Tres víctimas, tres tipos de sangre distintos: el riesgo de mostrar pruebas obtenidas ilegalmente valía la pena. La sangre AB positivo de Martin Goines concordaba con los dibujos más toscos; era la primera víctima y el asesino aún no había perfeccionado su técnica de decoración de interiores. La sangre de George Wiltsie y Duane Lindenaur, tipos cero negativo y B positivo, estaba esparcida por separado, la de Wiltsie en diseños menos intrincados, menos pulcros. Eso reforzó algunas conclusiones y abrió paso a otras nuevas: el homicidio de Martin Goines había sido impulsivo, y el asesino había atacado con toda saña. A pesar de la audacia suicida que había demostrado al llevar a las víctimas dos y tres al apartamento de Goines, había tenido una buena razón para escoger al Loco Martin. Podía ser una de estas tres:
– Lo conocía y quería matarlo por odio, un motivo personal concreto.
– Lo conocía y le parecía una víctima satisfactoria por razones de comodidad, para satisfacer su sed de sangre o para ambas cosas.
– No conocía a Martin Goines, pero estaba familiarizado con los clubes de jazz del distrito negro y confiaba en que allí encontraría una víctima.
Tenía que ordenar a sus hombres que volvieran a investigar la zona. En cuanto a Wiltsie-Lindenaur:
El asesino mordió, royó, tragó y esparció primero la sangre de Wiltsie, porque era el que más lo atraía. El relativo refinamiento de los dibujos trazados con la sangre de Lindenaur indicaba que el asesino estaba satisfecho y saciado; Wiltsie, conocido prostituto masculino, fue su primer blanco sexual.
Esa noche, como agente de ambos Departamentos, encararía a Felix Gordean, alcahuete y agente artístico, relacionado circunstancialmente con la víctima de la extorsión de Duane Lindenaur, y procuraría averiguar quiénes eran los hombres.
Danny miró la hora: las 8.53; los otros agentes llegarían a las nueve. Decidió quedarse detrás del atril, sacó su libreta y revisó las notas que había redactado. Un momento después oyó un discreto carraspeo y alzó la mirada.
Un hombre rubio y corpulento de unos treinta y cinco años avanzaba hacia él. Danny recordó algo que le había dicho Dudley Smith: un «protegido» suyo de la Oficina de Homicidios estaría en el equipo para evitar roces y asegurar que los otros hombres «se adaptaran a la situación». Sonrió y extendió la mano, el hombre la estrechó con fuerza.
– Mike Breuning. ¿Danny Upshaw?
– Así es. ¿Sargento Breuning?
– Soy sargento, pero llámame Mike. Dudley te manda saludos y disculpas. El jefe de Hollywood dice que Gene Niles tiene que trabajar con nosotros en el caso. Él recibió la denuncia, y la Oficina no puede asignarnos otros hombres. Como digo siempre, c'est la vie.
Danny hizo una mueca, recordando las mentiras que le había dicho a Niles.
– ¿Quién es el cuarto hombre?
– Uno de los vuestros, Jack Shortell, un sargento de San Dimas. Mira, Upshaw, lamento lo de Niles. Sé que odia al Departamento del sheriff y cree que la ciudad debería cerrar el caso, pero Dudley me pidió que te recordara que tú llevarás el mando. De paso, Dudley te tiene simpatía. Opina que tienes futuro.
Danny también tenía una opinión sobre Smith: pensaba que disfrutaba hiriendo a la gente.
– Magnífico. Déle gracias de mi parte al teniente.
– Llámalo Dudley, y dale las gracias tú mismo. Trabajáis juntos en esa investigación sobre los comunistas. Aquí vienen los demás.
Danny miró. Gene Niles caminaba hacia el frente de la sala sorteando a un hombre alto con gafas metálicas, como si toda la gente del Departamento del sheriff estuviera afectada por una plaga. Se sentó en la primera fila y sacó una libreta y una pluma. Ninguna ceremonia, ningún reconocimiento del rango. El hombre alto se acercó y estrechó la mano de Breuning y Danny.
– Soy Jack Shortell -se presentó.
Tenía por lo menos cincuenta años. Danny señaló la pizarra con su nombre.
– Es un placer, sargento.
– Encantado, agente. ¿Su primer trabajo importante?
– Sí.
– Tengo cierta experiencia, así que no vacile en consultarme si se atasca.
– De acuerdo.
Breuning y Shortell se sentaron a cierta distancia de Niles, Danny señaló una mesa que había frente a la pizarra: tres fajos de documentos de ambos Departamentos sobre el caso Goines-Wiltsie-Lindenaur. Ninguna especulación procedente de su archivo personal, nada sobre Felix Gordean, nada sobre Duane Lindenaur como ex chantajista. Los hombres sacaron cigarrillos y los encendieron; Danny, separado de sus hombres por el atril, asumió su primer mando.
– La mayor parte de lo que tenemos está allí, caballeros. Informes sobre autopsias, horarios, mis resúmenes como agente encargado del caso cuando se halló la primera víctima. El Departamento de Policía no consideró necesario registrar el apartamento donde mataron a las víctimas, de modo que hemos perdido algunas pistas potenciales. De los agentes que han trabajado en ambos casos, yo fui el único que obtuvo pistas decisivas. He preparado una cronología basada en mis datos, y he incluido copias en el material oficial. Ahora resumiré los puntos clave.
Danny hizo una pausa y miró directamente a Gene Niles, quien le había lanzado miradas fulminantes desde que él había mencionado la omisión del Departamento de Policía. Niles no apartó la vista; Danny acercó las piernas al atril para ganar más aplomo.
– En la noche del primero de enero investigué South Central Avenue, la zona donde robaron el coche que se usó para trasladar el cadáver de Martin Goines. Un par de testigos presenciales declararon haber visto a Goines con un hombre alto, canoso y maduro, y por los informes sabemos que el asesino tenía sangre cero positivo, descubierta a partir del semen. Goines murió de sobredosis de heroína, Wiltsie y Lindenaur fueron intoxicados con un compuesto de secobarbital y estricnina. Los tres hombres fueron mutilados del mismo modo: heridas con un instrumento conocido como estaca cortante, mordeduras con una dentadura postiza en las zonas abdominales. Los postizos no pueden ser réplicas de dientes humanos. Se trata de dientes de plástico, réplicas de dientes de animales, o dientes de acero. Pero no son humanos.
Danny desvió la mirada de Niles y miró a los otros dos hombres. Breuning fumaba con nerviosismo, Shortell anotaba, el gran Gene quemaba el escritorio con el cigarrillo. Danny lo miró y largó su primera mentira.
– Así que tenemos a un hombre blanco, alto, canoso y maduro, que puede conseguir heroína y barbitúricos, sabe algo de química y tiene experiencia en robos de coches. Cuando inyectó la heroína a Goines, le metió una toalla en la boca, lo cual indica que sabía que al pobre diablo se le reventarían las arterias con el consiguiente sangrado por la boca. Así que quizá tenga conocimientos médicos. Apuesto a que sabe hacer dentaduras postizas, y ayer recibí un dato de un informante: Goines estaba organizando una banda para robar casas. Cuando ustedes lean mis informes, verán que interrogué a un vagabundo llamado Chester Brown, músico de jazz. Conoció a Martin Goines a principios de los 40 y declaró que en aquella época Goines era ladrón. Brown mencionó a un joven con la cara quemada que fue cómplice de Goines, pero no creo que encaje en el caso. Agreguen «posible ladrón» a nuestro panorama, y les diré qué vamos a hacer.
»Sargento Shortell, usted hará averiguaciones telefónicas sobre las dentaduras postizas. Tengo una larga lista de talleres, y quiero que los llame para establecer contacto con el que lleve los registros de empleo. Cuenta usted con datos sólidos: tipo sanguíneo, descripción física, las fechas de las muertes. También pregunte acerca de mecánicos dentales que hayan despertado alguna sospecha en su sitio de trabajo, y si el instinto le dice que alguien es sospechoso pero no tiene el tipo sanguíneo, pida datos a las cárceles, el Servicio Selectivo, los hospitales, o cualquier otro lugar donde crea que puede obtener la información.