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– … y si querías información acerca de los vendedores de heroína, tendrías que haber pedido que nuestra gente de Narcóticos se pusiera en contacto con la de ellos. No se puede aporrear a los vendedores, sean de color o no lo sean. El gerente de Bido Lito's dirige otro club en el condado, y anda en muy buenas relaciones con el sargento de guardia de Firestone. Además, te vieron bebiendo mientras estabas de servicio, cosa que yo también hago, pero de forma más discreta. ¿Entiendes por dónde voy?

Danny puso una expresión compungida, un pequeño truco que había aprendido por su cuenta: mirada baja, cara fruncida.

– Sí, señor.

Dietrich encendió un cigarrillo.

– Cuando me llamas señor, sé que te traes algo entre manos. Tienes la suerte de caerme bien, agente. Tienes la suerte de que a mi entender tu talento es superior a tu arrogancia. Dame tu informe. Omite los hallazgos del doctor Layman. He leído tu resumen y no me gustan las narraciones sangrientas a esta hora de la mañana.

Danny se puso tieso por reflejo: quería enfatizar los aspectos horroríficos para impresionar a Dietrich.

– Capitán, hasta ahora tengo dos descripciones más o menos precisas del asesino: alto, canoso, maduro. Por el semen, sabemos que su tipo sanguíneo es cero positivo, muy común entre los blancos. No creo que ninguno de los dos testigos pueda identificarlo en fotografía. Esos clubes de jazz son oscuros y su iluminación distorsiona las imágenes. El técnico que examinó el coche no encontró más huellas que las del propietario y su novia. Las descubrió gracias a los registros de Defensa Civiclass="underline" tanto Albanese como la chica trabajaron en Defensa Civil durante la guerra. Examiné las hojas de servicios de las compañías de taxis correspondientes a la hora en que abandonaron el cadáver y el coche, y sólo había parejas saliendo de los clubes de Strip. Las hojas de servicios corroboran que Albanese regresó al distrito negro en busca del coche, lo cual lo descarta como sospechoso. Ayer me pasé todo el día y la mayor parte de la noche recorriendo Central Avenue, y no pude encontrar más testigos que hubieran visto a Goines con el hombre alto y canoso. Busqué a los dos testigos presenciales que mencioné antes con la intención de hacer un retrato-robot del sospechoso, pero se habían ido. Al parecer los jazzistas son pájaros nocturnos.

Dietrich apagó el cigarrillo.

– ¿Qué harás ahora?

– Capitán, esto es un asunto entre homosexuales. El mejor de mis dos testigos describió a Goines como un pervertido, y las mutilaciones lo respaldan. Goines murió de sobredosis de heroína. Quiero mostrar fotos de homosexuales conocidos a Otis Jackson y otros proveedores locales. Quiero…

Dietrich meneó la cabeza.

– No, no puedes volver a territorio de la ciudad e interrogar al hombre que sacudiste, y Narcóticos de la ciudad nunca colaborará con una lista de proveedores locales… gracias a tu graciosa intervención. -Levantó un ejemplar del Herald del escritorio, lo plegó y señaló un artículo de una columna-: «Cuerpo de vagabundo hallado cerca de Sunset Strip en Noche Vieja.» Conservémoslo así: discreto, sin el nombre de la víctima. En esta sección tenemos mucho trabajo, prosperamos con el turismo, y no quiero echarlo a perder porque un marica despachó a otro marica drogadicto que tocaba el trombón. ¿Entendido?

Danny juntó los dedos detrás de la espalda y soltó una máxima de Vollmer a su comandante:

– Los códigos uniformes de investigación constituyen el cimiento moral de la criminología.

– La basura humana es basura humana -replicó el capitán Al Dietrich-. Manos a la obra, agente Upshaw.

Danny regresó a la oficina y se puso a trabajar en su cubículo, encerrado entre tabiques. Los otros tres detectives del escuadrón -todos ellos le llevaban por lo menos diez años de antigüedad- escribían a máquina y parloteaban por teléfono. El bullicio le llegaba como una ráfaga que pronto se redujo a un murmullo parecido al silencio.

Una foto ampliada de Harlan «Buddy» Jastrow, el asesino del condado de Kern y el principal motivo por el que se había hecho policía, dominaba la pared del escritorio; un agente que había oído hablar de su obsesión con ese hombre le había dibujado un bigote de Hitler, con un globo de diálogo que le salía de la boca: «¡Hola! ¡Soy la némesis del agente Upshaw! ¡Quiere liquidarme, pero no le cuenta a nadie por qué! ¡Ojo con Upshaw! ¡Es un muchacho culto que se cree mejor que los demás!» El capitán Dietrich había descubierto aquel trabajo artístico; sugirió que Danny lo dejara allí para recordarle que debía refrenar su temperamento y no darse aires de superioridad. Danny lo aceptó; oyó el rumor de que a los demás detectives les agradaba la actitud: les hacía creer que Danny tenía un sentido del humor del que carecía, lo cual le irritaba y le permitía concentrarse más en su trabajo.

En dos días y medio había reunido los elementos básicos. Había investigado los clubes de jazz de Central Avenue las veinticuatro horas; cada camarero, portero, músico y personaje raro de la zona había sido interrogado; y el mismo procedimiento había seguido con la zona donde habían arrojado el cadáver. Karen Hiltscher había llamado a San Quintín y al Hospital Estatal de Lexington pidiendo información sobre Goines y sus amigotes de allí, si los tenía; esperaban los resultados de esas pesquisas. Por el momento no podía acuciar a los proveedores de heroína de la ciudad, pero podía enviar un mensaje a Narcóticos del Departamento del sheriff pidiendo una lista de vendedores del condado, estudiarla y ver si encontraba pistas que llevaran al territorio del Departamento de Policía. El sindicato de músicos donde estaba Goines volvería a abrir esa mañana después del día festivo, y por ahora Danny sólo contaba con su instinto: qué era verdad, qué no lo era, qué era demasiado rebuscado para ser cierto y qué era tan horrible que tenía que serlo. Mirando de hito en hito a Buddy Jastrow, Danny reconstruyó el crimen.

El homicida se encuentra con Goines frente a los clubes de jazz y lo persuade para inyectarse, a pesar de que Martin acaba de dejar la droga. Ya tiene el Buick preparado: forzó la puerta o la cerradura, dejó los cables listos para un arranque rápido. Viajan hasta un lugar tranquilo, un sitio equidistante del distrito negro y del Sunset Strip. El homicida inyecta a Goines cerca de la columna vertebral, metiéndole suficiente heroína como para reventarle las arterias. Ya tiene una toalla preparada para metérsela en la boca e impedir que la sangre lo empape. A juzgar por el cálculo del camarero del Zombie, el homicida y Goines se fueron de Central Avenue entre las doce y cuarto y la una menos cuarto, tardaron media hora en llegar a destino. Luego, diez minutos para preparar el homicidio y llevarlo a cabo.

Una a una y media de la madrugada.

El homicida folla a su víctima después de la muerte; le acaricia los genitales hasta magullarlos, le hiere la espalda con una hoja de afeitar, le arranca los ojos, eyacula en las cuencas por lo menos dos veces, le muerde -o hace que un animal le muerda- el estómago hasta llegar a los intestinos, lo limpia y lo lleva a la calle Allegro. Noche lluviosa, pero el cadáver no tiene humedad, pues la lluvia cesó poco después de las tres. El cuerpo fue descubierto a las cuatro.

Entre una hora y una hora y tres cuartos para mutilar el cuerpo, según el lugar donde se cometiera el asesinato.

El asesino está tan excitado sexualmente que eyacula dos veces en ese período.

El asesino, quizá tomando un camino más largo hasta el Strip, acomoda el espejo retrovisor para observar el cadáver que lleva detrás.