Los condujo por la sala de reuniones hasta un corredor corto que daba a cubículos con cristal unidireccional. La estática crujía en el altavoz de la pared, sobre la última ventanilla a la izquierda.
– Escuchen -dijo el capitán Dietrich-. El muchacho es bueno. Y trátenlo con suavidad. Tiene un temperamento fuerte y me gusta.
Mal fue hacia el espejo, adelantándose a Dudley. Al mirar a la sala, vio a un delincuente que había capturado antes de la guerra. Vincent Scoppettone, un pistolero de Jack Dragna, estaba sentado a una mesa atornillada al suelo, las manos esposadas a una silla también inamovible. El agente Upshaw estaba de espaldas al espejo y sacaba agua de una nevera. Scoppettone se movía en la silla, empapado de sudor en las piernas y los sobacos.
Dudley lo reconoció.
– Ah, el grandioso Vincent. Oí decir que este muchacho descubrió que una amiga estaba repartiendo sus favores en otra parte y le metió una calibre 12 en el canal del amor. Debe haber sido engorroso, pero rápido. ¿Sabes la diferencia entre una abuela italiana y un elefante? Diez kilos y un vestido negro. ¿No es grandioso?
Mal lo ignoró. La voz de Scoppettone salía por el altavoz con una fracción de segundo de diferencia con el movimiento de los labios.
– Los testigos presenciales no significan nada. Tienen que estar vivos para testificar. ¿Entiendes?
El agente Upshaw dio media vuelta, empuñando un vaso de agua. Mal vio a un joven de tamaño mediano y rasgos regulares, ojos castaños y duros, cabello castaño cortado al cepillo, cicatrices de cortes en la tez pálida, barba crecida. Parecía ágil y musculoso, y algo en él le recordaba a los chicos guapos de las fotos de Claire de Haven. Tenía una agradable voz de barítono.
– Entierra el hacha, Vincent. Comunión. Confesión. Requiescat in pace.
Scoppettone tragó agua, escupió y se relamió los labios.
– ¿Eres católico?
Upshaw se sentó en la silla de enfrente.
– No soy nada. Mi madre es testigo de Jehová y mi padre está muerto, y así estarás tú cuando Jack D. averigüe que asaltas mercados por tu cuenta. Y en cuanto a los testigos presenciales, testificarán. Nadie va a ayudarte, y menos Jack. Estás en deuda con él, de lo contrario no te habrías metido en esto. Habla, Vincent. Háblame de tus otros trabajos y el capitán te recomendará para un establecimiento honorable.
Scoppettone tosió; el agua le goteó por la barbilla.
– Sin testigos no tienes nada.
Upshaw se inclinó sobre la mesa; Mal se preguntó en qué medida distorsionaba la voz.
– Estás en malas relaciones con Jack, Vincent. En el mejor de los casos, te perdonará el asalto al Sun-Fax. En el peor, te hará despachar cuando llegues a la penitenciaría. E irás a Folsom. Eres un conocido amigo del hampa, y es allí donde van todos. Y el Sun-Fax está en territorio de Cohen. Mickey compra allí los cestos con que unta a los jueces, y se cerciorará de que esos jueces sepan de tu caso. En mi opinión, eres demasiado estúpido para vivir. Sólo un estúpido asaltaría un local en territorio de Cohen. ¿Quieres desatar una guerra? ¿Crees que Jack quiere que Mickey se enfade con él por un mísero atraco?
Dudley codeó a Mal.
– El muchacho es bueno, muy bueno.
– Excelente -reconoció Mal.
Apartó el codo de Dudley y se concentró en Upshaw y su estilo verbal, preguntándose si podría imitar la jerga comunista tan bien como la del hampa. Vincent Scoppettone tosió de nuevo; la estática crujió en el altavoz y se esfumó entre las palabras.
– No habrá ninguna guerra. Jack y Mickey han hablado de una tregua. Quizá hagan negocios juntos.
– ¿Tienes ganas de hablar de eso?-preguntó Danny.
– ¿Crees que soy estúpido?
Upshaw rió. Mal notó la impostura: Scoppettone no le interesaba, era sólo un trabajo. Pero era una impostura de primera clase, y el chico sabía cómo infundirle su propia tensión.
– Vincent, ya te he dicho que en mi opinión eres estúpido. Tienes el pánico escrito en la jeta, y creo que tus relaciones con Jack andan muy mal. Déjame adivinar: hiciste algo que irritó a Jack, te asustaste, pensaste en largarte. Necesitabas pasta, asaltaste el Sun-Fax. ¿He acertado?
Scoppettone sudaba por todos los poros. Tenía la cara empapada.
– ¿Sabes qué más pienso?-continuó Upshaw-. Un asalto no habría bastado. Creo que hay otros trabajos por los que podemos encerrarte. Creo que voy a comprobar las denuncias de robo en toda la ciudad y el condado, tal vez en el condado de Ventura, tal vez Orange y San Diego. Apuesto a que si mando tus fotos encontraré más testigos presenciales. ¿Estoy en lo cierto?
Scoppettone intentó reírse, una larga serie de carcajadas chillonas. Upshaw también rió. Imitó al prisionero hasta hacerlo callar. Mal captó lo que ocurría: está tenso como un resorte por otra cosa y se desquita con Vincent porque lo tiene a mano, y quizá ni se dé cuenta de ello.
Agitando los brazos, Scoppettone dijo:
– Hablemos de negocios. Tengo una golosina.
– Cuéntame.
– Heroína. Algo gordo. Esa tregua de que te hablé… Jack y Mickey serían socios. Heroína mexicana de primera, más de diez kilos. Todo para el distrito negro, rebajada para competir con los independientes locales. La pura verdad. Si miento, mal rayo me parta.
Upshaw parodió la voz de Vincent.
– Entonces date por fulminado, porque eso de que Mick y Dragna son socios es una patraña. El tiroteo de Sherry's sucedió hace seis meses. Cohen perdió un hombre y no olvida esas cosas.
– Ése no fue Jack sino el Departamento de Policía. Media condenada división de Hollywood participó en eso por culpa de la condenada Brenda. Mickey Hebraico sabe que Jack no lo hizo.
Upshaw bostezó ostensiblemente.
– Estoy aburrido, Vincent. Negros inyectándose, Jack y Mickey como socios. Me haces bostezar. De paso, ¿lees los periódicos?
Scoppettone agitó la cabeza, chorreando sudor.
– ¿Qué?
Upshaw extrajo un periódico enrollado del bolsillo de la cadera.
– Esto salió en el Herald del martes. «Ayer por la noche se produjo una tragedia en un acogedor local de Silverlake District. Un pistolero entró en el cordial Moonmist Lounge, empuñando una pistola de grueso calibre. Obligó al dueño y a tres clientes a tenderse en el suelo, vació la caja registradora y robó joyas, billeteras y carteras a sus cuatro víctimas. El dueño trató de aprehender al asaltante, quien le dejó inconsciente de un golpe de pistola. El dueño murió por fractura craneal esta mañana, en el hospital Queen of Angels. Las víctimas supervivientes describieron al asaltante como "un blanco de aspecto italiano que rondaba los cuarenta, un metro sesenta, ochenta kilos".» Vincent, ése eres tú.
– ¡No soy yo! -chilló Scoppettone.
Mal estiró el cuello y miró lo que decía el periódico de Upshaw. Captó una nota a toda página sobre la pelea de la semana anterior en el Olympic. Pensó: no te detengas, embiste, conserva la calma y serás mi hombre…
– ¡Juro que no soy yo!
Upshaw se inclinó sobre la mesa acercando la cara a la de Scoppettone.
– Juro que no me importa. Esta noche desfilarás para que te identifiquen, y los tres clientes del Moonmist Lounge te echarán un vistazo. Tres sujetos blancos como el pan que creen que todos los italianos son Al Capone. Como ves, no quiero encerrarte por lo de Sun-Fax, Vincent. Quiero sacarte de circulación, para siempre.
– ¡Yo no lo hice!
– ¡Pruébalo!
– ¡No puedo probarlo!
– ¡Entonces irás a la cárcel!
Scoppettone aguantaba el cuerpo con la cabeza, la única parte que no le temblaba. Tiritaba, se sacudía, agitaba la barbilla como un carnero intentando arremeter contra un cerco. Mal comprendió: el chico lo había capturado por un atraco esa noche; toda la actuación estaba dirigida a lanzarle lo del periódico. Codeó a Dudley y dijo «Nuestro». Dudley alzó los pulgares. Vincent Scoppettone trató de arrancar la silla del suelo; Danny Upshaw le aferró el pelo y le abofeteó la cara al derecho y al revés hasta que Scoppettone se aflojó y farfulló: