– ¿Cuándo viste a Coleman por última vez?
– En el 45 -respondió Lux con voz chillona-. El papá y su hijito debieron de discutir. Coleman vino a verme con dos mil dólares y me dijo que ya no quería parecerse tanto al padre. Me pidió que le destrozara la cara científicamente. Le dije que, como disfruto infligiendo dolor, sólo le cobraría mil quinientos. Lo sujeté a un sillón de dentista, me puse guantes de boxeo cargados y le rompí cada hueso de la cara. Lo mantuve con morfina mientras se recuperaba junto al cobertizo de los pollos. Se marchó con una pequeña adicción y algunas magulladuras no tan pequeñas. Se dejó crecer la barba, y de Reynolds sólo le quedó la forma de los ojos. ¿Quieres apartar esa maldita porra?
Bingo: Goines y la heroína. Buzz apartó la porra.
– Sé que diluyes tu morfina en esta propiedad.
Lux sacó un escalpelo del bolsillo y empezó a limpiarse las uñas.
– Con autorización de la policía.
– Me dijiste que Loftis le conseguía heroína a Claire de Haven. ¿Ambos recurríais a los mismos proveedores?
– Algunos. Negros con contactos policiales en el sector sur. Yo sólo trato con lacayos aprobados oficialmente… como tú.
– ¿Coleman tenía información sobre ellos?
– Claro. Después de la primera operación, le di una lista. Estaba enamorado de Claire, y decía que quería ayudarla a conseguir la droga, hacerse cargo para que ella no tuviera que tratar con negros. Cuando se fue después de la segunda operación, quizá usó la información para satisfacer su propio hábito.
Aplausos para Coleman Loftis: morfinómano, sanguinario aficionado a las ratas.
– Quiero esa lista. Ahora.
Lux abrió el fichero que había junto al interfono triturado. Sacó una lista y buscó hojas en blanco.
– Me quedo con el original -dijo Buzz, manoteándolo.
El médico se encogió de hombros y siguió limpiándose las uñas. Buzz se disponía a guardar la porra.
– ¿Tu madre no te enseñó que mirar fijamente es de mala educación?-preguntó Lux.
Buzz no dijo nada.
– El tipo fuerte y silencioso. Estoy impresionado.
– Yo estoy impresionado contigo, Terry.
– ¿Por qué?
– Tu capacidad de recuperación. Apuesto a que te has convencido de que esta pequeña humillación nunca ha ocurrido.
Lux suspiró.
– Pertenezco a Hollywood, Buzz. Todo viene y va, y ya es un oscuro recuerdo. ¿Tienes un momento para una pregunta?
– Claro.
– ¿De qué se trata? Tiene que haber dinero. Tú no trabajas gratis.
Tu perdición, Terry.
Buzz le dio un fuerte porrazo en los riñones. El doctor soltó el escalpelo. Buzz lo atajó, asestó un rodillazo en los testículos de Lux, lo ahogó contra la pared y le apoyó la palma como si lo crucificara. Lux gritó, Buzz le hundió el escalpelo en la mano y lo clavó hasta el mango con la porra. Lux gritó un poco más, revolviendo los ojos. Buzz le puso un puñado de billetes en la boca.
– Se trata de un ajuste de cuentas. Esto va por Coleman.
39
Mal pasó de nuevo frente a la residencia De Haven, preguntándose si alguna vez se irían para permitirle examinar los archivos, cuestionándose si ya sabrían lo de Gordean. Si Chaz Minear hubiera llamado, habrían corrido a verlo; el asesinato figuraba en primera plana y se radiaba en todas las emisoras, y los amigos de ellos tenían que saber que como mínimo Loftis conocía a ese hombre. Pero los dos coches no se movían y Mal sólo podía aguardar, seguir en movimiento, esperar el momento oportuno.
Por Canon Drive hasta Elevado, por Comstock hasta Hillcrest y Santa Mónica, y de regreso: una vigilancia inmóvil era una invitación a que los ubicuos policías de Beverly Hills lo sorprendieran fuera de su jurisdicción disponiéndose a cometer un delito de cierta magnitud. Cada vez que rodeaba la casa imaginaba más horrores dentro: Loftis y su propio hijo, un cuchillazo para la parte de Mal que vivía para proteger a Stefan. A las dos horas de dar vueltas estaba mareado, había llamado a la secretaria de Meeks para dejar un mensaje: nos vemos en Canon Drive. Pero el Cadillac de Buzz no había aparecido y Mal estaba perdiendo la paciencia.
Santa Mónica y de vuelta a Canon Drive. Mal vio a un repartidor que arrojaba periódicos a los porches y jardines, tuvo una idea, frenó a tres casas de Claire y acomodó el espejo retrovisor para enfocar bien el porche. El chico arrojó el bulto, que chocó contra la puerta; ésta se abrió y un brazo andrógino recogió el periódico. Si ya no lo sabían, lo sabrían pronto. Y si tenían más cerebro que miedo, pensarían en Chaz.
Pasó un lento minuto. Mal se movió con impaciencia y encontró un viejo suéter en el asiento trasero: ideal para romper una ventana a puñetazos. Otros lentos segundos, y Claire y Loftis corrieron hacia el Lincoln aparcado en la calzada. Claire se puso al volante, Loftis se sentó junto a ella; el coche retrocedió y viró hacia el sur: hacia la casa de Minear.
Mal se dirigió hacia la casa: un hombre alto, respetable y trajeado que llevaba un suéter plegado en la mano. Vio una ventana junto a la puerta, le dio un puñetazo, metió la mano y manipuló el cerrojo. La puerta se abrió; Mal entró, cerró la puerta y echó el pestillo.
Había por lo menos quince habitaciones para registrar. Mal pensó: vestidores, estudios, lugares con escritorios. Fue hacia el escritorio que había junto a la escalera. Extrajo media docena de cajones, hurgó en un armario cercano, buscando carpetas y papeles mientras miraba.
Ningún botín.
Regresó a la parte trasera de la casa, dos armarios más. Aspiradoras, escobas, abrigos de visón, una plegaria a su viejo Dios presbiteriano: que no estén guardados en una caja fuerte. Un estudio junto a un cuarto de baño: biblioteca, escritorio. Ocho cajones de sastre: guiones de cine, papeles con membrete, documentos personales de Loftis, ningún fondo falso ni compartimiento secreto.
Mal salió de esa habitación por una puerta lateral y olió café. Siguió el aroma hasta una amplia sala con una pantalla de cine y un proyector. Una mesa con una cafetera y papeles esparcidos, dos sillas, como en un estudio. Se acercó, se puso a leer y comprendió hasta qué punto podría haber sido bueno Danny Upshaw.
El chico analizaba con rigor, pensaba con inteligencia, escribía con claridad. Habría resuelto fácilmente los cuatro homicidios si el Departamento de Policía le hubiera concedido un par de días más. Todo estaba allí, en su primer informe, página tres, su segundo testigo presencial del secuestro de Goines. Claire y Reynolds habían marcado el dato con un círculo, confirmando lo que decía Minear: trataban de hallar al hijo de Loftis.
Página tres.
Testigo presencial Coleman Healy, interrogado por Danny Upshaw el primer día que trabajaba en el caso.
Tenía casi treinta años, la edad que correspondía. Según la descripción, era alto, delgado y llevaba barba, que indudablemente era postiza y se la quitaba cuando fingía ser su padre-amante. Había oído y confirmado la descripción hecha por un camarero, añadiendo que el hombre era maduro. Era el primer testigo -y el único, según Jack Shortell- que había identificado a Martin Goines como homosexual, la primera pista homosexual de Upshaw al margen de las mutilaciones. Coleman con maquillaje parecería maduro; si todo ello se relacionaba con los mechones de pelo plateado hallados por el doctor Layman junto al río Los Ángeles, se tenía a Coleman Masskie-Loftis Healy asesinando por su propia sed de sangre y por el vago deseo de vengarse de Reynolds, violador incestuoso.
Pero algo no encajaba: Danny había interrogado a Coleman y había conocido a Reynolds. ¿Por qué no había captado su obvia semejanza?
Mal examinó el resto del informe, sintiendo que el chico le daba impulso. Todo era perfectamente lógico y audazmente inteligente: Danny empezaba a captar cómo funcionaba la psicología del asesino. Había un informe de seis páginas sobre su irrupción en Tamarind 2307: era cierto, había mandado al cuerno las restricciones jurisdiccionales; temía que el Departamento de Policía lo echara a perder, así que no se sometió al detector de mentiras que lo habría revelado como inocente por lo de Niles, y prefirió tomar un tren nocturno. Junto con los informes había fotografías donde aparecían dibujos hechos con sangre; Danny mismo las debía de haber tomado, y se había arriesgado a hacer un análisis forense en territorio enemigo. Mal advirtió que se le humedecían los ojos, se vio solucionando el caso de Ellis Loew con las pruebas de Danny, cobrando fama gracias a ello. El Asesino Glotón en la cámara de gas, enviado allí por ambos y por el más improbable compañero que había tenido un oficial de policía: Buzz Meeks.