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– Trabajo aquí. Soy escenógrafo.

– ¿Y eso te da derecho a inmiscuirte en una investigación policial?

El chico se acarició el pelo.

– Te he hecho una pregunta -apremió Danny.

– No, eso no me da…

– Entonces, ¿por qué lo hiciste?

– Oí que usted decía que Duane y George habían muerto, y yo los conocía. ¿Sabe…?

– No, no sé quién los mató. De lo contrario no estaría aquí. ¿Los conocías bien?

El chico jugó con su peinado Pompadour.

– Almorzaba con Duane, y saludaba a George cuando venía a buscarlo.

– Supongo que los tres teníais mucho en común, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Veías a Lindenaur y Wiltsie fuera de aquí?

– No.

– Pero hablabas con ellos, pues los tres teníais muchas cosas en común. ¿Verdad?

El chico bajó la mirada, trazando ochos con el pie.

– Sí, señor.

– Entonces, dime qué hacían y con quién más, porque si alguien lo sabe aquí eres tú. ¿Verdad?

El muchacho se apoyó en un reflector, dando la espalda a Danny.

– Habían estado juntos mucho tiempo, pero les gustaba salir con otros. George era más brusco, y en general vivía de Duane, pero a veces trabajaba para una agencia de servicios. No sé nada más. ¿Puedo irme, por favor?

Danny pensó en la llamada a la oficina de Firestone. Lindenaur había conocido al hombre que le extorsionaba a través de un «servicio de presentación para homosexuales».

– No. ¿Cómo se llamaba la agencia?

– No lo sé.

– ¿Con quién más salían Wiltsie y Lindenaur? Quiero más nombres.

– ¡No lo sé, y no tengo nombres!

– No chilles. ¿Qué me dices de un hombre alto, canoso, maduro? ¿Mencionaron a un sujeto así Lindenaur o Wiltsie?

– No.

– ¿Aquí trabaja alguien que se ajuste a esa descripción?

– En Los Ángeles hay un millón de hombres que se ajustan a esa descripción, así que…

Danny aferró al chico por la muñeca, comprendió lo que estaba haciendo y lo soltó.

– No me grites, sólo responde. Lindenaur, Wiltsie, un hombre alto y canoso.

El chico se volvió y se frotó la muñeca.

– No conozco a ningún hombre así, pero Duane prefería los tipos de cierta edad, y me confesó que le agradaba el pelo canoso. ¿Está satisfecho ahora?

Danny no pudo mirarlo a los ojos.

– ¿A Duane y a George les gustaba el jazz?

– No sé, nunca hablamos de música.

– ¿Alguna vez hablaron de robar casas o de un hombre de unos treinta años con quemaduras en la cara?

– No.

– ¿A alguno de ellos le gustaban los animales?

– No, sólo los hombres.

– Lárgate de aquí -dijo Danny, y él mismo se marchó mientras el chico lo miraba sin moverse. El pasillo ahora estaba desierto. Atardecía. Se dirigió hacia la entrada. Una voz lo llamó desde la garita del guardia.

– Oiga, agente. ¿Tiene un minuto?

Danny se detuvo. Un hombre calvo con suéter de cuello alto y pantalones de golf salió y extendió la mano.

– Soy Herman Gerstein. Soy jefe de este lugar.

Territorio de la ciudad. Danny estrechó la mano de Gerstein.

– Mi nombre es Upshaw. Soy detective del Departamento del sheriff.

– Oí decir que buscaba al tipo que corregía guiones. ¿Es verdad?

– Duane Lindenaur. Lo han asesinado.

– Es una pena. No me gusta que la gente se vaya sin avisarme. ¿Qué le pasa, Upshaw? ¿Por qué no se ríe?

– No me ha parecido gracioso.

Gerstein se aclaró la garganta.

– Cada cual en lo suyo, y yo no necesito ser gracioso. Para eso tengo cómicos. Antes de que se vaya, quiero decirle algo. Estoy colaborando con una investigación sobre la influencia comunista en Hollywood, y no me gusta que polizontes extraños anden haciendo preguntas por aquí. ¿Entiende? La seguridad nacional es más importante que un guionista muerto.

Danny ahondó en esos principios generales.

– Un guionista muerto y maricón.

Gerstein lo miró de hito en hito.

– Pues eso sí que no es gracioso, porque yo jamás permitiría que un invertido trabajara en mi estudio. Jamás. ¿Está claro?

– Muy claro.

Gerstein sacó tres largos puros de los pantalones y los puso en el bolsillo de la camisa de Danny.

– Desarrolle su sentido del humor si quiere llegar lejos. Y si tiene que volver al estudio, llámeme primero. ¿Comprende?

Danny arrojó los puros al suelo, los pisoteó y cruzó la entrada principal.

Un vistazo a los periódicos locales y más llamadas.

Danny fue hasta Hollywood y Vine, compró los cuatro diarios de Los Ángeles, aparcó en una zona prohibida y se puso a leer. El Times y el Daily News no decían nada sobre el caso; el Mirror y el Herald le dedicaban unas líneas en la última página: «Cuerpos mutilados hallados en Griffith Park», «Vagabundos muertos descubiertos al alba». Seguían descripciones asépticas de las mutilaciones; Gene Niles hacía declaraciones sobre la naturaleza azarosa del homicidio. No se mencionaba la identificación de las víctimas ni su relación con la muerte de Martin Goines.

Había un teléfono público cerca del quiosco de periódicos. Danny llamó a Karen Hiltscher y obtuvo lo que esperaba: las averiguaciones en los talleres eran lentas, diez negativas desde que le había hecho el encargo; las llamadas a otras oficinas del Departamento del sheriff y la Oficina de Detectives para pedir datos sobre ladrones con antecedentes de técnicos dentales arrojaban un resultado nulo: esos hombres no existían. Las llamadas a un par de taxidermistas aclararon que todos los animales embalsamados tenían dientes de plástico; en las dentaduras postizas no había dientes de animales, sólo en la boca de las criaturas aún vivas. Danny pidió a Karen que siguiera averiguando, le dijo adiós enviándole besos y marcó el número del Moonglow Lounge.

Janice Modine no trabajaba esa noche, pero John Lembeck estaba tomando una copa en la barra. Danny trató amablemente al hombre a quien había ahorrado una tunda; el chulo-ladrón de autos le devolvió la amabilidad. Danny sabía que podría sonsacarle información gratuita y le pidió datos sobre contactos entre homosexuales y servicios de presentación. Lembeck dijo que el único servicio para homosexuales que conocía era caro, discreto y estaba a cargo de un hombre llamado Felix Gordean, un inteligente empresario con una oficina en el Strip y una suite en el Chateau Marmont. Gordean no era homosexual, pero proveía de efebos a la crema de Hollywood y a los ricachones de Los Ángeles.

Danny advirtió a Lembeck que fuera prudente y decidió consultar al servicio nocturno de Antecedentes y Circulación. Dos llamadas, dos historiales limpios y tres domicilios distinguidos: la oficina en Sunset 9817, el apartamento en el Chateau Marmont, en el 7941 del Strip, y una casa de playa en Malibú: Carretera de la Costa del Pacífico 16822.

Le quedaban una moneda de diez y otra de cinco en el bolsillo, así que optó por seguir una corazonada. Llamó a la estación de Firestone, se comunicó con el sargento Frank Skakel y le preguntó el nombre del «servicio de presentación para homosexuales» donde el extorsionador Duane Lindenaur había conocido al extorsionado Charles Hartshorn. Skakel gruñó y dijo que lo llamaría al teléfono público; diez minutos después llamó diciendo que había buscado el informe original. Lindenaur había conocido a Hartshorn en una fiesta organizada por un hombre que dirigía un servicio de citas, Felix Gordean. Skakel le dio su propia advertencia: mientras hurgaba entre los archivos, un amigo del escuadrón le había comentado que Gordean pagaba un buen porcentaje a Antivicio.

Danny enfiló hacia el Chateau Marmont, un ostentoso hotel con forma de fortaleza renacentista. El edificio principal estaba festoneado de torres y almenas, y había un patio interior con bungalows del mismo estilo conectados por senderos, todos ellos rodeados por setos altos y bien podados. Postes de hierro forjado con faroles de gas en la punta arrojaban luz sobre unos letreros; Danny siguió una serpeante hilera de números hasta el 7941, oyó música detrás del seto y echó a andar hacia la puerta. Una ráfaga de viento abrió un claro en el cielo y la luz de la luna sorprendió a dos hombres en esmoquin besándose y meciéndose en el oscuro porche.