Mal rió.
– La estás subestimando. Y supongo que quieres hacerla ceder tú.
– No, muchacho, creo que deberías ser tú. De todos nosotros, eres el único que al menos tiene cierto idealismo. Eres un policía bondadoso, aunque con una vena cruel. La aplastarás con ese gancho de derecha que tienes, según me han dicho.
– Yo no -intervino Ellis Loew, mirando con dureza a Mal. Buzz Meeks bebía scotch. Mal hizo una mueca, preguntándose cuánto sabía Dudley.
– Es un juego imbécil, teniente. Lo echaste a perder una vez, y ahora me pides que lo complique. Ellis, el abordaje directo no dará resultado. Díselo.
– Mal, modera tu lenguaje, porque estoy de acuerdo con Dudley -intervino Loew-. Claire de Haven es promiscua. Esas mujeres son desequilibradas y creo que el riesgo vale la pena. Entretanto, Ed Satterlee está tratando de conseguir un hombre para nosotros, un hombre que conoció en el seminario y que se ha infiltrado en células comunistas en Cleveland. Es un profesional, pero no resultará barato. Aunque el acercamiento a De Haven fracase y la UAES se ponga en guardia, ese hombre podrá infiltrarse con tanta sutileza que no se enterarían en un millón de años. Y sin duda el señor Hughes nos dará dinero para nuestro señuelo. ¿Verdad, Buzz?
Buzz Meeks le guiñó el ojo a Mal.
– Ellis, si es una mujer fácil, yo no mandaría a un seminarista a ablandarla. Howard mismo podría encargarse. Le gustan las hembras, así que podrías mandarlo a él disfrazado.
Loew miró al cielo; Dudley Smith rió como si hubiera oído una broma desternillante en el salón del Elks Club. Meeks guiñó el ojo de nuevo, estudiando a Maclass="underline" ¿fuiste tú quien me tendió la emboscada en el 46? Mal pensó que debía hacer méritos para obtener la custodia de su hijo en compañía de un bufón ridículo, un policía brutal y un abogado sin escrúpulos. Sólo cuando Loew golpeó la mesa para disolver la reunión comprendió que conocería a la Reina Roja cara a cara, que él mismo sería su propio peón.
15
Danny pasó la mañana siguiente en su apartamento, actualizando su archivo, vinculando los nuevos datos sobre las nuevas víctimas con su caso.
Al cabo de veinticuatro horas obtuvo esto:
Las víctimas dos y tres no estaban identificadas; el doctor Layman, como patólogo de la ciudad, tenía acceso a los informes del Escuadrón de Hollywood y le llamaría si los cadáveres recibían un nombre. Ya había llamado para decir que el sargento Gene Niles dirigía la investigación, le daba poca importancia y trataba de abreviarla para regresar al asalto de un almacén de pieles, caso que prometía artículos en los periódicos, lo cual compensaría el escándalo de Brenda Allen, que le había hecho perder a su esposa e hijos. Los policías de uniforme arrestaban a borrachos en el Griffith Park y no llegaban a ninguna conclusión, Niles en persona había interrogado a un par de indigentes con antecedentes de pervertidos. Niles y el puñado de policías de uniforme que tenía al mando ignoraban el informe de Layman, diecisiete páginas que establecían que el menor de los dos hombres había muerto de sobredosis de barbitúricos. El doctor estaba convencido de que existía un «Síndrome de la Dalia Negra a la Inversa»: los tres cadáveres hallados hasta el momento habían recibido un total de cuatro columnas periodísticas en páginas interiores. Los editores tenían sus reservas porque Martin Goines era un sujeto despreciable, se trataba de un asunto de homosexuales y no se podía publicar sin que la Legión de la Decencia y Madres Católicas Comprometidas se pusieran a estorbar.
El capitán Dietrich había oído la declaración de Danny: hechos, teorías, omisiones, mentiras y el gran embuste acerca del desayuno, que encubría la incursión en Tamarind 2307. Aún no se sabía que ése era el domicilio de Goines. El capitán asintió y dijo que trataría de obtener la colaboración del Departamento de Policía. No podían contar con detectives del Departamento del sheriff. Los otros tres hombres de la sección estaban sobrecargados y la Oficina de Detectives del condado consideraría el caso Goines demasiado complicado ahora que estaban involucrados los polizontes de la ciudad. Tenía un amigo en Hollywood, un teniente llamado Poulson que había permanecido en buenos términos con Mickey C. a pesar de Brenda A. Sugeriría al hombre que los dos Departamentos organizaran un equipo de Homicidios, y de nuevo afirmó que todo dependía de la identidad de las víctimas. Si el dos y el tres eran adictos, ex convictos u homosexuales, mejor olvidarlo. Si eran gente corriente, tal vez. Y a menos que el asunto cobrara cierto impulso y se formara un equipo con ambos Departamentos, Danny quedaría relevado del caso en diez días. Martin Mitchell Goines, muerto el 1/1/50, pasaría al archivo de casos sin resolver.
En cuanto a las pruebas reunidas en Tamarind 2307:
Con dos excepciones, mera repetición, lo que Hans Maslick llamaba «dobles negativos para probar positivos». Había obtenido un conjunto de huellas desconocidas que concordaban con el dedo que le faltaba a la víctima más alta; Layman también había tomado huellas de ambos cadáveres. El residuo pastoso y blanco que había recogido era obviamente el adhesivo dental que había llevado a Layman a su casi segura teoría del postizo. Leo Bordoni no había tocado superficies donde pudieran quedar huellas; tenía que dejar allí las tres mudas de ropa por si capturaban al asesino y éste confesaba que las había dejado plegadas sobre la taza del inodoro. Las muestras de tierra y polvo eran inútiles hasta que tuviera un sospechoso para establecer comparaciones. Le quedaban sólo dos ventajas sobre el Departamento de Policía y el asesino: las fotos de las manchas de sangre y la posibilidad de investigar Tamarind 2307 a solas si los polizontes de la ciudad trabajaban con desgana. Pesadillas y grandes riesgos.
Al dejar el depósito de cadáveres había ido a un fotógrafo y había pagado el cuádruple de lo normal para que le revelaran las películas de inmediato. El hombre del mostrador miró con recelo su aspecto desaliñado pero aceptó el dinero; Danny esperó mientras hacían el trabajo. El hombre le dio las fotos y negativos una hora después, comentando: «¿Esas paredes es lo que llaman arte moderno?» Danny no había parado de reír mientras volvía a casa. Las carcajadas se desvanecieron cuando clavó las fotos en un panel de corcho que había instalado junto a sus archivos.
En reluciente blanco y negro, la sangre resultaba perturbadora, antinatural. Las fotos eran pruebas que nunca podría mostrar a nadie, aunque lograra resolver los homicidios combinados. Encontraba reconfortante pensar que le pertenecían sólo a él; pasó horas mirando, viendo dibujos dentro de dibujos. Las manchas goteantes se convirtieron en extraños apéndices corporales; las salpicaduras eran como cuchillos cortantes. Las asociaciones visuales se volvieron tan ilógicas que volvió a su manuaclass="underline" ejemplos de salpicaduras de sangre. Los casos presentados eran alemanes y europeos del Este, psicópatas que representaban fantasías vampíricas, rociando ciertos objetos con la sangre de la víctima, afirmando su locura mediante la creación de imágenes de escaso o nulo significado. Nada parecido a esa letra G; nada relacionado con dentaduras postizas.
Dentaduras postizas.
La única pista sólida ofrecida por las víctimas dos y tres. Inhumano.
Podían ser dientes de acero, de plástico, dientes arrancados de cadáveres de animales. El próximo paso era una investigación sobre el papeclass="underline" hombres capaces de fabricar postizos cotejados con «alto, maduro», «canoso», «cero positivo», y oportunidad.
Agujas en un pajar.
El día anterior había dado el primer paso, examinando las listas de talleres dentales de las Páginas Amarillas de la ciudad y el condado de Los Ángeles. Había un total de 349, más 93 tiendas de taxidermistas, si se tenía en cuenta la posibilidad del uso de animales. Una llamada a un taller escogido al azar y una larga charla con un servicial encargado le brindaron esta información: la cifra 349 era baja; Los Ángeles era el centro de la industria dental. Algunos talleres no se anunciaban en las Páginas Amarillas; algunos dentistas tenían mecánicos dentales en el consultorio. Si un hombre trabajaba en dentaduras postizas humanas podía aplicar la misma habilidad a dientes de animales o de plástico. Él no conocía ningún laboratorio que se especializara en dientes de animales. Buena suerte, agente Upshaw, ahora le resultará más fácil.