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El teniente comandante empezó con una insípida reseña como las que pueden encontrarse en cualquier calendario de la flota: Misión de los submarinos. Submarinos alemanes durante la Primera Guerra Mundiaclass="underline" Wedingen, el submarino U 9 decide la campaña de los Dardanelos, en total trece millones de toneladas brutas de registro; luego nuestros primeros submarinos de doscientas cincuenta toneladas, motores eléctricos bajo el agua y diesel en la superficie; el nombre de Prien, y en seguida Prien con el U 47, y el teniente comandante Prien hundió el Royal Oak -ya lo sabíamos, ya lo sabíamos-, y luego el Repulse, y Schuhart el Courageous, etcétera, etcétera.

Y a continuación, lo de siempre: "… la tripulación es una hermandad jurada, porque lejos de la patria, qué tensión de nervios, podéis imaginároslo, nuestro barco en mitad del Atlántico o del Ártico, como una lata de sardinas, estrecha húmeda cálida, los hombres obligados a dormir sobre los torpedos de reserva, días y días sin que pase nada, vacío el horizonte, y luego finalmente un convoy, la escolta formidable, todo tiene que hacerse al mi límetro, ni una palabra que sobre; y cuando nuestro primer buque cisterna, el Arndale, de dieciséis mil doscientas toneladas de desplazamiento, construido en treinta y siete, con dos anguilas en el mero centro, entonces, créamelo usted o no, querido doctor Stachnitz, pensé en usted, y sin desconectar empecé en voz alta: qui quae quod, cuius cuius cuius… hasta que nuestro primer teniente me gritó por el altavoz: `¡Muy bien, señor comandante, tiene usted el día libre!'.

Pero, por desgracia, una misión contra el enemigo no consiste sólo en ataques y fuego el uno y fuego el dos; durante días y días el mismo mar monótono, el balanceo y el cabeceo del barco, y arriba el cielo, un cielo que da vértigo, podéis creerlo, y puestas de sol…"

Pese a que había hundido doscientas cincuenta mil toneladas brutas de registro, un crucero ligero de la clase Despatch y un cazatorpedero de la clase Tribal, aquel teniente comandante llenó más su disertación con verbosas descripciones de la naturaleza que con los detalles de sus éxitos, extendiéndose al propio tiempo en metáforas atrevidas como, por ejemplo: "…con la popa hirviendo en un mar de blanquísima espuma deslumbrante, una preciosa cola de ondulante encaje sigue al barco, que cual novia ricamente ataviada avanza al encuentro de la muerte".

Risas sofocadas, y no sólo entre las muchachas de trenzas, cuando otra figura vino acto seguido a borrar por completo a la novia: "El submarino es como una ballena con joroba, cuyo mar de popa se parece a la barba profusamente rizada de un húsar".

Por otra parte, el teniente comandante se pintaba solo para dar a las escuetas indicaciones técnicas una entonación como de narración fabulosa. Es probable que su disertación se dirigiera más a Papá Brunies, su antiguo profesor de alemán, conocido como entusiasta de Eichendorff, que a nosotros -como que la riqueza de léxico de sus composiciones escolares había sido reiteradamente mencionada por Klohse -, y así, palabras como las de "bomba de popa" o "timonel" eran pronunciadas por él con un dejo misterioso.

Creería probablemente que al hablar de "radiogoniómetro" y de "aguja giroscópica" nos con taba algo nuevo, siendo así que, en realidad, todas aquellas monsergas nos las sabíamos de memoria. Pero él adoptaba aires de abuela contando cuentos de hadas, y pronunciaba todo eso de "turno de guardia" o "mamparo hermético", o inclusive una expresión tan corriente como la de "mar de oleaje cruzado", con el mismo susurro misterioso con que el bueno de Andersen o los hermanos Grimm hablaron en su día de los "impulsos de Asdic". La cosa subió de punto cuando empezó a pintar puestas de soclass="underline" "Y antes de que la noche atlántica descienda sobre nosotros como un velo hecho por arte de magia de cuervos negros, amontónanse colores cuales nunca los vemos en la tierra firme: inflámase un anaranjado carnoso y antinatural, y luego vaporoso e ingrávido, iluminado en los bordes como en los cuadros de los antiguos maestros, en cuyo medio flotan nubes de delicado plumaje; ¡qué peregrina luz sobre el oleaje sanguinolento!" Con la tiesa golosina colgándole del cuello, hizo también retumbar y susurrar un órgano de colores, pasando del azul acuoso y el vidrioso amarillo limón hasta el pardo purpúreo.

Se le encendían las amapolas en el cielo, y entre ellas flotaban nubes plateadas que luego se empañaban de rojo: "¡Como si pájaros y ángeles se desangraran!", dijo textualmente con su boca de orador. Y luego, de repente, dejó que de ese cielo tan audazmente descrito y de esas nubecillas bucólicas saliera zumbando un hidroavión del tipo Sunderland en dirección del submarino. Pero no le hizo nada.

Y luego abrió con la misma boca de orador, pero sin metáforas, la segunda parte de su conferencia. Concisa, seca, convencionaclass="underline" "Estoy sentado en la silla del periscopio. Atacamos. Probablemente un barco frigorífico: se hunde por la popa. Nos sumergimos a ciento diez. Destroyer a la vista, en los ciento setenta. Babor diez, nuevo curso a ciento veinte, nos mantenemos a ciento veinte, el ruido de la hélice se desvanece, vuelve, lo tenemos a ciento ochenta grados, buques patrulla: seis siete ocho once: se va la luz, se enciende el alumbrado de emergencia, y las estaciones responden todas claramente una tras otra. El destroyer se ha detenido. Última anotación ciento sesenta, babor diez. Nuevo curso cuarenta y cinco grados…".

Por desgracia a este inciso realmente apasionante siguieron de inmediato nuevas ilustraciones poéticas, tales como: "El invierno atlántico", o "el Mediterráneo fosforescente", así como un cuadro de ambiente: "Navidad en el submarino", con la obligada escoba transformada en árbol de Navidad. Para terminar improvisó, confiriéndole carácter místico, el retorno después de la misión cumplida con Ulises y todos los demás tópicos de rigor: ''Las primeras gaviotas anuncian el puerto". No recuerdo si el director Klohse terminó la sesión con las palabras rituales: "Y ahora a trabajar", o si cantamos "Nos gustan las tormentas".

Recuerdo más bien el aplauso sordo pero respetuoso y el desordenado levantarse de los asientos iniciado por las muchachas y las trenzas. Cuando me volví hacia Mahlke, éste había desaparecido y sólo pude ver emerger dos o tres veces su raya frente a la salida de la derecha, pero no logré bajarme del nicho de la ventana a las baldosas enceradas, ya que durante la conferencia se me había dormido una de las piernas.

No volví a topármelo hasta los vestidores que estaban a un lado del gimnasio pero no se me ocurrió nada para iniciar la conversación. Ya mientras nos cambiábamos empezaron a circular rumores que luego se confirmaron, de que el teniente comandante, no obstante no estar en forma, había pedido permiso a su antiguo profesor de gimnasia, Mallenbrandt, para poder tomar parte en una de las lecciones en el viejo gimnasio familiar, y de que era a nosotros a quienes iba a corresponder el honor de acompañarlo en ello.