– Sólo si la víctima vale la pena. Por ahora, estás solo. Tenemos únicamente cuatro detectives, Danny. Si el caso no lo merece, no quiero desperdiciar otro hombre.
– Un homicidio es un homicidio, capitán -dijo Danny.
– Vamos, Danny. Tú sabes que no es así.
– Sí, señor -respondió Danny. Colgó y rodó sobre la cama.
El día se había puesto frío y encapotado. Danny puso la radio durante el viaje hasta Allegro; el hombre del tiempo anunciaba más lluvias, tal vez inundaciones en los cañones, y no había noticias del horrendo asesinato. Al pasar frente a la obra en construcción, vio niños jugando a la pelota en el barro y unos cuantos curiosos señalando la escena del espectáculo de la noche anterior. Aunque examinaran el terreno, ya no encontrarían nada.
La camioneta de dactiloscopia y el Buick abandonado estaban en la esquina. Danny advirtió que el sedán estaba bien aparcado, a quince centímetros de la acera, los neumáticos apuntalados para impedir que el vehículo se deslizara cuesta abajo. Una pista psicológica: el asesino había despachado brutalmente a la víctima y había trasladado el cuerpo desde quién sabe dónde, pero había tenido la serenidad para deshacerse fríamente del coche -junto al lugar donde dejaba el cadáver-, lo cual significaba que quizá no había testigos.
Danny rodeó la camioneta y aparcó el Chevy. Vio las piernas del técnico colgando del asiento del conductor del Buick. Al acercarse oyó la voz del dueño de las piernas:
– Huellas de guantes en el volante y en el salpicadero, agente. Sangre coagulada fresca en el asiento trasero, y una sustancia viscosa en el borde lateral.
Danny miró dentro y vio a un viejo agente de paisano espolvoreando la guantera y una delgada mancha de sangre seca con pelusa de tela de toalla blanca en el asiento trasero. El respaldo del asiento que estaba detrás del conductor estaba regado de sangre, y la tela de toalla estaba más adherida a los pegotes de sangre. El borde aterciopelado de la ventanilla tenía restos de aquella sustancia gelatinosa que él había extraído en el depósito. Danny olió la viscosidad. Tenía el mismo aroma, entre medicinal y mentolado. Abrió y cerró las manos mientras reconstruía los hechos:
El asesino había llevado a la víctima hasta la obra en construcción como un chófer. El cadáver iba erguido en su bata de toalla blanca, la cabeza sin ojos meciéndose contra el costado, rezumando ese bálsamo o aceite. Los hilillos entrecruzados en el respaldo se debían a la sangre que manaba de los tajos de la espalda; la mancha de sangre del cojín se produjo al ladearse el cadáver cuando el asesino viraba bruscamente a la derecha.
– ¡Oiga, agente!
El hombre de dactiloscopia se incorporó, obviamente irritado por la intromisión.
– Mire, ahora tengo que espolvorear la parte de atrás. Si no le molesta…
Danny miró el espejo retrovisor, vio que la posición era extraña y se sentó detrás del volante. Otra reconstrucción: el espejo permitía una perfecta visión del asiento trasero, los hilillos de sangre y el borde embadurnado de viscosidad. El asesino lo había puesto de un modo que le permitía controlar a la víctima mientras conducía.
– ¿Cómo te llamas, hijo?
El viejo técnico estaba enfadado de veras.
– Agente Upshaw -respondió Danny-. Y no se moleste con el asiento trasero. Este sujeto es demasiado listo.
– ¿Te molesta decirme cómo lo sabes?
La radio de la camioneta emitió un chasquido; el viejo salió del Buick meneando la cabeza. Danny memorizó la tarjeta de registro de dirección: Nestor J. Albanese, calle St. Andrews 1236, Los Ángeles, Dunkirk-4619. Se preguntó si el asesino sería Albanese -una falsa denuncia de robo del auto- y desechó la idea por rebuscada; pensó en la furia que se necesitaba para mutilar a la víctima, la calma que se requería para pasearla por Los Ángeles en medio del tráfico de Noche Vieja. ¿Por qué?
– Para ti, Upshaw -dijo el técnico.
Danny fue hasta la camioneta y cogió el micrófono:
– ¿Sí?
Una voz de mujer le respondió entre pitidos de estática:
– Karen, Danny.
La telefonista Karen Hiltscher: la secretaria. A veces Danny retribuía sus favores con palabras dulces. La muchacha no entendía que Danny no estaba interesado en ella e insistía en usar el nombre de pila cuando hablaba por radio. Danny apretó el botón.
– Sí, Karen.
– Han identificado tu 187. Martin Mitchell Goines, varón, blanco, nacido el 9/11/16. Dos arrestos por tenencia de marihuana, dos años en una prisión del condado por el primero, tres a cinco en una prisión del estado por el segundo. En San Quintín le dieron libertad condicional a los tres años y medio, en agosto del 48. Su último domicilio conocido fue un establecimiento para convictos en la Calle Ocho y Alvarado. Estaba prófugo, y el juez había dictado una orden de arresto. En cuanto al empleo, figura como músico, registrado en la Sede Local 3126, en Hollywood.
Danny pensó en el Buick robado frente a un club de jazz en el distrito negro.
– ¿Tienes fotos?
– Acaban de llegar.
Danny puso su voz azucarada.
– Ayúdame con el papeleo, preciosa. ¿Podrás hacer algunas llamadas?
Karen puso una voz plañidera y gatuna, a pesar de la estática.
– Claro, Danny. ¿Pasarás a recoger las fotos?
– Veinte minutos. -Danny echó una ojeada y vio que el técnico había vuelto a su trabajo-. Eres un sol -añadió, esperando que la muchacha se lo creyera.
Danny llamó a Nestor J. Albanese desde un teléfono público de Allegro y Sunset. El hombre tenía la voz áspera y dolorida de la víctima de una resaca; contó una aguardentosa versión de lo que había hecho en Noche Vieja, y tuvo que repetirla tres veces para que Danny lograra ordenarla cronológicamente.
Había andado de club en club desde las nueve, visitando los tugurios que había cerca de Slauson y Centraclass="underline" el Zombie, Bido Lito's, Tommy Tucker's Playroom, Malloy's Nest. Se había ido de Malloy's Nest alrededor de la una, había caminado hasta donde creía haber dejado el Buick. No estaba allí, así que desanduvo el camino, borracho, pensando que había aparcado el auto en una calle lateral. La lluvia lo empapaba, había bebido más de la cuenta. Tomó un taxi hasta su casa y despertó -todavía borracho- a las ocho y media. Volvió en taxi a South Central, buscó el Buick durante una hora, no lo encontró y llamó a la policía para denunciar el robo. Cogió otro taxi y volvió de nuevo a su casa, donde el sargento de Hollywood Oeste le comunicó que la niña de sus ojos tal vez hubiera servido como vehículo de transporte en un caso de homicidio. Ahora, a las 3.45 de la tarde del día de Año Nuevo, quería recuperar su auto y nada más.
Danny decidió eliminar a Albanese como sospechoso: el hombre era estúpido, no tenía antecedentes delictivos y parecía sincero cuando negaba conocer a Martin Mitchell Goines. Danny le dijo que se le devolvería el Buick al cabo de tres días, colgó y fue a la oficina en busca de fotos y favores.
Karen Hiltscher había salido a comer; Danny agradeció que la muchacha no estuviera para comérselo con la mirada y palparle los bíceps en tanteos experimentales mientras el sargento de guardia reía para sus adentros. Había dejado las fotos en el escritorio. Vivo y con ojos, Martin Mitchell Goines tenía un aspecto joven y saludable: el peinado a lo Pompadour era el rasgo más sobresaliente de sus fotos de frente, de perfil derecho y de perfil izquierdo. Eran las fotos tomadas después de su segundo arresto por tenencia de marihuana: un letrero que le colgaba del cuello rezaba: «Departamento de Policía de Los Ángeles, 16/4/44.» Seis años atrás; tres y medio en San Quintín. Goines había envejecido prematuramente, y al morir parecía mayor de treinta y tres años.
Danny le dejó una nota a Karen Hiltscher: «Querida, por favor hazme un par de favores: 1) Llama a Yellow, Beacon y las compañías de taxis independientes. Pregunta si recogieron a algún varón en Sunset entre Doheny y La Cienega y las calles laterales, entre las 3.00 y las 4.00 de anoche. Pregunta también por un hombre borracho, Central y Slauson al 1200, calle St. Andrews, 12.30 – 1.30 de la mañana. Consigue todos los datos disponibles sobre pasajeros en esas horas y lugares. 2) Seamos amigos, ¿vale? Lamento haber cancelado esa cita para almorzar. Tuve que prepararme para un examen. Gracias – D. U.»