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Los gritos sonaban cada vez más estentóreos y amenazadores, interrumpidos por plañideras súplicas de soprano. Las chicas miraron a Mal; cogió otra revista e intentó leer. Oyó la escalofriante risotada de Dudley. Ahora las estudiantes le clavaban los ojos; Mal dejó el Weekly Sportsman y subió para escuchar.

Estrechas puertas de madera se alineaban en el largo pasillo. Mal siguió las carcajadas hasta llegar a una puerta que decía «Conroy». Estaba entornada; se asomó al interior y vio una pared con fotos de boxeadores latinos. No vio a Dudley ni a la soprano; escuchó.

– … toros, piñatas y boxeadores mexicanos. Es una obsesión, jovencita. Tal vez tu madre no tenga agallas para enderezarte, pero yo sí.

– Pero Ricardo es un chico encantador, tío -se quejó la soprano-.

Y yo…

Una manaza cruzó el ángulo de visión de Mal, un bofetón convertido en caricia. Vio una fugaz imagen de cabello rojo y rizado.

– No digas que lo quieres, jovencita. No en mi presencia. Tus padres son débiles, y esperan que yo dé mi opinión sobre los hombres de tu vida. Siempre haré valer esa opinión, jovencita. Sólo recuerda los problemas que te he ahorrado siempre y me lo agradecerás.

Mal logró ver a una muchacha regordeta. Sollozaba tapándose la cara. Dudley Smith la abrazó, ella lo apartó con los puños. Dudley murmuró palabras dulces, Mal regresó al coche y esperó. Su compañero apareció cinco minutos después.

– Toc, toc. ¿Quién es? Es Dudley Smith. ¡Alerta, rojos! Muchacho, ¿vamos a impresionar al señor Nathan Eisler con la rectitud de nuestra causa?

El último domicilio conocido de Eisler era Presidio 11681, a poca distancia del campus de la UCLA. Dudley tarareaba mientras conducía; Mal aún seguía viendo esa mano dispuesta a pegar, la sobrina encogiéndose ante el cordial contacto del tío. El 11681 era una casa prefabricada pequeña y rosa al final de una larga manzana de casas prefabricadas; Dudley aparcó en doble fila, Mal recordó datos del informe de Satterlee:

Nathan Eisler. Cuarenta y nueve años. Un judío alemán que había huido de todo el montaje de Hitler en el 34; miembro del PC del 36 al 40, luego miembro de media docena de organizaciones de filiación comunista. Coguionista de varias películas prosoviéticas en colaboración con Chaz Minear, compañero de póquer de Morton Ziffkin y Reynolds Loftis. Escribía con seudónimo para mantener su intimidad profesional, se había escabullido de las manos de los investigadores del HUAC, actualmente utilizaba el alias Michael Kaukenen, el nombre del héroe de Tormenta sobre Leningrado. Trabajaba como guionista de westerns de escasa categoría para la RKO con otro pseudónimo, el trabajo figuraba a nombre de un escritor políticamente aceptable que se llevaba el 35 por ciento. Amigo íntimo de Lenny Rolff, colega y también expatriado, el segundo sujeto que debían interrogar.

Ex amante de Claire de Haven.

Caminaron hasta el porche por un sendero lleno de juguetes, Mal miró por el cancel y vio el salón que cabía esperar en una vivienda de este tipo: muebles de plástico, piso de linóleo, empapelado rosa con topos. En el interior se oían chillidos de niños, Dudley torció el gesto y apretó el timbre.

Un hombre alto, sin afeitar, se acercó a la puerta, flanqueado por un bebé y una niña. Dudley sonrió, Mal vio que el bebé se metía el pulgar en la boca y habló primero.

– Señor Kaukenen, somos de la Fiscalía de Distrito y nos gustaría hablar con usted. A solas, por favor.

Los niños se apoyaron en las piernas del hombre. Mal vio ojos rasgados y asustados: dos pequeños mestizos intimidados por dos grandes búhos. Eisler-Kaukenen gritó «¡Michiko!» y una mujer japonesa apareció y se llevó a los niños. Dudley abrió la puerta sin que lo invitaran.

– Llega usted con tres años de retraso -dijo Eisler.

Mal entró detrás de Dudley, asombrado por la sordidez del lugar. El hombre que durante la Depresión ganaba tres mil dólares semanales vivía en un cuchitril. Oyó los gritos de los niños detrás de las delgadas paredes y se preguntó si Eisler tendría que enfrentarse a los mismos problemas que él con una lengua extranjera. Luego pensó que el hombre quizá lo toleraba por principios comunistas.

– Una casa encantadora, señor Kaukenen -comentó Dudley-. Sobre todo el motivo cromático.

Eisler-Kaukenen ignoró el sarcasmo y señaló una puerta. Mal entró y vio un pequeño espacio cuadrangular cálido y habitable: libros desde el suelo hasta techo, sillas alrededor de una mesita y un gran escritorio dominado por una máquina de escribir de buena calidad. Ocupó la silla más alejada de las voces chillonas, Dudley se sentó frente a él. Eisler cerró la puerta y dijo:

– Soy Nathan Eisler, dato que ustedes no ignoran.

Mal pensó: No haré de policía bueno, no diré «Me gustó su película Hierro de marcar».

– Entonces ya sabrá por qué estamos aquí.

Eisler miró la puerta y se sentó en la silla libre.

– La zorra está de nuevo en celo, aunque digan que tuvo un aborto…

– No debe decir a nadie que lo interrogamos -dijo Dudley-. Podría haber funestas consecuencias si usted nos desobedeciera.

– ¿Cómo cuáles, Herr…?

Mal intervino.

– Mort Ziffkin, Chaz Minear, Reynolds Loftis y Claire de Haven. Nos interesan las actividades de estos sujetos, no las de usted. Si colabora, tal vez le dejemos declarar por escrito. Sin juicio público, quizá con poca publicidad. Usted escapó del HUAC, también escapará de ésta. -Calló y pensó en Stefan, que se había ido con su madre loca y su nuevo amante-. Pero queremos datos precisos. Nombres, fechas, lugares y admisiones. Si usted colabora, se libra. Si no colabora, recibirá una citación y deberá someterse a un interrogatorio con un fiscal de distrito, algo que sólo puedo describir como una pesadilla. Usted elige.

Eisler alejó la silla. Con la mirada baja, dijo:

– Hace años que no veo a esa gente.

– Lo sabemos -respondió Mal-, y nos interesan sus actividades del pasado.

– ¿Son las únicas personas que le interesan?

Mal mintió, pensando en Lenny Rolff:

– Sí. Sólo ellas.

– ¿Y cuáles son las consecuencias de que hablan?

Mal tamborileó sobre la mesa.

– Juicio público. Su foto en los…

– Señor Eisler -interrumpió Dudley-, si usted no colabora, informaré a Howard Hughes que es usted autor de películas de la RKO que actualmente se atribuyen a otro hombre. Ese hombre, su conducto para un lucrativo trabajo como guionista, quedará fuera de juego. También informaré a Inmigración de que usted rehusó colaborar con un organismo que investigaba la traición, y pediré que ellos averigüen las actividades sediciosas de usted con miras a deportarlo por extranjero hostil, junto con su esposa e hijos. Usted es alemán y su esposa es japonesa, y como esos dos países fueron responsables de nuestro reciente conflicto mundial, creo que a Inmigración no les molestaría enviarlos de vuelta a sus respectivos países de origen…

Nathan Eisler se había encorvado, abrazándose las rodillas y aferrándose el mentón, la cabeza gacha. Le rodaban lágrimas por la cara. Dudley hizo crujir los nudillos y dijo:

– Bastará con un simple sí o no.

Eisler asintió.

– Estupendo -dijo Dudley.

Mal sacó libreta y pluma.

– Conozco la respuesta, pero dígame de todos modos, ¿usted es o ha sido miembro del Partido Comunista de Estados Unidos?

Eisler asintió.

– Responda sí o no -exigió Mal-. Debo consignarlo.

Un tímido «Sí».

– Bien. ¿Dónde estaba su unidad o célula partidaria?