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– ¿Le vendes a un hombre blanco alto y canoso?

Jackson escupió una flema sanguinolenta y un jirón de lengua.

– Estoy con Jack D. y el Siete-Siete, hijo de…

Danny le apoyó el arma en el ojo.

– Yo estoy con Mickey y el condado. ¿Y qué? Te he hecho una pregunta.

– ¡Trabajo en Hollywood! ¡Conozco a muchos imbéciles canosos!

– Nómbralos, y di todos los que conozcas que trabajen en los clubes de South Central.

– ¡Antes tendrás que matarme, idiota!

Danny oyó música de jazz como banda sonora de otras imágenes: Coleman Healy acariciando el saxo, el chico del Mercedes suplicando.

– Una vez más -insistió Danny-. Quiero información sobre un hombre blanco y alto. Maduro, pelo plateado.

– Ya te he dicho…

Danny oyó a alguien subiendo las escaleras, gruñidos y el inequívoco ruido de revólveres amartillados. Otis Jackson sonrió; Danny comprendió, enfundó el arma y buscó la placa. Dos blancos corpulentos se asomaron por la puerta con revólveres de calibre 38. Danny presentó la placa, una oferta de paz.

– Departamento del sheriff. Soy detective.

Los hombres se acercaron empuñando las armas. El más alto ayudó a Otis Jackson a levantarse; el otro, un individuo gordo de pelo rizado y rojo, toqueteó la placa de Danny, la examinó y sacudió la cabeza.

– Como si no os bastara con andar en tratos con Mickey Hebraico, ahora tenéis que cebaros en mi confidente favorito. Otis, eres un negro afortunado. Agente Upshaw, eres un blanco estúpido.

El policía alto ayudó a Otis Jackson a entrar en el cuarto de baño. Danny se levantó y recuperó la placa.

– Vuelve al condado y métete con tus propios negros -masculló el gordo pelirrojo.

5

– … Y el aspecto más peligroso del comunismo, su herramienta más insidiosamente eficaz, es que se oculta bajo un millón de estandartes, un millón de banderas, títulos y siglas, propagando el cáncer bajo un millón de disfraces, todos ellos destinados a pervertir y corromper en nombre de la compasión, el bien y la justicia social. UAES, SLDC, NAACP, AFL-CIO, Liga de los Ideales Democráticos y Norteamericanos Contra el Fanatismo. Todas organizaciones de nombre ampuloso a las que cualquier buen norteamericano debería enorgullecerse de pertenecer. Todas tentáculos sediciosos, pervertidos, cancerosos de la conspiración comunista.

Hacía casi media hora que Mal Considine evaluaba a Edmund J. Satterlee, ex agente federal, ex seminarista jesuita, echando ojeadas ocasionales al resto del público. Satterlee era un cuarentón alto con forma de pera; su estilo verbal era una mezcla entre la sencillez de Harry Truman y las excentricidades de Pershing Square, y nunca se sabía cuándo iba a gritar o a susurrar. Dudley Smith, fumando sin cesar, parecía disfrutar del momento; Ellis Loew miraba la hora y observaba a Dudley, tal vez temiendo que tirara la ceniza en la alfombra nueva del salón. El doctor Saul Lesnick, psiquiatra y confidente de los federales, estaba sentado a la mayor distancia posible del Cazador de Rojos. Era un anciano pequeño y frágil, con ojos azules y brillantes, y una tos que él seguía alimentando con ásperos cigarrillos europeos; tenía el mismo aire que todos los soplones: aborrecía la presencia de sus captores, aunque presuntamente había ofrecido sus servicios.

Satterlee ahora caminaba, gesticulando como si fueran cuatrocientos en vez de cuatro. Mal se movió en la silla, recordándose que ese sujeto era su billete para obtener el grado de capitán y el cargo de jefe de investigación de la Fiscalía de Distrito.

– Al principio de la guerra trabajé con la Sección Extranjeros para colocar a los japoneses. Allí aprendí cómo se generan los sentimientos antiamericanos. Los japoneses que deseaban ser buenos americanos se ofrecieron para alistarse en las fuerzas armadas. La mayoría sentían rencor y confusión, y el elemento subversivo, bajo el disfraz del patriotismo, intentó impulsarlos a la traición mediante ataques planificados y muy intelectualizados sobre presuntas injusticias raciales en nuestro país. Bajo el estandarte de inquietudes norteamericanas como la libertad, la justicia y la libre empresa, los japoneses sediciosos describían esta democracia como una tierra de negros linchados y oportunidades limitadas para las minorías étnicas, aunque los nisei se estaban convirtiendo en comerciantes de clase media cuando estalló la guerra. Después de la guerra, cuando la conspiración comunista surgió como la principal amenaza para la seguridad interna de Estados Unidos, vi que los rojos usaban el mismo tipo de pensamiento y manipulación para subvertir nuestra fibra moral. Los partidarios de esta causa abundaban en la industria y el negocio del entretenimiento, y fundé Contracorrientes Rojas para ayudar a detectar a los radicales y subversivos. Las organizaciones que se quieren mantener libres de rojos nos pagan honorarios nominales para que averigüemos si sus empleados y aspirantes a empleados tienen antecedentes comunistas, y mantenemos un exhaustivo archivo de los rojos que descubrimos. Este servicio también permite que los inocentes acusados de ser comunistas demuestren su inocencia y obtengan empleos que se les podría haber negado. Además…

El doctor Saul Lesnick tosió; Mal miró al anciano y vio que la reacción era en parte una risotada. Satterlee hizo una pausa.

– Ed -dijo Ellis Loew-, ¿podemos saltarnos el trasfondo e ir al grano?

Satterlee se ruborizó, recogió su maletín y sacó unos documentos, cuatro fajos distintos. Entregó uno a Mal, otro a Loew y otro a Dudley Smith; el doctor Lesnick rechazó el suyo con un gesto. Mal estudió la primera página. Era un informe sobre los piquetes: miembros de la UAES que habían hecho declaraciones izquierdistas, oídas por sus oponentes del gremio de Transportistas. Mal buscó en los nombres de los signatarios. Reconoció a Morris Jahelka, Davey Goldman y Fritzie «Picahielo» Kupferman, conocidos matones de Mickey Cohen.

Satterlee se plantó de nuevo frente a ellos; a Mal se le ocurrió que parecía un hombre capaz de matar por un atril, o cualquier cosa donde pudiera apoyar los largos y desmañados brazos.

– Estos documentos son nuestra primera ronda de munición. He trabajado con una veintena de grandes jurados municipales en todo el país, y las declaraciones juradas de ciudadanos patrióticos siempre tienen un efecto benéfico sobre los miembros de un gran jurado. Creo que tenemos una buena oportunidad de éxito en Los Ángeles: el conflicto laboral entre los Transportistas y la UAES representa un gran impulso, una ocasión que quizá no se volverá a repetir. La influencia comunista en Hollywood es un tema amplio, y el problema de los piquetes y el estímulo a la subversión por parte de la UAES dentro de ambos contextos es una buena ocasión para captar el interés del público. Citaré la declaración de Morris Jahelka: «Mientras se hacían piquetes frente a Variety International Pictures en la mañana del 29 de noviembre de 1949, oí que un miembro de la UAES, una mujer llamada "Claire", le decía a otro miembro de la UAES: "Con la UAES en los estudios podemos hacer por nuestra causa más que toda la Guardia Roja. El cine es el nuevo opio de los pueblos. Creerán cualquier cosa que proyectemos en la pantalla."» Caballeros, Claire es Claire Katherine De Haven, cómplice de diez traidores de Hollywood y conocida integrante de no menos de catorce organizaciones que la Oficina del Fiscal General del Estado de California ha clasificado como órganos comunistas. ¿No es interesante?

Mal levantó la mano.

– Sí, teniente Considine -dijo Edmund J. Satterlee-. ¿Alguna pregunta?

– No, una afirmación. Morris Jahelka tiene dos arrestos por estupro. Este patriótico ciudadano folla con niñas de doce años.

– Demonios, Malcolm -masculló Ellis Loew.

Satterlee intentó sonreír pero no lo consiguió. Hundió las manos en los bolsillos.

– Entiendo. ¿Algo más sobre el señor Jahelka?