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La mentira enfureció a Danny con la muchacha, con el Departamento del sheriff y consigo mismo por su actitud servil. Pensó en llamar a la Sección de la Setenta y Siete para avisar que iba a operar en territorio de la ciudad, luego desechó la idea. Era como pedir disculpas a la policía de Los Ángeles porque el Departamento del sheriff daba refugio a Mickey Cohen. Pensó en eso con desprecio. Un matón con aspiraciones a cómico de club nocturno y sentimientos piadosos por los perros extraviados y los niños lisiados ponía de rodillas al Departamento de Policía de una gran ciudad con una grabación: policías de Antivicio aceptando sobornos y actuando como chóferes de prostitutas; el turno de noche de la Sección Hollywood follando con las rameras de Brenda Allen en jergones, en plena celda. Mickey C. usando todo su arsenal de difamaciones porque los altos oficiales de la ciudad pedían otro diez por ciento sobre los negocios de usura y apuestas. Corrupción. Estupidez. Codicia. Error.

Danny canturreó esa letanía mientras se dirigía al distrito negro: al este por Sunset hasta Figueroa, Figueroa hasta Slauson, al este por Slauson hasta Central, la ruta hipotética del asesino y ladrón de coches. Anochecía, y los nubarrones eclipsaban el ocaso que intentaba iluminar las barriadas negras: chozas derruidas con cerca de alambre, salas de billar, bodegas e iglesias en todas las calles, hasta que empezaba la tierra del jazz. Una larga manzana de desquiciada vitalidad en medio de tanta sordidez.

Bido Lito's parecía un Taj Mahal en miniatura, aunque de color rojo; Malloy's Nest era una choza de bambú en cuya fachada había falsas palmeras hawaianas con adornos navideños. Rayas de cebra eran la única decoración de Tommy Tucker's Playroom, un obvio almacén reformado y coronado por saxofones, trompetas y claves musicales de yeso. El Zamboanga, Royal Flush y Katydid Klub, rosados y brillantes, con toques de rojo y verde vómito, compartían un edificio que parecía un hangar subdividido, con las respectivas entradas perfiladas en neón. Y el Zombie era una mezquita árabe que presentaba a un sonámbulo de tres pisos de altura creciendo desde la fachada: un negro de ojos rojos y relucientes saltando hacia la noche.

Los clubes estaban unidos entre sí por enormes aparcamientos; negros musculosos rondaban puertas y letreros que anunciaban cenas «Early Bird». Había pocos coches aparcados; Danny dejó el Chevy en una calle lateral y empezó sus averiguaciones.

Los porteros del Zamboanga y Katydid recordaban haber visto a Martin Mitchell Goines «por ahí»; un hombre que colocaba el letrero del menú frente al Royal Flush llevó la identificación un poco más lejos: Goines era un trombonista de segunda fila al que habitualmente contrataban cuando faltaba gente. Desde «Navidad» había tocado en la banda de Bido Lito's. Danny escrutó cada una de esas suspicaces caras negras buscando indicios de que le ocultaban información; sólo tuvo la sensación de que esos sujetos pensaban que Martin Goines era un ingenuo.

Danny llegó a Bido Lito's. Un letrero anunciaba a DICKY MCCOVER Y SUS JAZZ SULTANS – ESPECTÁCULOS A LAS 7.30, LAS 9.30 Y LAS 11.30 TODAS LAS NOCHES – DISFRUTE DE NUESTRO CESTO DE POLLO ESPECIAL. Entró, y fue como entrar en una alucinación.

Las paredes eran de satén claro iluminado por focos de color que daban a la tela un tono difuso; en el escenario había una imitación de las pirámides en cartón chispeante. Las mesas tenían bordes fluorescentes, y las camareras negras llevaban comida y bebida y usaban ceñidos disfraces de tigre. Todo el lugar olía a fritanga. Danny sintió un gruñido en el estómago. Recordó que no había comido desde hacía veinticuatro horas y se acercó a la barra. Aun bajo esa luz alucinatoria advirtió que el camarero se daba cuenta de que era un policía.

Le mostró las fotos.

– ¿Conoce a este hombre?

El barman cogió las fotos, las examinó a la luz de la caja registradora y se las devolvió.

– Martin. Toca el trombón con los Sultans. Si quiere hablar con él, lo encontrará antes del primer turno de comida.

– ¿Cuándo lo vio por última vez?

– Anoche.

– ¿En la última sesión de la banda?

El camarero curvó los labios en una sonrisa; Danny intuyó que «banda» era vocabulario de no iniciados.

– Le he hecho una pregunta.

El hombre limpió el mostrador con un trapo.

– No creo. Recuerdo haberlo visto en la sesión de medianoche. Por ser Noche Vieja ayer los Sultans hicieron dos sesiones tardías.

Danny reparó en un anaquel donde había botellas de whisky sin etiqueta.

– Quiero hablar con el gerente.

El camarero apretó un botón; Danny se sentó en un taburete y giró para mirar el escenario. Un grupo de negros abría cajas de instrumentos, de donde sacaron un saxo, una trompeta y platillos. Un mulato gordo con traje cruzado se acercó a la barra con una sonrisa aduladora.

– Creí que conocía a todos los muchachos del Escuadrón -dijo.

– Trabajo para el Departamento del sheriff -replicó Danny.

La sonrisa del mulato se evaporó.

– Habitualmente trato con la Siete Siete, amigo.

– Éste es asunto del condado.

– Éste no es territorio del condado.

Danny señaló hacia atrás con el pulgar y movió la cabeza hacia los focos.

– Aquí hay alcohol ilegal, esas luces pueden causar incendios y el condado se encarga del control de bebidas y de las normas de higiene y seguridad. Tengo una libreta de citaciones en el coche. ¿Quiere que vaya a buscarla?

El mulato volvió a sonreír.

– Claro que no. ¿En qué puedo servirle, señor?

– Hábleme de Martin Goines.

– ¿Qué quiere que le diga?

– Todo, por ejemplo.

El gerente se tomó su tiempo para encender un cigarrillo; Danny sabía que lo estaba evaluando. Al fin el hombre exhaló y dijo:

– No hay mucho que contar. Nos lo mandaron cuando el trombón de los Sultans empezó a beber de nuevo. Habría preferido un hombre de color, pero Martin tiene fama de llevarse bien con los negros, así que lo acepté. Salvo anoche, que dejó plantados a los muchachos, Martin siempre se había comportado con corrección. Su trabajo era satisfactorio. No era el mejor músico del mundo; tampoco era el peor.

Danny señaló a los músicos del escenario.

– Esos muchachos son los Sultans, ¿no?

– Así es.

– ¿Goines tocó con ellos en una sesión que terminó después de medianoche?

El mulato sonrió.

– La rítmica versión de Old Lang Syne tocada por Dicky McCover. Hasta Bird se la envidia…

– ¿Cuándo terminó la sesión?

– Alrededor de las doce y veinte. Doy quince minutos de descanso a los muchachos. Como le decía, Martin faltó a ésa y al cierre de las dos. La única vez que me ha fallado.

Danny indagó la coartada de los Sultans.

– ¿Los otros tres hombres estaban en el escenario durante las dos últimas sesiones?

El gerente asintió.

– Así es. Tocaron para una fiesta privada que yo celebraba después. ¿Qué hizo Martin?

– Fue asesinado.

El mulato se ahogó con el humo que estaba inhalando. Carraspeó, tiró el cigarrillo al suelo y lo pisoteó.

– ¿Quién cree que lo hizo?-jadeó.

– Ni usted ni los Sultans. Veamos: ¿Goines tenía un hábito?

– ¿Hábito de qué?

– No se haga el tonto. Droga, H mayúscula, heroína. El gerente retrocedió un paso.

– No contrato a drogadictos.

– Claro que no. Y tampoco sirve alcohol de contrabando. Intentemos otra cosa: Martin y las mujeres.