a Mark Smeaton -le dije-. Jerome me contó algo; el resto lo averigüé en Londres.

– ¿Jerome? ¿Qué tiene que ver Jerome?

– La noche que visitaste a tu primo, Jerome estaba en la celda de al lado. Cuando llegó aquí, debió de reconocerte. Y a Singleton también; por eso lo llamó embustero y perjuro. Y, por supuesto, cuando me juró que no sabía de ningún hombre del monasterio capaz de hacer algo así, era otro de sus retorcidos sarcasmos. Había adivinado que fuiste tú.

– A mí no me dijo nada. -Alice negó con la cabeza-. Debió hacerlo; son muy pocos los que saben lo que ocurrió realmente, las maldades que cometió vuestra gente.

– Cuando llegué aquí, ignoraba la verdad sobre Mark Smeaton, Alice, y sobre la reina. Tienes razón. Fue una maldad, un acto atroz.

La esperanza asomó a sus ojos.

– Entonces, dejadme ir, señor. Desde que llegasteis, no habéis dejado de sorprenderme, porque no sois un bruto como Singleton y los demás hombres de Cromwell. Sólo he hecho justicia. Por favor, dejadme ir.

Negué con la cabeza.

– No puedo. Lo que hiciste sigue siendo un asesinato. Debo ponerte bajo custodia.

– Señor, si lo supierais todo… -dijo Alice con voz suplicante-. Por favor, escuchadme. -Debí adivinar que quería retenerme allí, pero no la interrumpí. Iba a darme la explicación del asesinato de Singleton que tanto tiempo llevaba buscando-. Mark venía a visitar a sus padres tan a menudo como podía. Había pasado del coro del cardenal Wolsey al séquito de Ana Bolena, como músico. Pobre Mark… Se avergonzaba de sus orígenes, pero seguía visitando a sus padres. No es de extrañar que el esplendor de la corte se le subiera a la cabeza. Lo sedujo como os gustaría que sedujera a Mark Poer.

– Eso no ocurrirá nunca. A estas alturas ya deberías saberlo.

– Mark me llevó a ver los grandes palacios, Greenwich y Whitehall, pero sólo por fuera; nunca me dejó entrar, ni siquiera cuando ya éramos amantes. Decía que sólo podíamos vernos en secreto. A mí no me importaba. Pero un día volví de la botica y encontré en casa de mi tío, que ya estaba viudo, a Robin Singleton con un destacamento de soldados; le estaba gritando, tratando de obligarlo a decir que su hijo le había contado que se había acostado con la reina. Cuando comprendí lo que había ocurrido, me lancé sobre Singleton y no paré de golpearlo hasta que los soldados me inmovilizaron. -Alice frunció el entrecejo. Fue entonces cuando me di cuenta de la cólera que llevaba dentro-. Los soldados me echaron fuera, pero no creo que mi tío le hablara a Singleton de mi relación con Mark, ni le contara que éramos primos, porque de lo contrario también habrían ido a por mí para obligarme a mantener la boca cerrada.

»Mi pobre tío murió dos días después de que ejecutaran a Mark. Yo asistí al juicio y pude ver lo asustados que estaban los jurados. El veredicto se sabía de antemano. Intenté visitar a Mark en la Torre, pero no me dejaron pasar, hasta que la última noche un carcelero se apiadó de mí. Lo encontré cargado de cadenas en aquel lugar espantoso, vestido con los jirones de su lujosa ropa.

– Lo sé. Me lo contó Jerome.

– Cuando lo detuvieron, Singleton le aseguró que, si confesaba haberse acostado con la reina, el rey sería clemente y lo indultaría. Me dijo que al principio tenía la absurda seguridad de que, como no había hecho nada, la ley lo protegería -recordó Alice, y soltó una risa amarga-. ¡La ley inglesa es un potro en una mazmorra! Lo torturaron hasta que todo su mundo se redujo a un grito. Así que confesó, y le dejaron vivir como un tullido dos semanas, mientras lo juzgaban; luego le cortaron la cabeza. Lo vi; me encontraba entre la muchedumbre que asistió a la ejecución. Le había prometido que lo último que vería sería mi rostro. -Alice movió la cabeza-. Hubo mucha sangre…, un chorro de sangre llenando el aire. Siempre sangre.

– Sí. Siempre.

Recordé que Smeaton había confesado ante Jerome que se había acostado con muchas mujeres. El retrato de Alice lo idealizaba, pero no podía contarle aquello a ella.

– Y al cabo del tiempo Singleton apareció por aquí -le dije.

– ¿Podéis imaginaros cómo me sentí el día en que lo vi discutiendo con el ayudante del tesorero en la puerta de la contaduría? Había oído que un comisionado había venido a visitar al abad, pero no podía imaginar que fuera él…