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Danny recordó el argumento de una comedia musical que había visto con Karen Hiltscher.

– Siento debilidad por el rojo fuerte, nena.

Considine rió.

– Bien, pero no llames «nena» a Claire. Le parecería paternalista. Aquí tenemos una buena. «Me cuesta creer que dejarías a los Transportistas por nosotros.»

Fácil

– Las pretensiones de comediante de Mickey Cohen ahuyentarían a cualquiera.

– Bien, agente, pero en tu papel de señuelo no te acercarías nunca a Cohen, así que no sabrías eso.

Danny recordó algo: las bromas obscenas y las novelas baratas que intercambiaban los demás carceleros cuando él trabajaba en la prisión del condado.

– Probemos con algunas alusiones sexuales, teniente.

Considine pasó a la página siguiente.

– «Pero soy trece años mayor que tú.»

– Un grano de arena en nuestro mar de pasión -replicó Danny con tono satírico.

Dudley Smith soltó una carcajada; Considine rió discretamente y continuó:

– «Llegas a mi vida cuando estoy comprometida. No sé si confiar en ti.»

– Claire, tienes una sola razón para confiar en mí: que cuando estoy contigo yo no confío en mí mismo.

– Excelente réplica, agente. Aquí va una bola curva: «¿Estás aquí por mí o por la causa?»

Fáciclass="underline" el héroe de una novelucha que había leído en una guardia.

– Lo quiero todo. Eso es todo lo que sé, todo lo que quiero saber.

Considine apartó la libreta.

– Improvisemos sobre eso. «¿Cómo puedes tener una visión tan simplista de las cosas?»

La mente de Danny funcionaba a toda marcha, dejó de buscar argumentos recordados e improvisó.

– Claire, están los fascistas y nosotros, y estamos tú y yo. ¿Por qué siempre complicas las cosas?

Considine, con voz de femme fatale:

– «Sabes que soy capaz de devorarte.»

– Me encantan tus dientes.

– «Me encantan tus ojos.»

– Claire, ¿estamos peleando contra los fascistas o siguiendo un curso de fisiología?

– «Cuando tengas cuarenta, yo tendré cincuenta y tres. ¿Aún me querrás entonces?»

Danny, remedando la voz insinuante de Considine:

– Estaremos juntos bailando en Moscú, cariño.

– No te muestres tan satírico con el aspecto político. No sé si ella tendrá tanto sentido del humor sobre el asunto. Hablemos de sexo. «Es maravilloso hacerlo contigo.»

– Las otras sólo eran chicas, Claire. Tú eres mi primera mujer.

– «¿Cuántas veces has dicho esa frase?»

Risa desdeñosa, como la de un policía mujeriego que conocía.

– Cada vez que he dormido con una mujer de más de treinta y cinco.

– «¿Ha habido muchas?»

– Sólo unos miles.

– «La causa necesita hombres como tú.»

– Si hubiera más mujeres como tú, seríamos millones.

– «¿Qué significa eso?»

– Que me gustas de verdad, Claire.

– «¿Por qué?»

– Bebes como un hombre, dominas a Marx al dedillo y tienes unas piernas sensacionales.

Dudley Smith empezó a aplaudir, Danny abrió los ojos y notó que estaban turbios. Mal Considine sonrió.

– Claire tiene piernas sensacionales, en efecto. Ve a ver al barbero, agente. Te veré a medianoche.

El barbero del alcalde Bowron dio al severo peinado de Danny una forma Pompadour que le modificó los rasgos. Antes parecía lo que era: un anglosajón de pelo y ojos oscuros, un policía que usaba trajes o alguna combinación de chaqueta con pantalones. Ahora tenía un aspecto ligeramente bohemio, algo latino, más informal. El nuevo corte de pelo contrastaba abruptamente con el atuendo; cualquier policía que no lo conociera y le viera el bulto del arma en el sobaco izquierdo lo habría calado en el acto, pensando que se preparaba para alguna misión. Su nuevo aspecto y las chispeantes improvisaciones lo pusieron de buen talante, como si el episodio del Chateau Marmont fuera una extravagancia que se esfumaría para siempre en cuanto le echara el guante a Claire de Haven. Danny se dirigió a la oficina de Hollywood para prepararse para su segundo intento en el Marmont y su primer enfrentamiento con Felix Gordean.

Al entrar, vio ataques contra Mickey Cohen en las paredes: caricaturas donde Mickey metía dinero en los bolsillos del sheriff Biscailuz, azotaba con un látigo a un equipo de perros con el uniforme del Departamento del sheriff, pinchaba el trasero de ciudadanos inocentes con una navaja que le salía del gorro. Danny soportó miradas desdeñosas, encontró la sala de archivos y se puso a leer antecedentes de crímenes sexuales. Le daba la mano a la bestia, preparándose para interrogar a Gordean.

Había seis archivos de carpetas mohosas, llenas de informes y fotos enganchadas en la primera página. No estaban ordenadas alfabéticamente, y no seguían ninguna lógica relacionada con el código penaclass="underline" homosexualidad con exhibicionismo y abuso de menores, los delitos menores mezclados con los mayores. Danny hojeó los dos primeros casos del archivo superior y comprendió por qué el sistema era tan chapucero: los hombres del escuadrón no querían ver esos datos lamentables ni pensar en ellos. Consciente de que tenía que mirar, Danny se armó de valor.

Casi todo el material se relacionaba con homosexuales.

La tienda Broadway de Hollywood y Vine tenía un local para hombres en el cuarto piso. Se lo conocía como el Paraíso de la Fellatio. Homosexuales ingeniosos habían abierto agujeros en las paredes de los cuartos de baño, permitiendo a los ocupantes de casillas contiguas la práctica de la cópula oral. Si alguien aparcaba en un camino del Griffith Park con un pañuelo azul atado a la antena de radio, era homosexual. En la esquina de Selma y Las Palmas se reunían ex convictos aficionados a la violación anal y los efebos. La inscripción latina de los cigarrillos Pall Mall -In Hoc Signo Vinces, «Con este signo vencerás»- era un medio de comunicación entre invertidos, una señal inequívoca cuando se combinaba con el uso de camisa verde en jueves. El musculoso travesti mexicano que follaba marineros detrás de Grauman's Chinese era conocido como «Asno Dan» o «Asno Danielle», porque él -ella- poseía un miembro de treinta centímetros. La empresa de taxis E-Z Cab Company estaba administrada por homosexuales, y repartían chicos, películas porno homosexuales, lubricante KY, estimulantes o bebidas las veinticuatro horas del día.

Danny siguió leyendo, aprendiendo. Sintió flojedad en el estómago y en las rodillas. Cuando descubría una fecha de nacimiento entre 1900 y 1910 o un metro ochenta de altura y más en los antecedentes de un varón blanco, miraba las fotos; todos los hombres que vio le parecieron demasiado feos y patéticos para ser su hombre, y la conclusión demostraba ser correcta cuando examinaba los informes en busca del grupo sanguíneo. Thomas Milnes, 1,85, 4/11/07, aficionado a los menores, rogaba a los agentes que le pegaran; Cletus Wardell Hanson, 1,83, 29/4/04, llevaba consigo un taladro eléctrico para abrir agujeros que le permitieran chupar nuevas vergas, su especialidad eran los servicios de caballeros de los restaurantes. En ocasiones se hacía follar por pandillas enteras, un paquete de cigarrillos cada hombre. Willis Burdette, 1,90, 1/12/1900, un sifilítico que ejercía la prostitución en la calle, muerto a golpes por media docena de sujetos a quienes había contagiado la enfermedad. Darryl «Lavanda Azul» Wishnick, 1,80, 10/3/03, organizaba orgías en las colinas que rodeaban el Letrero de Hollywood y se acostaba con niños bonitos con indumentaria de las fuerzas armadas.

En cuatro horas leyó cuatro archivos. Sintió retortijones de hambre y deseó la copa que habitualmente se tomaba a media tarde. Eso era reconfortante, también lo era el nuevo peinado por el que se seguía pasando los dedos, y las nuevas variaciones sobre su nueva personalidad, que esa noche mencionaría a Considine: en su apartamento nada debía parecer establecido puesto que acababa de llegar de Nueva York. Tendría que dejar el arma, las esposas y su placa en casa cuando hiciera de comunista. El contenido de los primeros cuatro cajones no congeniaba con su hombre, no correspondía con el mal trago que había pasado frente a la ventana de Felix Gordean. Entonces pasó al quinto archivador.