– De acuerdo. De acuerdo.
Upshaw susurró algo al oído de Scoppettone, Vincent babeó una respuesta. Mal se puso de puntillas para oír mejor, pero el altavoz sólo escupió estática. Dudley encendió un cigarrillo y sonrió; Upshaw apretó un botón que había bajo la mesa. Dos agentes uniformados y una mujer con una máquina taquígrafa marcharon deprisa por el pasillo. Abrieron la puerta de la sala y se apresuraron a tomar la declaración. Danny Upshaw salió y dijo:
– Maldita sea.
Mal estudió la reacción.
– Buen trabajo, agente. Estuviste muy bien.
Upshaw miró a Mal, luego a Dudley.
– Policías de la ciudad, ¿me equivoco?
– En efecto -dijo Mal-. Fiscalía de Distrito. Yo soy Considine, él es el teniente Smith.
– ¿De qué se trata?
– Muchacho -explicó Dudley-, íbamos a reprenderte por molestar al señor Herman Gerstein, pero eso ya es cosa del pasado. Ahora vamos a ofrecerte un trabajo.
– ¿Qué?
Mal cogió el brazo de Upshaw y lo llevó aparte.
– Se trata de una infiltración para una investigación sobre la actividad comunista en los estudios de cine. Un fiscal de distrito muy bien situado está a cargo del espectáculo, y podrá arreglar una transferencia temporal con el capitán Dietrich. El trabajo te llevará lejos, y creo que deberías aceptar.
– No.
– Puedes volver al Departamento después de la investigación. Serás teniente antes de cumplir los treinta.
– No. No quiero.
– ¿Qué demonios quieres?
– Quiero supervisar el caso de triple homicidio en que estoy trabajando… para el condado y la ciudad.
Mal pensó en las vacilaciones de Ellis Loew, en otros jerarcas de la ciudad a quienes podía pedir el favor.
– Creo que podré arreglarlo.
Dudley se acercó, palmeó a Upshaw en la espalda y guiñó el ojo.
– Tendrás que ponerte en contacto con una mujer, hijo. Tal vez tengas que follarla hasta el agotamiento.
– Agradezco esa oportunidad -dijo el agente Danny Upshaw.
SEGUNDA PARTE
17
De nuevo era policía, contratado y pagado, actuando con veteranos. La bonificación de Howard lo había liberado de su deuda con Leotis Dineen, y si el gran jurado lograba echar a la UAES de los estudios él sería rico. Tenía las llaves de la casa de Ellis Loew y contaba con secretarios de la ciudad que se encargarían allí del trabajo de mecanografiado y archivo. Tenía una lista de rojos no tocados por jurados anteriores. Y tenía la gran lista: jerarcas de la UAES a quienes ensuciar con mugre criminal, sin abordajes directos ahora que se valían de francos subterfugios, pues los periódicos habían publicado artículos donde se afirmaba que la investigación había concluido. Una hora antes había ordenado a su secretaria que llamara a su contacto local con los federales, a Circulación y Registros de la ciudad y el condado y a las oficinas de registros penales de California, Nevada, Arizona y Oregón, pidiendo informes sobre arrestos acerca de Claire de Haven, Morton Ziffkin, Chaz Minear, Reynolds Loftis y tres pachucos sospechosos: Mondo López, Sammy Benavides y Juan Duarte, cuyos nombres aparecían con asteriscos que los calificaban como «conocidos miembros de bandas juveniles». El encargado de delincuencia juvenil de Hollenbeck era el único que había respondido a la llamada; decía que los tres eran manzanas podridas, miembros de una banda mexicana a principios de los 40, antes de largarse y «politizarse». Los Ángeles Este sería su primera parada, en cuanto su secretaria le comunicara las demás respuestas a las llamadas.
Buzz examinó su oficina buscando algo con qué matar el tiempo, vio el Mirror en el felpudo y lo cogió. Buscó la página editorial y allí descubrió una nota firmada por Victor Reisel, menos de veinticuatro horas después de que el cornudo Mal le hubiera expuesto su plan a Loew.
El título era «Rojos, 1 – Ciudad de Los Ángeles, O. Tres expulsados, ningún testigo en la base». Buzz leyó:
Todo se redujo a dinero, el común denominador que todo lo iguala. Se preparaba un gran jurado, un importante gran jurado que habría tenido tanto alcance como las audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas Internas de 1947. Una vez más se iba a indagar el acecho comunista en la industria cinematográfica, esta vez dentro del contexto de los problemas laborales de la ciudad de Los Ángeles.
La Alianza Unida de Extras y Tramoyistas (UAES) actualmente tiene contratos con varios estudios de Hollywood. El sindicato está plagado de comunistas y «camaradas». La UAES está planteando exigencias contractuales exorbitantes, y un grupo local de Transportistas al que le gustaría tener la oportunidad de llegar a un acuerdo amistoso con los estudios y realizar el trabajo de la UAES por salarios y beneficios razonables organiza piquetes contra ellos. Dinero. La UAES aboga implícitamente por el fin del sistema capitalista pero quiere más dinero. Los Transportistas, sin compromiso ideológico, quieren demostrar su empeño trabajando por sueldos que los anticapitalistas desprecian. Hollywood, el mundo del espectáculo: un mundo loco.
Locura 1: La mayoría de las películas prosoviéticas realizadas a principios de los 40 tenían guiones escritos por miembros del llamado Monopolio de Cerebros de la UAES.
Locura 2: Los miembros del Monopolio de Cerebros de la UAES pertenecen a un total de 41 organizaciones que la Fiscalía General del Estado ha calificado de órganos comunistas.
Locura 3: La UAES quiere más de ese sucio dinero capitalista, los Transportistas quieren empleos para su gente, varios patriotas de la Fiscalía de Distrito de Los Ángeles tenían la misión de reunir pruebas para que un gran jurado indagara hasta dónde llegaba la influencia de esos adoradores del dinero en el mundo del cine. Afrontémoslo: Hollywood constituye una herramienta propagandística insuperable, y los comunistas son el enemigo más sutil y más cruelmente inteligente con que jamás se ha enfrentado Estados Unidos. Logrado el acceso al cine y a su presencia en nuestra vida cotidiana, comunistas bien situados podrían sembrar incesantes y cancerosas semillas de traición: sutiles sátiras y ataques contra Estados Unidos, inyectados subliminalmente para que el público y los cineastas bien intencionados no supieran que les lavaban el cerebro. Los hombres del fiscal de distrito establecieron contacto con varios subversivos, y se proponían que admitieran sus errores y se presentaran como testigos, pero el dinero -el común denominador que todo lo iguala-asomó su cabeza para brindar socorro y alivio al enemigo.
El teniente Malcolm Considine, de la Oficina de Investigaciones de la Fiscalía, declaró: «La ciudad nos había prometido dinero, luego se echó atrás. Nos falta personal y ahora carecemos de fondos, y una larga lista de asuntos criminales conspira contra el tiempo que necesitamos. Podríamos comenzar a reunir más pruebas en el año fiscal 51 o 52, pero ¿cuánto habrán penetrado los comunistas en nuestra cultura para entonces?»
Cuánto, ésa es la pregunta. El teniente Dudley Smith, del Departamento de Policía de Los Ángeles, compañero del teniente Considine en esta, lamentablemente, breve empresa, declaró: «Sí, y todo se redujo a dinero. La ciudad tiene poco, y sería inmoral e ilegal buscar financiación exterior. Los rojos no tienen escrúpulos en explotar el sistema capitalista, mientras que nosotros nos atenemos a sus reglas, aceptando los defectos inherentes a una filosofía por lo demás justa y humanitaria. Ésta es la diferencia entre ellos y nosotros. Ellos se rigen por la ley de la selva, nosotros no la aceptamos porque amamos la paz.»