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Mal se secó las lágrimas, apiló cuidadosamente las páginas y fotografías. Vio una letra de mujer en los márgenes de una lista de individuos interrogados en el distrito negro: hoteles del Southside, con clubes de jazz cotejados con las notas de Danny. Se guardó esa página en el bolsillo, recogió el resto de los informes y se dirigió hacia la puerta principal. Al correr el pestillo, oyó una llave entrando en la cerradura; echó el pestillo, como Danny Upshaw en la calle Tamarind.

Claire y Loftis estaban en el porche; observaron el cristal roto y descubrieron a Mal con el fajo de papeles.

– Rompió usted nuestro trato -dijo Claire.

– Al diablo con el trato.

– Yo iba a matarlo. Al fin comprendí que no había otra solución.

Mal vio una bolsa de comestibles en los brazos de Loftis. Comprendió que no habían tenido tiempo de ver a Minear.

– ¿Por la justicia? ¿La justicia popular?

– Acabamos de hablar con nuestro abogado. Dijo que usted no tiene forma de acusarnos de homicidio.

Mal miró a Loftis.

– Todo saldrá a la luz. Usted y Coleman, todo. El gran jurado y el juicio de Coleman.

Loftis se puso detrás de Claire, la cabeza gacha. Mal miró hacia la calle y vio a Buzz bajando del coche. Claire abrazó a su prometido.

– Vayan a cuidar de Chaz -masculló Mal-. Mató a un hombre por ustedes.

40

Viajaron hasta el distrito negro en el coche de Mal, con la lista de proveedores de heroína de Lux y la lista de Danny-Claire sujetas al salpicadero. Mal conducía; Buzz se preguntaba si habría matado al cirujano plástico de las estrellas; los dos hablaron.

Buzz contó las novedades primero: Mary Margaret y su desmayo confirmativo, todo sobre Lux menos la crucifixión. Le explicó la operación de Coleman, un ardid para mantenerlo a salvo de Dudley y satisfacer los deseos del padre; que Lux había informado a Gordean sobre el incesto con propósitos extorsivos; la historia de la cara quemada como artimaña para ocultar la perversión ante los amigos izquierdistas de Loftis; los vendajes sólo formaban parte del proceso postoperatorio. Buzz guardó para el final el episodio en que Lux destrozaba la cara de Coleman; Mal soltó una exclamación y aprovechó para mencionar al saxofonista Healy, interrogado por Danny Upshaw en Año Nuevo. Por eso el chico no había captado la perfecta semejanza entre Loftis y Coleman: ya no existía.

A partir de ahí, Mal habló de Coleman. Éste había revelado que Martin Goines era invertido y había enfatizado que el hombre era alto y canoso. Coleman llevaba una peluca gris y tal vez maquillaje cuando atacaba a sus víctimas, y se había afeitado la barba después de hablar con Upshaw. Loftis y Claire habían pedido a Mondo López que robara los archivos de Danny cuando descubrieron que estaba trabajando en los asesinatos: Juan Duarte lo había identificado como policía. Mal relató el interrogatorio de Minear: Coleman era el tercer vértice del triángulo amoroso del 42-44, Chaz había matado el chantajista Gordean para redimirse ante Claire y Loftis, y la pareja estaba buscando a Coleman. Y ambos convenían en que Martin Goines, viejo amigo de Coleman, era tal vez una víctima de las circunstancias: estaba allí cuando el hombre-rata tenía que matar. Las víctimas dos, tres y cuatro estaban destinadas a comprometer a papá Reynolds: una diabólica técnica difamatoria.

Llegaron a Central Avenue Strip, tranquilo bajo la luz del día, un bloque de fachadas llamativas: el Taj Mahal, palmeras con adornos navideños, notas musicales con lentejuelas, rayas de cebra y un gran negro de yeso con ojos rojos y brillantes. Ningún club parecía estar abierto: los porteros y los empleados del aparcamiento, que barrían colillas y astillas de vidrio, eran las únicas personas que había en la calle. Mal aparcó y se dirigió hacia la izquierda; Buzz tomó hacia la derecha.

Habló con los porteros, interrogó a los empleados del aparcamiento, dio toda la pasta que no había metido en la garganta de Terry Lux. Tres de los negros lo miraron boquiabiertos, dos no habían visto a Coleman, el saxo alto, desde hacía un par de semanas, un payaso con guerrera roja de almirante le dijo que según los rumores Healy actuaba en un club privado de Watts donde contrataban a blancos que tuvieran ritmo y mantuvieran las blancas zarpas lejos de las mujeres de color. Buzz cruzó la calle y continuó los interrogatorios acercándose a su compañero; tres boquiabiertos más y Mal avanzó trotando.

– Un tipo vio a Coleman en el club Bido Lito's la semana pasada -informó Mal-. Dijo que estaba hablando con un vejete judío medio muerto. Dijo que le parecía uno de esos viejos fanáticos de jazz del hogar de reposo de la Setenta y Ocho y Normandie.

– ¿Lesnick?-dijo Buzz.

– Hemos pensado lo mismo, muchacho.

– Deja de llamarme muchacho, me pone nervioso. Jefe, leí un informe de la Fiscalía en la casa de Ellis. La hija de Lesnick dijo que papá estaba pensando en ir a estirar la pata en un hogar de reposo. Había una lista, pero no pude hacerme con ella.

– Veamos ese lugar de Normandie. ¿Tienes algo?

– Tal vez Coleman esté tocando en un club privado de Watts.

– Demonios, trabajé en la Setenta y Siete hace años, y había muchos lugares así. ¿Ningún otro detalle?

– No.

– Vamos. En marcha.

Pronto llegaron al hogar de ancianos Estrella de David. Mal se había saltado semáforos en ámbar, superando el límite de velocidad en treinta kilómetros por hora. Era un edificio bajo de estuco, parecía una prisión preventiva para personas que esperaban la muerte. Mal aparcó y se dirigió a recepción, Buzz encontró una cabina telefónica fuera y buscó «Residencias» en las Páginas Amarillas.

Había treinta y cuatro residencias en el Southside. Buzz arrancó las páginas; vio a Mal de pie junto al coche y avanzó hacia él meneando la cabeza.

– Treinta y cuatro residencias en la zona. Un largo día.

– Nada adentro -suspiró Mal-. No hay ningún Lesnick registrado, nadie con cáncer pulmonar. Ningún Coleman.

– Probemos suerte con los hoteles y los camellos. Si no da resultado, conseguiremos monedas y empezaremos a llamar a las residencias. Creo que Lesnick es un fugitivo. Si era él quien estaba con Coleman, algo tendrá que ver con el caso, y no usaría su propio nombre para registrarse.

Mal tamborileó en el capó del coche.

– Buzz, Claire confeccionó esa lista de hoteles. Minear dijo que ella y Loftis habían tratado de encontrar a Coleman. Si ya han intentado…

– Eso no significa nada. Han visto a Coleman por aquí esta semana. Podría estar deambulando de un lado a otro, pero siempre cerca de la música. Algo pasa con él y la música, pues nadie lo creía capaz de tocar un instrumento y la gente de aquí afirma que es un buen saxo alto. Veamos algunos hoteles y proveedores de heroína mientras haya luz. Cuando oscurezca visitaremos los clubes.

– Vamos.

El Tevere Hotel en la Ochenta y Cuatro y Beach: ningún residente blanco. El Galleon Hotel en Noventa y Uno y Bekin: el único blanco era un borrachín de ciento cincuenta kilos apretujado en una habitación simple con su esposa negra y sus cuatro hijos. Al regresar al coche, Buzz examinó las dos listas y cogió el brazo de Mal.