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– Sí, también le gustan los niñitos, pero nunca han llegado a pescarlo con las manos en la masa.

Dudley Smith rió.

– La política crea extrañas alianzas, pero eso no niega el hecho de que en este caso el señor Jahelka está del lado de los buenos. Además, muchacho, nos aseguraremos de que mantenga la chaqueta bien abrochada, y es probable que los malditos rojos no traigan abogados para encauzar el interrogatorio.

Mal trató de mantener la voz en calma.

– ¿Es verdad eso, Ellis?

Loew apartó las volutas de humo del cigarrillo del doctor Lesnick.

– En esencia, sí. Tratamos de que la mayor cantidad posible de integrantes de la UAES se ofrezcan como testigos. En cuanto a los testigos hostiles, los que comparecen por una citación, son propensos a demostrar su inocencia no trayendo abogados. Además, los estudios tienen una cláusula en su contrato con la UAES, la cual establece que pueden anular el contrato si se demuestra que la otra parte ha incurrido en algún delito. Antes de que el gran jurado llegue a un acuerdo, si reunimos pruebas suficientes, iré a ver a los gerentes de los estudios para que echen a los miembros de la UAES recurriendo a esa cláusula. Los muy canallas estarán locos de rabia cuando lleguen al banquillo. Un testigo furioso es un testigo ineficaz. Tú lo sabes, Mal.

Cohen y sus Transportistas adentro, la UAES fuera. Mal se preguntó si Mickey C. aportaría dinero para el fondo de reserva de Loew, una cantidad que tenía seis dígitos y alcanzaría el medio millón cuando llegaran las elecciones primarias del 52.

– Eres listo, abogado.

– Tú también, capitán. Al grano, Ed. Tengo que estar en los tribunales a mediodía.

Satterlee entregó hojas mimeografiadas a Mal y Dudley.

– Mis reflexiones sobre el interrogatorio de los subversivos -dijo-. El delito de asociación es nuestra mejor arma. Todos están relacionados. Cualquiera que esté vinculado con la extrema izquierda conoce a todos los demás en mayor o menor grado. Junto con las declaraciones hay listas de mítines comunistas comparadas con listas de donaciones, un excelente medio de obtener información y lograr que los rojos delaten a otros rojos para salvar el pellejo. Las transacciones también implican registros bancarios que se pueden presentar como prueba. Mi técnica favorita es mostrar fotos a testigos potenciales: hasta los rojos más ateos sienten el temor de Dios cuando se les presentan pruebas de que han participado en un mitin subversivo, en esta circunstancia serán capaces de delatar a su propia madre con tal de no ir a la cárcel. Puedo conseguir fotos muy perjudiciales mediante un amigo que trabaja para Canales Rojos, algunas fotos muy buenas de las reuniones del Comité de Defensa de Sleepy Lagoon. Me han dicho que esas fotos son los Rembrandts de la policía federaclass="underline" jerarcas del PC y estrellas de Hollywood junto con nuestros amigos de la UAES. Señor Loew…

– Gracias, Ed -dijo Loew, e hizo una seña para indicar que todos se levantaran. Dudley Smith se irguió de un brinco; Mal se puso de pie y vio que Lesnick se dirigía al cuarto de baño aferrándose el pecho. Su tos húmeda retumbó en el pasillo; imaginó a Lesnick escupiendo sangre. Satterlee, Smith y Loew terminaron de darse la mano; el Cazador de Rojos salió seguido por el fiscal de distrito.

– Los fanáticos siempre resultan aburridos -comentó Dudley Smith-. Ed es bueno en su trabajo, pero no sabe cuándo retirarse de escena. Gana quinientos dólares por conferencia. Explotación capitalista del comunismo, ¿no crees, capitán?

– Aún no soy capitán, teniente.

– ¡Ja! Y además del grado tienes una inteligencia perspicaz.

Mal estudió al irlandés. Se sentía menos intimidado que el día anterior en el restaurante.

– ¿Qué ganas tú con esto? Eres experto en resolver casos, no quieres el puesto de Jack Tierney.

– Quizá sólo quiera tenerte cerca, muchacho. Tienes grandes probabilidades de llegar a jefe de Policía o sheriff del condado, teniendo en cuenta el magnífico trabajo que hiciste en Europa, liberando a nuestros perseguidos hermanos judíos. A propósito, aquí viene el contingente hebreo.

Ellis Loew guió a Lesnick hasta el salón y lo acomodó en una mecedora junto al hogar. El anciano se apoyó un paquete de Gauloises, un encendedor y un cenicero sobre las rígidas piernas, cruzándolas para sostenerlos. Loew dispuso sillas en semicírculo; Smith parpadeó y se sentó. Mal advirtió que el comedor estaba lleno de cajas de cartón atiborradas de carpetas; en un rincón había cuatro máquinas de escribir apiladas. Ellis Loew se preparaba para la guerra, y su casa era el cuartel general.

Mal ocupó la silla libre. El doctor Lesnick encendió un cigarrillo, tosió y empezó a hablar. Tenía la voz de un intelectual judío de Nueva York que respiraba con un solo pulmón; Mal entendió que el discurso estaba adaptado para policías y fiscales.

– El señor Satterlee ha incurrido en una seria omisión al no profundizar más su simplista historia de los elementos subversivos en Estados Unidos. Ha olvidado mencionar la Depresión, el hambre y la gente desesperada y preocupada que desea cambiar esas terribles condiciones.

Lesnick hizo una pausa, recobró el aliento y apagó el Gauloise. Mal observó los jadeos de aquel pecho huesudo, clasificó al anciano de cadáver ambulante y comprendió que Lesnick vacilaba entre el dolor de hablar y el afán de justificar su deplorable deber. Al fin respiró hondo y continuó, los ojos iluminados por una especie de fervor.

– Yo era una de esas personas, hace veinte años. Firmé peticiones, escribí cartas y asistí a mítines sindicales que resultaron en nada. El Partido Comunista, a pesar de sus connotaciones malignas, era la única organización que no parecía ineficaz. Su reputación le daba cierto ímpetu, cierto prestigio, y los hipócritas que lo condenaban sin discriminación me hicieron desear pertenecer a él para oponerme a ellos.

»Fue una decisión imprudente que he llegado a lamentar. Siendo psiquiatra, se me designó analista oficial del Partido Comunista en Los Ángeles. El marxismo y el análisis freudiano estaban muy en boga, y varias personas a quienes luego reconocí como conspiradores contra este país me contaron sus… secretos, por así llamarlos, emocionales y políticos. Muchos de ellos pertenecían al mundillo de Hollywood: escritores, actores y sus satélites, trabajadores tan engañados como yo acerca del comunismo, gentes que deseaban acercarse a personas de Hollywood por sus conexiones con el cine. Poco antes del pacto entre Hitler y Stalin el Partido me desilusionó. En el 39, durante una investigación del HUAC de California, me ofrecí para ser confidente del FBI. He llevado a cabo esta labor durante más de diez años, mientras mantenía mi puesto de psiquiatra del PC. En secreto puse mis archivos a disposición de los investigadores del HUAC en 1947, y ahora haré lo mismo con este gran jurado. Los archivos implican a miembros de la UAES esenciales para la investigación, y si ustedes necesitan ayuda para interpretarlos, no tienen más que acudir a mí.

El anciano casi se atragantó con las últimas palabras. Buscó el paquete de cigarrillos; Ellis Loew, con un vaso de agua, llegó primero junto a él. Lesnick carraspeó y tosió, Dudley Smith entró en el comedor y tanteó las cajas y las máquinas de escribir con sus botas lustradas con saliva. Necesitaba estirar las piernas.

En la calle sonó un bocinazo. Mal se levantó para dar las gracias a Lesnick y darle la mano. El hombre desvió la mirada y trató de levantarse, casi sin éxito. La bocina sonó de nuevo; Loew abrió la puerta y le hizo señas al taxista para que entrara en la calzada. Lesnick salió arrastrando los pies y aspiró el aire fresco de la mañana.

El taxi se alejó; Loew encendió un ventilador de pared.

– ¿Cuánto durará, Ellis?-preguntó Dudley Smith-. ¿Le enviarás una invitación para la celebración de tu victoria en el 52?

Loew levantó fajos de archivos del suelo y los apoyó en la mesa del comedor; repitió la operación hasta que hubo dos altas pilas de documentos.