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Claire tomó cigarrillos y un encendedor de la mesa. Encendió el cigarrillo. Fumó mientras Mal echaba un vistazo al cuarto, burlonamente afligida de haberlo alterado. Al fin dijo:

– O usted es muy buen actor o se ha enredado con hombres muy malos. ¿En qué situación se encuentra? De verdad, lo ignoro.

– No sea paternalista.

– Lo lamento.

– No, no lo lamenta.

– De acuerdo, no lo lamento.

Mal se levantó y caminó por el cuarto, explorando el terreno para su señuelo. Vio una biblioteca con varias fotografías, examinó un anaquel y vio una hilera de jóvenes apuestos. La mitad eran del tipo de amante latino, pero López, Duarte y Benavides no estaban. Recordó el comentario de López a Lesnick: Claire era la única gringa que conocía que se la había mamado, y se sentía culpable porque sólo las rameras lo hacían, y ella era su madona comunista. En un anaquel había un solitario retrato de Reynolds Loftis. Su rectitud anglosajona daba un toque de incongruencia. Mal se volvió hacia Claire.

– ¿Sus conquistas, señorita De Haven?

– Mi pasado y mi futuro. Mis pecados de juventud, amontonados; mi prometido, a solas.

Chaz Minear había sido explícito en cuanto a Loftis: qué hacían con pelos y señales. Mal se preguntó cuánto sabría esa mujer acerca de ellos, si ni siquiera sospechaba que Minear había delatado a su futuro esposo al HUAC.

– Es un hombre afortunado.

– Gracias.

– ¿No es actor? Creo que llevé a mi hijo a ver una película donde él actuaba.

Claire apagó el cigarrillo, encendió otro y se alisó la falda.

– Sí, Reynolds es actor. ¿Cuándo vieron la película usted y su hijo?

Mal se sentó, calculando las fechas.

– Después de la guerra, creo. ¿Por qué?

– Quisiera señalar algo, mientras hablamos de manera civilizada. Dudo que sea usted tan sensible como pretende, pero si me equivoco quisiera darle un ejemplo del dolor que ustedes causan.

Mal señaló el retrato de Loftis con el pulgar.

– ¿Su prometido?

– Sí. Usted tal vez vio la película en una sala de reestreno. Reynolds fue un actor de mucho éxito en los 30, pero el HUAC de California se ensañó con él cuando se negó a testificar en los 40. Muchos estudios no lo aceptaron a causa de sus tendencias políticas, y sólo consiguió trabajo en Poverty Row, adulando a un hombre espantoso llamado Herman Gerstein.

Mal se hizo el tonto.

– Pudo haber sido peor. En el 47 muchas personas figuraron en la lista negra del HUAC. A su prometido pudo haberle pasado lo mismo.

– Estuvo en la lista negra -gritó Claire-. ¡Y apuesto a que usted lo sabe!

Mal se sobresaltó; creía haberla convencido de que él no sabía nada de Loftis. Claire bajó la voz.

Tal vez usted lo sabía. Reynolds Loftis, señor Considine. Sin duda usted sabe que está en la UAES.

Mal se encogió de hombros para disimular su mentira.

– Cuando usted nombró a Reynolds, me imaginé que sería Loftis. Sabía que era un actor, pero nunca había visto una foto. Mire, le diré por qué me sorprendí. Un viejo izquierdista nos dijo, a mi compañero y a mí, que Loftis era homosexual. Ahora usted me dice que es su prometido.

Claire entornó los ojos; durante medio segundo pareció una arpía al acecho.

– ¿Quién le dijo eso?

Mal volvió a encogerse de hombros.

– Un fulano que iba a buscar mujeres a los picnics del Comité de Sleepy Lagoon. No recuerdo su nombre.

De arpía al acecho a manojo de nervios; las manos de Claire temblaban, las piernas le tiritaban, rozando la mesa. Mal le escrutó los ojos y le pareció que se reducían, como si hubiera mezclado algún fármaco con el vodka. Pasaron unos lentos segundos, Claire recuperó la calma.

– Lo lamento. Oír hablar así de Reynolds me ha contrariado. Mal pensó: no ha sido eso, sino Sleepy Lagoon.

– Lo siento, no tenía que haberlo mencionado.

– Entonces, ¿por qué lo hizo?

– Porque es un hombre afortunado.

La Reina Roja sonrió.

– Y no sólo por mí. ¿Me permite terminar de explicar lo que iba a decirle?

– Desde luego.

– En el 47 -continuó Claire- alguien mencionó a Reynolds al HUAC. Rumores e insinuaciones, pero lo pusieron en la lista negra. Fue a Europa y trabajó en producciones artísticas experimentales dirigidas por un belga que había conocido en Los Ángeles durante la guerra. Todos los actores usaban máscara, las películas causaron gran conmoción, y Reynolds les infundía vitalidad con su actuación. Incluso ganó la versión francesa del Oscar en el 48, y llegó a trabajar con muchos cineastas europeos. Ahora los verdaderos estudios de Hollywood le ofrecen verdadero trabajo a cambio de una verdadera paga, lo cual terminará si Reynolds comparece ante otro comité o gran jurado o parodia de tribunal o como ustedes lo llamen.

Mal se levantó y miró hacia la puerta.

– Reynolds jamás les dará nombres -concluyó Claire-. Yo jamás daré nombres. No arruine el éxito que él ha recobrado. No me arruine a mí.

Suplicaba con elegancia. Mal hizo un ademán que abarcaba la tapicería de piel, las cortinas de brocado y una pequeña fortuna en seda bordada.

– ¿Cómo concilia su ideal comunista con todo esto?

La Reina Roja sonrió. De suplicante a musa.

– Mis buenas obras me permiten una dispensa para cosas bonitas.

Una línea final estelar.

Mal regresó al coche y encontró una nota bajo los limpiaparabrisas:

«Capitán, saludos. Herman Gerstein llamó a Ellis con una queja. Un detective del Departamento del sheriff está molestando en Variety International (homicidio de un homosexual). Debemos convencer al muchacho de que desista. Oficina de Hollywood Oeste cuando termines con C.d.H., por favor. D.S.»

Mal condujo hacia allá irritado por tener que cumplir con un encargo idiota cuando debía organizar la siguiente maniobra del equipo: noticias por radio y en los periódicos para convencer a la UAES de que el gran jurado estaba kaput. Vio el Ford de Dudley Smith en el aparcamiento, dejó su coche al lado y entró. Dudley estaba de pie junto a la recepción, hablando con un capitán uniformado. Detrás de la centralita, una muchacha escuchaba descaradamente, jugueteando con el auricular que llevaba en el cuello.

Dudley lo vio y lo llamó con el dedo. Mal se acercó y tendió la mano al oficial.

– Mal Considine, capitán.

El hombre le estrechó la mano con fuerza.

– Al Dietrich. Es bueno conocer a un par de muchachos de la ciudad que parecen seres humanos. Le estaba pidiendo al teniente Smith que no juzgara con severidad al agente Upshaw. Tiene muchas ideas nuevas sobre el procedimiento, y es un poco impetuoso, pero básicamente tiene madera de buen policía. A los veintisiete años ya es detective. Prometedor, ¿no?

Dudley soltó una carcajada resonante.

– La sagacidad y la ingenuidad son una potente combinación en los jóvenes. Malcolm, nuestro amigo está trabajando en el asesinato de un homosexual en el condado relacionado con dos homicidios en la ciudad. Parece obsesionado como sólo un policía joven podría estarlo. ¿Le daremos al joven una delicada lección de etiqueta policial y prioridades?

– Una breve lección -masculló Mal, volviéndose a Dietrich-. Capitán, ¿dónde está Upshaw ahora?

– En una sala de interrogatorios, por allá. Dos de mis hombres capturaron esta mañana a un sospechoso de robo, y Danny lo está exprimiendo. Vamos, les indicaré el camino. Pero déjenlo terminar.