– ¿A qué te refieres?
– Llamé a Circulación. Minear tiene un sedán Chrysler New Yorker blanco, modelo 49. Pasé por su casa de Chapman Park cuando venía hacia aquí. Estaba en el garaje de su edificio, caliente, y era idéntico al coche del Marmont.
Buzz rodeó los hombros de Mal con el brazo.
– Regalos a granel, y aquí hay otro. La loca de la entrada identificó a Dudley por una fotografía que le mostré. Él es el hombre con acento raro.
Mal miró a Delores.
– ¿Crees que Dudley robó los archivos de Danny?
– No, creo que él habría fingido un robo. Nuestro asesino es Coleman, jefe. Sólo tenemos que encontrarlo.
– Demonios. Loftis y Claire no hablarán. Lo sé.
Buzz apartó el brazo.
– No, pero apuesto a que podemos apretar los tornillos a Chaz. Anduvo liado con Loftis en el 43 y el 44, y conozco a un buen artista del apretón que nos ayudará. Dale veinte dólares a esa dama y yo iré a llamarlo.
Mal fue a buscar su billetera; Buzz entró en la casa y encontró un teléfono junto a la puerta de la cocina. Llamó a Registros, obtuvo el número que quería y lo discó; la voz de barítono italiano de Johnny Stompanato suavizó la línea.
– Diga.
– Soy Meeks. ¿Quieres ganar dinero? Tienes que apretar las tuercas a un tipo y asegurarte de que mi compañero no enloquezca y no hiera a nadie.
– Eres hombre muerto -dijo Stompanato-. Mickey se ha enterado de tu lío con Audrey. Los vecinos te vieron cuando te la llevabas, y tengo suerte de que Mick no sepa que te avisé. Ha sido un placer conocerte, Meeks. Siempre pensé que tenías estilo.
Déjame sitio, Danny Upshaw, aquí viene el gordo. Buzz miró a Mal, que estaba pagando a la madre del asesino. Llegó a una decisión, o la decisión llegó a él.
– ¿Mi precio?
– Diez mil. Quince si te atrapan vivo para que Mickey se divierta.
– Una fruslería, Johnny. ¿Quieres ganar veinte mil por dos horas de trabajo?
– Me tientas. Pronto me ofrecerás una cita con Lana Turner.
– Lo digo en serio.
– ¿Dónde conseguirás esa pasta?
– La tendré dentro de dos semanas. ¿Aceptas?
– ¿Qué te hace pensar que vivirás tanto tiempo?
– ¿No te gusta apostar?
– Mierda. Trato hecho.
– Te volveré a llamar -dijo Buzz, y colgó. Mal estaba de pie junto a él, meneando la cabeza.
– ¿Se ha enterado Mickey?
– Sí. ¿Tienes un sofá?
Mal le pegó suavemente en el brazo.
– Muchacho, creo que la gente empieza a calarte.
– ¿Por qué?
– Hoy he descubierto una cosa.
– ¿Qué?
– Tú mataste a Gene Niles.
37
Esto pensaba Mal de Johnny Stompanato: dos partes de encanto empalagoso, dos partes de tío listo, seis partes de matón. Así interpretaba la situación: Buzz estaba condenado, y la voz con que hablaba a Audrey por teléfono indicaba que lo sabía. Coleman arrestado por cuatro homicidios más las condenas del gran jurado equivalía a encontrar a Stefan en el umbral como un regalo de Navidad. El Herald y el Mirror explotaban la muerte de Gordean. Ningún sospechoso, artículos sobre la víctima como intachable agente artístico, ninguna mención del dinero del banco: tal vez los policías habían engordado con él. Los periódicos presentaron a la UAES como responsable de los disturbios iniciados por los Transportistas. Buzz estaba impresionado con sus deducciones sobre Gene Niles y creía en su promesa de no revelarlas a nadie. El gordo interrogaría a la sobrina de Dudley mientras él y Stompanato se encargaban de Chaz Minear, y cuando hubieran hallado a Coleman, llamaría a sus contactos periodísticos para que estuvieran presentes en la captura: primeras entrevistas con el capitán Malcolm E. Considine, captor del Monstruo Glotón. Y luego Dudley Smith.
Eran las ocho de la mañana y estaban sentados en el coche de Stompanato, una operación conjunta de vigilancia: dos polizontes y un matón. Mal conocía su papel, Buzz había instruido a Johnny sobre el suyo y había sobornado al portero del edificio de Minear. El hombre decía que Chaz salía a desayunar todas las mañanas a las ocho y diez, paseaba por Mariposa hasta el Wilshire Derby y regresaba con el periódico alrededor de las nueve y media. Buzz le dio un billete de cien para que no asomara la nariz entre las nueve y media y las diez; durante esa media hora tendrían el campo libre.
Mal observaba la puerta, Stompanato se hacía la manicura con el cortaplumas y tarareaba óperas. A las ocho y diez un hombre menudo con suéter de tenis y pantalones deportivos salió del edificio Conquistador; el portero les hizo una seña. Stompanato se recortó una cutícula y sonrió, su cociente de matón subió bastante en la apreciación de Mal.
Esperaron.
A las nueve y media, el portero se tocó la gorra, entró en un coche y se alejó. Al cabo de tres minutos Chaz Minear entró en el edificio con un periódico. Stompanato guardó el cortaplumas.
– Ahora -indicó Mal.
Entraron deprisa en el vestíbulo. Minear estaba mirando la correspondencia, Johnny Stompanato fue hasta el ascensor y abrió la puerta. Mal remoloneó frente a un espejo, ajustándose la corbata ante una imagen invertida de Minear cogiendo cartas. Stompanato mantuvo la puerta del ascensor abierta con el pie, sonriendo como un buen vecino. El pequeño Chaz se acercó a la trampa; Mal lo siguió, apartó el pie de Johnny y dejó que la puerta se cerrara.
Minear pulsó el botón del tercer piso. Mal observó que tenía la llave en la mano, se la arrebató y le dio un puñetazo. Minear soltó el periódico y las cartas y se arqueó, Johnny lo aplastó contra la pared, plantándole una mano en el cuello. Minear se amorató, los ojos desorbitados. Mal le habló, remedando a Dudley Smith.
– Sabemos que mataste a Felix Gordean. Nosotros fuimos sus socios en el asunto Loftis, y ahora nos vas a contar todo lo que sepas sobre Reynolds y su hijo. Todo, muchacho.
La puerta se abrió. Mal vio 311 en la llave y un pasillo desierto. Salió del ascensor. El apartamento quedaba a cuatro puertas más allá. Abrió y esperó. Stompanato empujó a Minear al interior y le soltó el cuello; Chaz cayó resollando.
– Ya sabes qué preguntarle -indicó Mal-. Ocúpate de él mientras busco los archivos.
Minear tosió palabras, Johnny le pisó el cuello. Mal se quitó la chaqueta, se arremangó y registró.
El apartamento tenía cinco habitaciones: salón, dormitorio, cocina, cuarto de baño, estudio. Mal registró primero el estudio: era la habitación más alejada de Stompanato y el homosexual. Se oyó una radio que pasaba del jazz a los jingles comerciales y a las noticias y al fin se detenía en una ópera. Un barítono y una soprano dialogaban al son de una melodía a toda orquesta. Le pareció oír un grito de Minear, la música subió de volumen.
Mal trabajó.
El estudio -escritorio, archivos, cómoda- contenía varios guiones cinematográficos, copias de las cartas políticas de Minear, correspondencia dirigida a él, notas diversas y un revólver calibre 32 con el tambor vacío y el cañón sucio de cordita. El dormitorio estaba decorado en tonos claros y lo encontró repleto de libros, había un armario atiborrado de prendas caras e hileras de zapatos dispuestos en forma de árbol. Un antiguo armario contenía cajones rebosantes de escritos de propaganda; bajo la cama sólo encontró zapatos.
La ópera seguía gimiendo; Mal miró el reloj, las diez y veinticinco. Una hora menos, dos habitaciones limpias. Registró rápidamente el cuarto de baño. La música cesó, Stompanato asomó la cabeza.
– El marica ha cantado -informó-. Dile a Meeks que trate de conservar el pellejo para darme el dinero.
El tipo duro estaba demudado.
– Registro la cocina y ahora hablo con él -dijo Mal.
– Olvídalo. Loftis y Claire no-sé-cuantos se llevaron los archivos. Ven aquí, tienes que oír esto.