– Les diré por qué lo he traído a colación. Ustedes han tenido suerte. Estuvieron con los Flats de la Calle Uno y los Sinarquistas, maltrataron a algunos judíos y salieron bien librados de todo ello. Eso es admirable, y no estamos aquí por algo que hayan hecho ustedes.
Juan Duarte apagó el cigarrillo.
– ¿Quiere decir que esto tiene que ver con nuestros amigos?
Mal evocó los archivos buscando flancos débiles. Recordó que los tres habían tratado de ingresar en las fuerzas armadas después de Pearl Harbor.
– He examinado sus registros del Servicio Selectivo. Ustedes se alejaron de los Sinarquistas y los Flats, trataron de luchar contra los japoneses, estuvieron en el lado correcto en Sleepy Lagoon. Si alguna vez se han equivocado, han sabido compensarlo. A mi entender, quien actúa así es buen hombre.
– ¿Quien actúa como un soplón es buen hombre, a su entender?-intervino Sammy Benavides.
Duarte lo hizo callar de un codazo.
– ¿Quién está equivocado ahora? ¿Quién quiere usted que esté equivocado?-preguntó.
Al fin una buena abertura.
– ¿Qué me dicen del Partido, caballeros? ¿Qué opinan del tío Stalin dándose la mano con Hitler? ¿Qué dicen de los campos de trabajos forzados en Siberia y todas las cosas que el Partido ha denunciado en Estados Unidos mientras condenaba esas aberraciones en Rusia? Caballeros, he sido policía durante dieciséis años y nunca he pedido a nadie que delatara a sus amigos. Pero le pediré a cualquiera que delate a sus enemigos, especialmente si también lo son míos.
Mal contuvo el aliento, recordando la Escuela de Leyes de Stanford; Dudley Smith callaba. Mondo López miró el tejado, luego a sus compañeros de reparto de Matanza salvaje. Los tres se pusieron a aplaudir.
Dudley se sonrojó; Mal vio que la cara se le volvía púrpura. López bajó lentamente la palma, acallando el aplauso.
– ¿Por qué no nos dice de qué se trata?
Mal hurgó en su memoria buscando datos, pero no encontró nada. -Esto es una investigación preliminar sobre la influencia comunista en Hollywood. Y no pedimos que delaten a sus amigos, sólo a nuestros enemigos.
Benavides señaló hacia el oeste, hacia la oficina y dos piquetes.
– ¿Y esto no tiene nada que ver con Gerstein, que quiere echar a nuestro sindicato para que entren los Transportistas?
– No, esto es una investigación preliminar que no tiene nada que ver con los actuales problemas del sindicato. Esto es…
– ¿Por qué nosotros?-interrumpió Duarte-. ¿Por qué Sammy, Mondo y yo?
– Porque ustedes son delincuentes reinsertados y serían muy buenos testigos.
– ¿Porque creyó que tendríamos miedo de la cárcel y nos ablandaríamos?
– No, porque han pertenecido a bandas callejeras y han sido comunistas, y pensamos que tendrían suficiente inteligencia para saber que todo aquello era basura.
Benavides intervino, mirando con desconfianza a Dudley.
– Usted sabe que el HUAC usó el mismo recurso, y mucha gente cabal salió malparada. Ahora ocurre de nuevo y usted quiere que nos pongamos de su parte.
Mal miró a Benavides: el violador de una niña estaba hablando de decencia; sintió que Dudley pensaba lo mismo y estaba a punto de perder los estribos.
– Mire, conozco la corrupción. El presidente del HUAC está en Danbury por soborno, y la Comisión se extralimitó. Y admito que la policía se equivocó en Sleepy Lagoon. Pero no se puede…
Mondo López exclamó:
– ¡Se equivocó! ¡Pendejo, fue un pogrom de su gente contra la mía! Trata de persuadir a las personas equivocadas en el caso equivocado para obtener…
Dudley dio un paso adelante, la chaqueta abierta, exhibiendo la automática 45, la porra y la nudillera de bronce. La sombra de su mole cubrió a los tres mexicanos y su voz subió varias octavas, pero no se quebró.
– Tus diecisiete roñosos compatriotas asesinaron a José Díaz a sangre fría y escaparon de la cámara de gas porque varios traidores, degenerados y debiluchos engañados se juntaron para salvarlos. Y no permitiré que le faltes el respeto a un colega en mi presencia. ¿Comprendido?
Un silencio sepulcral, los hombres de la UAES bajo la sombra de Dudley, unos tramoyistas les miraban desde el pasillo. Mal se adelantó para hablar por sí mismo, más alto que Dudley pero con menos voz. Asustado. Cobarde. Se disponía a hacer señas cuando Mondo López contraatacó.
– A esos diecisiete los jodieron el puto Departamento de Policía y los putos tribunales de la ciudad. Esa es la puta verdad.
Dudley avanzó hacia López hasta la distancia necesaria para asestarle un puñetazo en los riñones. Benavides retrocedió temblando; Duarte rezongó que la Comisión de Sleepy Lagoon había recibido cartas anónimas donde se denunciaba a un blanco por lo de José Díaz, pero que nadie lo había creído; Benavides se alejó del peligro. Mal asió a Dudley por el brazo; el corpulento Dudley lo arrojó hacia atrás y puso voz de barítono:
– ¿Te gustó corromper la justicia con la Comisión, Mondo? ¿Gozaste de los favores de Claire de Haven, esa sucia y rica capitalista, con influencia en las altas esferas, un verdadero regalo para tu minúscula polla mexicana?
Benavides y Duarte tenían la espalda contra la pared y se alejaban poco a poco. Mal se quedó quieto, López miró a Dudley de hito en hito y Dudley se echó a reír.
– Tal vez he sido injusto, muchacho. Todos sabemos que Claire echaba sus favores a los cuatro vientos, pero no creo que se hubiera rebajado a tu nivel. Eso sí, tu amigo Chaz Minear es otra historia. ¿Estaba en la Comisión buscando un culito mexicano?
Benavides avanzó hacia Dudley; Mal entró en acción, lo aferró y lo aplastó contra la pared, viendo hojas de afeitar apoyadas en la garganta de una niña.
– ¡Ese puto compraba chicos en un servicio especial, no se acostaba con nosotros! -gritó Benavides.
Mal apretó con más fuerza, el traje transpirado contra la ropa india empapada, músculos duros resistiendo el cuerpo de un delgado hombre de casi cuarenta años. Benavides se aflojó de golpe; Mal le quitó las manos de encima y de pronto recordó un dato: Sammy despotricando contra los homosexuales ante el doctor Lesnick, un punto débil que ellos podrían haber aprovechado.
Sammy Benavides se deslizó pared abajo y observó el duelo de miradas entre Smith y López. Mal trató de hacer una seña con las manos, pero no pudo. Juan Duarte estaba junto al pasillo, mirando la escena desde lejos. Dudley dio fin al enfrentamiento dando media vuelta y mascullando en voz baja.
– Espero que hoy hayas aprendido una lección, capitán. No puedes tratar con amabilidad a esos inmundos. Tenías que haber estado conmigo en el Escuadrón Especial. Allí lo habrías aprendido con gran estilo.
Había sido un desastre.
Mal regresó a casa pensando que le habían arrebatado las barras de capitán, que Dudley Smith las había aplastado con sus manazas. Y en parte era por su propia culpa. Se había mostrado demasiado blando mientras que los mexicanos eran demasiado listos, pensó que podía razonar con ellos, adularlos y arrastrarlos a trampas lógicas. Había pensado en presentar una nota a Ellis Loew pidiendo que se olvidara de Sleepy Lagoon, un tema muy delicado, y luego lo había mencionado buscando comprensión, pulsando una cuerda sensible en los mexicanos y sacando de quicio a Dudley. Y Dudley lo había defendido, con lo cual era difícil culparlo por perder la paciencia; eso significaba que el abordaje directo ya no surtiría efecto y tendrían que concentrarse en infiltrar a alguien y en interrogatorios discretos. Su especialidad, lo cual no disminuía la mordacidad de la broma de Dudley sobre el Escuadrón Especial. Además, estas circunstancias aumentaban la necesidad de incluir a Buzz Meeks en el equipo.
Todo en contra, aunque al menos Dudley no había revelado información de los archivos de Lesnick, y esa estrategia de manipulación permanecía abierta. Lo inquietante era que un policía tan listo como el irlandés tomara tan personalmente un ataque indirecto, y que luego diera un golpe bajo a «un colega».