Buzz se arrojó al suelo e intentó apuntar, pero las piernas y la chaqueta ondeante de Mal se interponían. Se levantó y echó a correr, vio que Coleman empuñaba el arma del suelo y apuntaba. Uno, dos, tres disparos: Mal cayó y rodó con la cara destrozada. El cuerpo se desplomó ante él. Buzz caminó hacia Coleman y éste esbozó una sonrisa burlona detrás de los colmillos ensangrentados y alzó el arma. Buzz disparó primero, vaciando el cargador contra los dientes de glotón. Gritó cuando al fin dio con una cámara vacía. Siguió gritando, y aún estaba aullando cuando un grupo de policías irrumpió y trató de apartarlo de Mal Considine.
CUARTA PARTE
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Pasaron diez días, Buzz se ocultó en un motel de San Pedro. Johnny Stompanato le llevaba información y le exigió los honorarios por el trabajo de Minear, el restaurante chino de calle abajo le proporcionaba tres grasientas comidas diarias, los periódicos y la radio suministraban más información. Todas las noches llamaba a Ventura para hablar con Audrey, contándole exageradas historias sobre Río y Buenos Aires, desde donde el gobierno norteamericano no podía extraditarlos y adonde Mickey no mandaría hombres porque resultaba demasiado caro. Pensaba con escalofríos en su último y más alocado plan para ganar dinero en su carrera de Los Ángeles, preguntándose si sobreviviría para disfrutar de las ganancias. Escuchaba música del Oeste, y Hank Williams y Spade Cooley lo ponían de pésimo humor. Echaba muchísimo de menos a Mal Considine.
Después del tiroteo, un ejército de policías había tranquilizado a los presentes y retirado los cuerpos. Cuatro muertos: Coleman, Loftis, Mal y el vigilante del bar, a quien Mal había disparado. Claire de Haven había desaparecido: tal vez había enviado a Reynolds en esa misión lunática y al oír los disparos, decidió que una redención era suficiente por una noche y había regresado tranquilamente a su casa para planificar más rebeliones populares al estilo de Beverly Hills. Buzz acompañó a Mal al depósito de cadáveres y en la oficina del Siete-Siete presentó una declaración, donde relacionaba las muertes de Healy y Loftis con los homicidios de homosexuales e insistía en que se reconociera al difunto agente Danny Upshaw el mérito de haber resuelto el caso. La declaración disimulaba misericordiosamente las ilegalidades en que Mal y él habían incurrido; no mencionaba a Felix Gordean, Chaz Minear, Dudley Smith ni Mike Breuning. Que el afeminado Chaz viviera para disfrutar de su redención; el loco Dud era demasiado importante para atribuirle la muerte de José Díaz o el «suicidio» de Charles Hartshorn.
Leyendo el periódico entre líneas, se podía seguir el desenlace: la muerte de Gordean irresuelta, sin sospechosos; la explicación del tiroteo, Mal y él «siguiendo una pista de un viejo caso»; el negro muerto atribuido a Coleman. Ninguna alusión a los comunistas ni a los homicidios de homosexuales: Ellis Loew tenía buenos contactos con el periodismo y odiaba las complicaciones. Reynolds y su hijo-amante eran sólo «viejos enemigos con cuentas pendientes»: la broma que superaba todas las bromas.
Mal Considine recibió los honores de un héroe. Al entierro asistió el alcalde Bowron, así como todo el Consejo, la Junta de Supervisores y altos oficiales de policía de la ciudad de Los Ángeles. Dudley Smith pronunció un panegírico conmovedor, donde mencionaba la «grandiosa cruzada» de Mal contra el comunismo. El Herald publicó una foto de Dudley acariciando la barbilla de Stefan, hijo de Mal, exhortándolo a «ser actor».
Johnny Stompanato era su contacto para obtener información sobre el gran jurado: de Ellis Loew a Mickey y a Johnny, y todo parecía material de 24 quilates.
Loew iniciaría la presentación de pruebas la semana siguiente: una sincronización perfecta, pues la UAES aún soportaba el embate de artículos en la radio y la prensa donde se la culpaban por la carnicería de Gower Gulch. Herman Gerstein, Howard Hughes y otros dos dueños de estudios cinematográficos habían dicho a Loew que echarían a la UAES el día en que se reuniera el gran jurado, violando el contrato del sindicato a partir de cláusulas en letra pequeña relacionadas con la expulsión por actividades subversivas.
Más buenas noticias de Johnny: Terry Lux había sufrido un ataque de apoplejía, resultado de una «prolongada privación de oxígeno» provocada por un fajo de dinero en la boca y una arteria reventada en la mano derecha. Se estaba recuperando bien, pero los tendones inutilizados de esa mano le impedirían volver a practicar la cirugía. Mickey Cohen había subido el precio de Meeks a veinte mil dólares, pero Buzz elevó su paga por el trabajo de Minear a veinticinco mil para que Stompanato no le metiera una bala en la cabeza. Mick había perdido la cabeza por Audrey: había levantado un altar con recuerdos de Audrey: sus fotos publicitarias de strip-teaser, la ropa que llevaba cuando trabajaba en el Burbank en el 38. Mickey escondió todos sus recuerdos en el dormitorio de su guarida, donde se pasaba horas suspirando. A veces se le oía llorar como un niño.
Y Turner Meeks, dueño del verdadero amor de la Chica Explosiva, engordaba cada vez más con pato moo shu, cerdo agridulce, chop suey de gambas y kowlon de carne: una buena cantidad de últimos deseos del condenado. Y con la muerte a un paso, sabía que había dos cosas que quería averiguar antes de meter el cuello en la soga: toda la historia de Coleman, y por qué la UAES aún no había puesto en práctica su plan extorsivo contra los estudios, fuera cual fuese. Y tenía la corazonada de que sabía dónde conseguir las respuestas.
Buzz fue a la recepción del motel, cambió un billete de cinco por monedas y caminó hasta la cabina telefónica del aparcamiento. Sacó la lista de residencias que había arrancado de las Páginas Amarillas el día del tiroteo y se puso a llamar, haciéndose pasar por policía. Se imaginó que Lesnick se ocultaría bajo un nombre falso, pero aun así daba a los empleados el nombre verdadero, describiéndolo como un «viejo», «judío», «víctima terminal de un cáncer pulmonar». Era tres dólares y diez centavos más pobre cuando una muchacha dijo:
– Por la descripción parece el señor León Trotski.
A continuación le dijo que el viejo se había ido a pesar de los consejos médicos y había dejado una dirección: el Seaspray Motel, Hibiscus Lane 10671, Redondo Beach.
Una broma comunista sin gracia le había facilitado las cosas.
Buzz fue a una casa de alquiler de coches y consiguió un sedán Ford, pensando que parecía bastante lujoso para ser el coche de un fugitivo. Pagó el alquiler de una semana por adelantado, mostró al empleado su permiso de conducir y pidió papel y lápiz. El empleado accedió. Buzz escribió:
Doctor Lesnick:
Colaboré un tiempo con la gente del gran jurado. Presencié la muerte de Coleman y Reynolds Loftis y sé lo que ocurrió con ellos del año 42 al 44. No he revelado a nadie esta información. Si no me cree, mire los periódicos. Debo largarme de Los Ángeles porque tengo un problema y me gustaría hablar con usted sobre Coleman. No confiaré al gran jurado lo que usted me diga: me perjudicaría hacerlo.
T. Meeks
Buzz se dirigió al Seaspray Motel, esperando que con la muerte de Mal la Fiscalía hubiera interrumpido la búsqueda de Lesnick. Era una propiedad frente a la playa, al final de un callejón sin salida; la oficina tenía forma de cohete apuntando a las estrellas. Buzz entró y llamó al recepcionista.
Un joven lleno de granos salió de la trastienda.
– ¿Quiere una habitación?
– ¿Aún está vivo el señor Trotski?-preguntó Buzz.