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– Encerraré a Dudley -masculló Mal.

Buzz meneó la cabeza.

– Piensa de nuevo lo que has dicho. No hay pruebas en cuanto a Hartshorn, y lo otro es el homicidio de un mexicano ocurrido hace ocho años. Un policía con el prestigio de Dudley… Estás tan chiflado como él si piensas que podrás hacer algo.

Mal imitó un acento irlandés.

– Entonces lo mataré, muchacho.

– Vete a la mierda.

– He matado antes, Meeks. Puedo hacerlo de nuevo. Buzz notó que hablaba en serio, que le gustaba la idea.

– Socio, un nazi en la guerra no es lo mismo.

– ¿Estabas enterado de eso?

– ¿Por qué crees que temía que tú me hubieras tendido esa trampa, en vez de Dragna? Cuando un tipo tranquilo como tú mata una vez, puede hacerlo de nuevo.

Mal rió.

– ¿Alguna vez has matado a alguien?

– Me refugio en la Quinta Enmienda, jefe. ¿Quieres ir en busca de ese chulo?

Mal asintió.

– Es el número 7941… creo que está hacia el fondo de los bungalows.

– Esta noche serás el policía malo. Lo haces bien.

– No tanto como tú.

Buzz salió primero. Atravesaron el vestíbulo y salieron al patio por una puerta lateral, estaba oscuro y unos setos altos ocultaban los bungalows. Buzz siguió los números indicados en los postes de hierro forjado, descubrió el 7939 y dijo:

– Tiene que ser el próximo.

Disparos.

Uno, dos, tres, cuatro… cerca, del lado de los números impares. Buzz desenfundó el 38, Mal desenfundó y amartilló el arma. Corrieron hacia el 7941, se aplastaron contra la pared a ambos lados de la puerta y entraron. Buzz oyó pasos dentro. Los pasos se alejaban; Buzz miró a Mal, contó uno, dos, tres, con los dedos, se volvió y dio una fuerte patada a la puerta.

Dos disparos astillaron la madera por encima de su cabeza, el cañón de un arma relampagueó en una habitación a oscuras. Buzz se lanzó al suelo, Mal cayó encima de él y disparó dos veces a ciegas. Buzz vio a un hombre tendido en la alfombra, la bata de seda amarilla empapada de sangre desde la cintura hasta el cuello. Fajos de billetes rodeaban el cadáver.

Mal se levantó y avanzó. Buzz lo dejó ir. Oyó pasos, un estruendo, cristales rotos. No más disparos. Se levantó y examinó el cadáver: un hombre elegante con barba cuidada, manicura pulcra y el torso deshecho. Los billetes estaban envueltos en fajas que tenían el sello de un banco, el Beverly Hills Federal, y había por lo menos tres mil dólares en paquetes de quinientos. Buzz resistió la tentación, Mal regresó jadeando.

– Lo esperaba un coche -resolló-. Un sedán blanco último modelo.

Buzz propinó una patada a un paquete de dólares que chocó contra las iniciales E G. bordadas en la manga del muerto.

– Beverly Hills Federal. ¿Loftis había retirado el dinero de allí?

– Sí.

Sirenas a lo lejos.

Buzz se despidió del dinero.

– Loftis, Claire, el asesino, ¿qué opinas?

– Vayamos a verlos ahora. Antes de que los agentes nos pregunten qué…

– Coches separados -dijo Buzz, y echó a correr a toda prisa.

Mal llegó primero.

Buzz lo vio de pie en la calle, frente a la residencia De Haven, viró en redondo y apagó el motor. Mal se apoyó en la ventanilla.

– ¿Qué te ha retrasado?

– Conduzco despacio.

– ¿Alguien te ha visto?

– No. ¿Y a ti?

– No lo creo. Buzz, nunca hemos estado allí.

– Aprendes rápido este juego, jefe. ¿Qué tienes aquí?

– Dos coches fríos. He mirado por una ventana y he visto a De Haven y a Loftis jugando a las cartas. Parecen inocentes. ¿Piensas que él fue el asesino?

– No -dijo Buzz-. Algo no encaja. Se trata de un psicópata al que le encantan las ratas, y a mi modesto entender los psicópatas que adoran ratas no llevan armas de fuego. Pienso en Minear. Encaja con Loftis, y en los archivos había una línea sobre él. Decía que le gustaba comprar chicos.

– Podrías tener razón. ¿Vamos a ver a la anciana?

– Beaudry Sur 236, jefe.

– En marcha.

Buzz llegó allí primero; llamó al timbre y se topó con Delores, que llevaba una larga bata blanca.

– ¿Ha traído el tributo monetario para la Hermana?-preguntó ella.

– Mi cajero vendrá dentro de un momento -dijo Buzz. Sacó una foto de Dudley Smith-. Señora, ¿es éste el hombre que preguntaba por Coleman?

Delores parpadeó y se persignó.

– Vade retro, Satanás. Sí, es él.

Vaya, un punto más para Danny Upshaw.

– Señora, ¿le suena el nombre Reynolds Loftis?

– No, no creo.

– ¿Alguien de apellido Loftis?

– No.

– ¿Es posible que usted estuviera liada con un hombre de apellido Loftis cuando nació Coleman?

La anciana gruñó.

– Si por «liada» entiende usted comprometida en actividades procreativas para la Hermana Aimee, la respuesta es no.

– Señora, usted me dijo que Coleman fue en busca de su padre cuando se largó en el 42. Si usted ignoraba quién era el padre, ¿cómo sabía el chico dónde buscar?

– Veinte dólares para la Hermana Aimee y se lo mostraré.

Buzz se quitó el anillo de su escuela secundaria.

– Guárdelo, buena mujer. Ahora, enséñemelo.

Delores examinó el anillo, se lo guardó en el bolsillo y se marchó; Buzz esperó en el porche, preguntándose dónde estaría Mal. Transcurrieron los minutos, la mujer regresó con un viejo álbum de piel.

– La genealogía de mi crianza de esclavos -informó-. Fotografié a todos los hombres que me dieron su semilla, con comentarios pertinentes en el dorso. Cuando Coleman decidió que tenía que encontrar a su padre, buscó en este álbum la fotografía de alguien a quien se pareciera. Oculté el libro cuando vino el hombre con acento raro, y todavía quiero veinte dólares por esta información.

Buzz abrió el álbum, vio que las páginas contenían fotos de docenas de hombres. Lo sostuvo a la luz del porche y empezó a buscar. A las cuatro páginas, una foto le llamó la atención: un joven, encantador y guapísimo Reynolds Loftis en traje de tweed. Sacó la foto y leyó el comentario del dorso.

«Randolph Lawrence (¿un nombre de guerra?), actor independiente, festival de Ramona, 30 de agosto de 1922. Un verdadero caballero sureño. Buena raza blanca. Espero que su semilla sea fértil.»

1942: ladrón, mecánico dental y aficionado a las ratas, Coleman presencia el asesinato de José Díaz a manos de Dudley Smith, ve esta foto u otras y localiza a papá Reynolds Loftis. 1943: Coleman, la cara quemada en un incendio (???), frecuenta actos de protesta en Sleepy Lagoon con su padre/falso hermano, denuncia al blanco grandote, nadie le cree. 1942 a 1944: faltan los datos psiquiátricos de Loftis. 1950: asesino Coleman. ¿El psicópata intentaba culpar a papá/Reynolds por el asesinato de los homosexuales, vistiéndose como él? Los fragmentos de peluca del doctor Layman constituían la prueba definitiva.

Buzz mostró la foto.

– ¿Ése es Coleman?

Delores sonrió.

– El parecido es muy grande. Qué hombre tan guapo. Lástima que no recuerde cómo era procrear con él.

Se oyó un portazo; Mal bajó del coche y subió la escalinata a la carrera. Buzz lo llevó aparte y le enseñó la foto.

– Loftis, 1922. También conocido como Randolph Lawrence, actor independiente. Es el padre de Coleman, no el hermano.

Mal tocó la foto.

– Ahora la pregunta es cómo se quemó el muchacho, y por qué se hacía pasar por el hermano. Y tenías razón en cuanto a Minear.