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Él la besó: con suavidad, con dureza, con suavidad. Le frotó el cuello con la nariz y olió jabón Ivory, no el perfume que había imaginado. Le tomó los pechos con las manos y apretó los pezones recordando todo lo que le habían dicho los policías sobre la estrella del Burbank Burlesque. Audrey emitía distintos ruidos según donde la acariciara; le besó y le lamió la entrepierna y obtuvo un gran gemido. El gemido creció cada vez más, Audrey movió los brazos y las piernas como en un espasmo. Enloqueció tanto que Buzz no pudo más y la penetró. El contoneo de Audrey lo hizo estallar en cuanto entró; trató de prolongarlo y ella lo aferró mientras él ponía todo su empeño en los últimos espasmos. Aunque pesaba la mitad que él, ella siguió pujando mientras terminaba. El le aferró la cabeza y hundió la cara en la cabellera de Audrey hasta que se relajó y ella dejó de moverse.

Estaban envueltos en sudor y sábanas de satén rosa. Buzz rodó a un lado, cogiendo a Audrey por la muñeca para mantener el contacto con ella mientras recuperaba el aliento. Ocho años sin un cigarrillo y jadeaba como un perro de carreras mientras ella estaba tranquila y serena. Una vena palpitante en el brazo era el único indicio de que todavía estaba agitada por dentro. El pecho de Buzz resollaba. Trató de pensar en algo que decir mientras Audrey le acariciaba las cicatrices.

– Esto podría complicarse -dijo.

Buzz recobró el aliento.

– ¿Ya te estás arrepintiendo?

Audrey curvó las uñas como si fueran zarpas y fingió que lo arañaba.

– Sólo quiero saber dónde estoy.

El momento empezaba a alejarse de Buzz, como si el peligro no valiera la pena. Aferró las manos de Audrey.

– ¿Eso significa que va a haber una próxima vez?

– No tenías que preguntar. Te lo habría dicho enseguida.

– Yo también quiero saber dónde estoy.

Audrey rió y apartó las manos.

– Tú eres el culpable, Meeks. El otro día me hiciste pensar. Así que lo que ocurra es por tu culpa.

– Cariño -dijo Buzz-, no subestimes a Mickey. Es muy amable con las mujeres y los niños, pero mata gente.

– Sabe que lo dejaré tarde o temprano.

– No, no lo sabe. Piensa que eres una ex strip-teaser, una shikse, que tienes treinta y pico y no tienes adónde ir. Si le causas algunos problemas, tal vez hasta lo excite. Pero si te largas es otra historia.

Ella no pudo mirarlo a los ojos.

– Cariño, ¿adónde irías?-dijo Buzz.

Audrey cogió una almohada y la abrazó, dándole la espalda.

– Tengo algún dinero ahorrado. Bastante. Compraré propiedades el Valle y alquilaré locales en un centro comercial. Son el futuro, Meeks. Otros diez mil y podré instalarme en una planta baja con quince hectáreas.

Como Buzz: catorce dólares por acre en la inversión segura que tendría que haberlo hecho rico.

– ¿De dónde has sacado el dinero?

– Lo ahorré.

– ¿De lo que te da Mickey?

Audrey soltó la almohada y le hundió el dedo en el pecho.

– ¿Estás celoso, cariño?

Buzz le cogió el dedo y se lo mordió con afecto.

– Un poco, tal vez.

– Bien, pues no lo estés. Mickey tiene la cabeza en los sindicatos y en su contrato de drogas con Jack Dragna, y sé cómo jugar este juego. No te preocupes.

– Eso espero, cariño. Porque va a durar bastante.

– Meeks, deja de hablar de Mickey. Si sigues así, empezaré a mirar bajo la cama.

Buzz pensó en la 38 que tenía en el otro cuarto y el abogado homosexual con el cuello magullado y las mejillas empapadas de lágrimas.

– Me alegra que estar contigo sea peligroso. Resulta reconfortante.

18

Supervisor Upshaw.

Al mando de la fuerza conjunta.

Jefe.

Danny se plantó en la sala de reuniones del desierto cuartel de Hollywood, Departamento de Policía, esperando para hablar a sus tres hombres sobre su caso de homicidio, para hacer una declaración en el lugar donde el escándalo de Brenda Allen habían causado más revuelo. Una caricatura dibujada en el panel de novedades lo dejaba bien claro: Mickey Cohen usando un gorro judío con un signo del dólar en la parte superior, moviendo a dos agentes uniformados como si fueran títeres. Un globo presentaba sus pensamientos: ¡Cielos, cómo jodí al Departamento de Policía! Por suerte los polizontes del condado me limpian el trasero. Danny vio pequeños agujeros en la cara de Mickey; el hampón número uno de Los Ángeles había servido de blanco para dardos.

Había un atril y una pizarra enfrente de la sala; Danny encontró tiza y escribió «Agente D. Upshaw, Departamento del sheriff de Los Ángeles» en letras grandes. Se plantó detrás del atril como el doctor Layman en su clase de medicina forense y se obligó a pensar en su otro caso para no ponerse ansioso cuando llegara el momento de dar órdenes a sus hombres, tres detectives mayores y con más experiencia que él. Ese trabajo era un alivio, quizás un sorbo de elixir para ahuyentar los malos pensamientos y mantenerlo activo; por eso se erguía triunfante en un sitio donde odiaban a la policía del condado más que a los violadores de niños. Tenía que pellizcarse para asegurarse de que no era un sueño. Danny se pellizcó por diezmillonésima vez desde el ofrecimiento del teniente Mal Considine.

Dudley Smith lo había llamado el día anterior por la tarde, interrumpiendo un largo día de copas aguadas y revisión del caso. El irlandés le dijo que se reuniera con él y Considine en Hollywood Oeste; Ellis Loew había intercedido, y tanto el jefe Worton como el sheriff Biscailuz habían aprobado la orden de traslado temporal. Danny se cepilló los dientes, hizo gárgaras y engulló un bocadillo antes de verlos, previendo una pregunta y urdiendo una mentira para responderla. Como ya le habían dicho que trabajaría en Variety International Pictures y sabían que allí había provocado la ira de Gerstein, tuvo que convencerlos de que sólo el guardián, el hombre encargado de los guiones y Gerstein lo habían visto como policía. Fue la primera pregunta de Considine, y un resto de calma alcohólica le ayudó a afrontarla. Smith le creyó enseguida, Considine con más reservas, cuando les endilgó un discurso diciendo que cambiaría su peinado y la forma de vestir para encajar en el papel de idealista comunista. Smith le dio un fajo de documentos sobre la UAES para que los estudiara en casa, y le hizo examinar una tanda de fichas psiquiátricas ante ellos; luego pasaron a los detalles operativos.

Danny debía establecer contacto con el presunto eslabón débil de la UAES, una mujer promiscua llamada Claire de Haven, obtener acceso a las reuniones del sindicato y averiguar qué planeaban. ¿Por qué no habían incitado una huelga? ¿Los mítines implicaban una exhortación a la revuelta armada? ¿Había subversión planificada en el contenido de las películas? ¿El monopolio de cerebros de la UAES se habían tragado las maniobras de Considine, artículos en la radio y prensa que decían que la investigación se había cerrado? ¿Hasta qué punto estaba conectada la UAES con el Partido Comunista?

Un impulso para su carrera.

«Serás teniente antes de los treinta.»

«Tendrás que establecer contacto con una mujer, hijo. Tal vez tengas que follarla hasta el agotamiento.»

Un garrote para aplastar sus pesadillas.

Se sentía animado cuando terminó la entrevista y se llevó los informes no psiquiátricos bajo el brazo, prometiendo presentarse para una segunda reunión esa tarde en el Ayuntamiento. Regresó a su apartamento, llamó a una docena de talleres dentales que Karen Hiltscher no había investigado y sólo obtuvo respuestas negativas. Leyó una docena de informes sobre homicidios de homosexuales sin beber ni pensar en el Chateau Marmont. Luego empezó a sentirse muy animado. Llevó las muestras de sangre de Tamarind 2307 al edificio de química de la Universidad de California Sur y sobornó a un compañero de curso para que las examinara, con la esperanza de relacionar las figuras sangrientas de la pared con los nombres de las víctimas, llegar a una reconstrucción y tener más datos sobre el asesino. Su compañero ni siquiera parpadeó ante la sangre y realizó los análisis; Danny llevó los datos a casa y los comparó con las fotografías.