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Mark tragó saliva.

– No podría hacerlo. A menos que me obliguéis -dijo, y se volvió hacia Alice-. Podemos atarlo, amordazarlo y encerrarlo en el aparador. No se les ocurrirá mirar aquí. ¿Cuándo descubrirá el hermano Guy que has desaparecido?

– Le he dicho que me acostaría temprano. No me echará en falta hasta que vea que no aparezco por la enfermería, a las siete. Para entonces, ya estaremos en el barco.

– Por favor, Mark, escúchame -dije tratando de ordenar mis ideas-. ¿Te has olvidado del hermano Gabriel, de Simón Whelplay de Orphan Stonegarden?

– ¡Yo no tuve nada que ver con sus muertes! -gritó Alice.

– Lo sé. Había considerado la posibilidad de que hubiera dos asesinos actuando juntos, pero nunca se me ocurrió que podía haber dos asesinos sin relación entre sí. Piensa en lo que has visto, Mark. Orphan Stonegarden, pudriéndose en el estanque; el hermano Gabriel, aplastado como un insecto; Simón, trastornado por un veneno… Me has ayudado, has estado a mi lado… ¿No te importa que el asesino siga suelto?

– Íbamos a dejaros una nota diciéndoos que Alice mató a Singleton.

– Por favor, escúchame. El hermano Edwig. ¿Lo han cogido?

Mark negó con la cabeza.

– No. Os seguí hasta la puerta del refectorio y oí a Bugge cuando os comunicó que teníais un mensaje. Os seguí hasta la portería y luego vi que os dirigíais a la enfermería. Pero el prior Mortimus me vio y me dijo que el tesorero no estaba en la contaduría ni en su celda. Parece que ha huido. Por eso he tardado tanto, Alice.

– ¡No podemos permitir que escape! -exclamé con exasperación-. Ha vendido tierras, creo que a espaldas del abad; tiene mil libras escondidas en alguna parte. Piensa huir en ese barco. Por supuesto, tenía que ganar tiempo hasta que llegara. Por eso mató a Simón, porque temía que el novicio me hablara de Orphan Stonegarden y yo lo hiciera detener.

Mark bajó la daga y me miró asombrado. Había conseguido captar su atención.

– ¿El hermano Edwig mató a Orphan Stonegarden?

– ¡Sí! Y luego intentó matarme a mí en la iglesia. Con esta nieve, pasarían días o semanas antes de que llegara alguien de Londres para reemplazarme, y para entonces ya estaría lejos. Harás el viaje a Francia en compañía de un asesino.

– ¿Estáis seguro de eso? -me preguntó Mark.

– Sí. Me equivoqué con el hermano Gabriel, pero esta vez no hay error posible. Lo que me has contado sobre el barco ha despejado mis últimas dudas. Edwig es un ladrón y un asesino despiadado. En conciencia, no puedes dejarlo escapar.

Por un segundo, lo vi titubear.

– ¿Estáis seguro de que el hermano Edwig mató a la muchacha? -me preguntó Alice.

– Totalmente. Tenía que ser uno de los obedienciarios que visitó a Simón Whelplay. Tanto el prior Mortimus como el hermano Edwig habían acosado a mujeres; Mortimus también te molestó a ti, pero Edwig no lo hizo… porque temía perder el control, como lo perdió con Orphan.

Mark se mordió el labio.

– No podemos permitir que escape, Alice.

– Me colgarán -dijo la joven mirándome con desesperación-, si es que no me queman. Y me acusarán de brujería por matar al gallo.

– Escucha -le dijo Mark-. Cuando lleguemos al barco, podemos decirles que no esperen, que zarpen esta noche. Así no podrá huir con su apestoso oro. No querrán esperar a un asesino.

– Sí -respondió Alice aliviada-. Haremos eso.

– Seguirá estando libre -les recordé.

Mark respiró hondo.

– Entonces tendréis que capturarlo solo, señor. Lo siento.

– Tenemos que irnos -lo urgió Alice-. La marea cambiará pronto.

– Hay tiempo. Según el reloj de la abadía, son las ocho; falta media hora para la pleamar. Nos sobra tiempo para cruzar la marisma.

– ¿Cruzar la marisma? -les pregunté con incredulidad.

– Sí -respondió Alice-. Por el camino que os mostré. El bote nos espera en el estuario.

– ¡No podéis hacer eso! -les grité-. ¿No habéis visto el tiempo que hace? La nieve se está derritiendo, la marisma no será más que barro líquido… He entrado por el canal esta tarde; he visto cómo estaba y ahora estará mucho peor. El agua del deshielo está bajando por las Downs. Y la niebla cada vez es más espesa. ¡No lo conseguiréis! ¡Debéis creerme!

– Conozco bien los caminos -dijo Alice-. No me perderé -aseguró, pero me pareció que dudaba.

– ¡Por amor de Dios, Mark! ¡Vais a una muerte segura, créeme!

Mark respiró hondo.

– Alice conoce el camino. Aquí es donde nos espera la muerte.

Solté un profundo suspiro.

– Dejaré que Alice escape. Que se vaya ahora mismo y rehaga su vida donde le plazca. No diré nada sobre su implicación, lo juro. ¡Por Dios santo, os estoy diciendo que seré cómplice vuestro, que pondré en peligro mi vida por los dos! ¡Pero no vayáis a la marisma!

Alice miró a Mark con desesperación.

– ¡No me abandones, Mark! ¡Lo conseguiremos!

– ¡Os digo que no lo conseguiréis! ¡No habéis visto cómo está la marisma!

Mark paseó la mirada entre los dos con la angustia y la indecisión pintadas en el rostro. Vuelvo a verlo y pienso: qué joven era, qué joven para tener que decidir su destino y el de Alice en un instante. Mark se volvió hacia mí, y el alma se me cayó al suelo.

– Tengo que ataros, señor. Procuraré no haceros daño. ¿Dónde tienes el camisón, Alice?

La muchacha sacó la prenda de debajo del almohadón, y Mark la hizo tiras con la daga.

– Tumbaos boca abajo, señor.

– Por lo que más quieras, Mark… -le supliqué, pero él me agarró de los hombros y me obligó a echarme. Me ató las manos a la espalda y luego las piernas, y me dio la vuelta-. Mark, no vayas a la marisma…

Fueron las últimas palabras que pude decirle antes de que me metiera un trozo de camisón en la boca, que a punto estuvo de ahogarme. Alice abrió las puertas del pequeño aparador, y me metieron dentro entre los dos. Mark se irguió y me miró dubitativo.

– Espera un momento. Le dolerá la espalda.

Alice lo observó con impaciencia mientras cogía el almohadón y me lo ponía detrás de la espalda.

– Lo siento -me susurró.

Luego se levantó y cerró las puertas. A mi alrededor la oscuridad era absoluta. Un instante después, los oí cerrar la puerta de la habitación con suavidad.

Tenía ganas de vomitar, pero sabía que si lo hacía seguramente me ahogaría. Me recosté contra el almohadón y respiré profundamente por la nariz. Alice había dicho que el hermano Guy no la echaría de menos hasta las siete, cuando viera que no se presentaba en la enfermería. Tenía once horas para esperar.

32

Dos veces durante aquella larga y fría noche me pareció oír gritos a lo lejos; la gente estaría buscándonos a Mark y a mí, y también a Edwig. Debí de quedarme dormido, porque soñé con la cara de Jerome, que me miraba y se reía como un lunático al verme atado en el interior del aparador; luego me desperté sobresaltado en la densa oscuridad, sintiendo que las ligaduras me desollaban las muñecas.

Llevaba despierto horas, cuando al fin oí pasos en la habitación. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y golpeé con los pies la puerta del aparador, que se abrió al cabo de un instante. Súbitamente deslumbrado, parpadeé hasta que mis ojos se habituaron a la luz del día y me permitieron ver al hermano Guy, que, de pie junto al aparador, me miraba con la boca abierta. En ese momento, lo primero que se me ocurrió fue que, para ser un hombre de su edad, tenía una dentadura envidiable.

El enfermero me desató y, tras recomendarme que me moviera despacio para no hacerme daño en la espalda, me ayudó a salir del aparador y ponerme en pie. Luego me acompañó a mi habitación, donde me apresuré a sentarme ante el fuego, pues estaba muerto de frío. Cuando le conté lo ocurrido y supo que Alice había asesinado a Singleton, se dejó caer sobre la cama con un gruñido.