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– Es acerca de cuatro homicidios -dijo Mal.

– ¿Ah, sí?

– ¿Dónde está Reynolds Loftis? Quiero hablar con él.

– Reynolds ha salido, y ya le he dicho que ni él ni yo daremos nombres.

Mal entró en la casa. Vio la primera plana del Herald del viernes anterior en una silla; comprendió que Claire había leído el artículo sobre la muerte de Danny, foto de la Academia del sheriff incluida. Claire cerró la puerta. Para ella también se había acabado la farsa: quería saber hasta qué punto estaba él al corriente.

– Cuatro muertes -replicó Mal-. Ningún asunto político, a menos que usted me indique lo contrario.

– Le digo que no sé de qué está hablando.

Mal señaló el periódico.

– ¿Qué hay de interesante en las noticias de la semana pasada?

– El triste y corto obituario de un joven que conocí.

Mal le siguió el juego.

– ¿Qué clase de joven?

– Creo que asustado, impotente y traicionero sería una buena descripción.

Un epitafio hiriente, Mal se preguntó por millonésima vez qué habían hecho Danny Upshaw y Claire de Haven.

– Cuatro hombres violados y descuartizados. Ninguna causa política para que usted me endilgue un sermón. ¿Quiere bajarse de su alto pedestal comunista y contarme lo que sabe? ¿Qué sabe de Reynolds Loftis?

Claire se le acercó, provocándolo con su perfume.

– Usted envió a ese chico a follarme para sacarme información, ¿no estará predicando decencia ahora?

Mal la aferró por los hombros y la apretó; había estudiado informes toda la noche y se los sabía de memoria.

– Primero de enero, Martin Goines, recogido en South Central, inyectado con heroína, mutilado y muerto. Cuatro de enero, George Wiltsie y Duane Lindenaur, sedados con secobarbital, mutilados y muertos. Catorce de enero, Augie Luis Duarte, lo mismo. Wiltsie y Duarte practicaban la prostitución masculina, sabemos que algunos hombres de su sindicato frecuentan esos ambientes, y la descripción del asesino concuerda con la de Loftis. ¿Todavía quiere hacerse la lista?

Claire se agitó, Mal tuvo una sensación viscosa y la soltó. Ella se dirigió hacia un escritorio que había junto a la escalera, cogió una carpeta y se la entregó.

– El 1, 4 y 14 de enero Reynolds estuvo aquí conmigo y con otras personas. Es una locura pensar que él pueda matar a alguien, y esto lo demuestra.

Mal cogió la carpeta, la hojeó y la devolvió.

– Todo es falso. No sé qué significan las tachaduras, pero sólo la firma de usted y la de Loftis son verdaderas. Las demás son falsificaciones, y las actas suenan a «Dick y Jane se afilian al Partido». Es falso, y usted lo tenía preparado y a mano. Explique eso o conseguiré una orden citando a Loftis como testigo material.

Claire abrazó la carpeta.

– No creo en esa amenaza. Creo que usted busca una venganza personal.

– Sólo responda.

– Mi respuesta es que su joven agente Ted insistía en preguntarme qué había hecho Reynolds en esas noches, y cuando descubrí que era policía pensé que debía de haberse convencido a sí mismo de que Reynolds había hecho algo terrible. Reynolds estuvo aquí, en unas reuniones, y dejé esto a mano para que el chico lo viera para que no se lanzara a una espantosa persecución por razones circunstanciales.

Una respuesta perfecta y atinada.

– ¿Sabía usted que un grafólogo podría destrozar esas actas en un tribunal?

– No.

– ¿Y qué cree que Danny Upshaw trataba de probar contra Loftis?

– ¡No lo sé! ¡Alguna especie de traición, pero no asesinatos sexuales!

Mal no consiguió discernir si Claire alzaba la voz para encubrir una mentira.

– ¿Por qué no le mostró a Upshaw las verdaderas actas? Usted se arriesgaba a que él descubriera que eran falsas.

– No podía. Un policía podría considerar que nuestras verdaderas actas constituyen una traición.

Era gracioso oírla hablar de «traición», profundidad en una mujerzuela que había abierto las piernas ante todo lo que llevara pantalones. Mal se echó a reír, se contuvo.

– ¿Qué lo divierte tanto?-preguntó Claire.

– Nada.

– Es usted paternalista.

– Cambiemos de tema. Danny Upshaw tenía documentación personal sobre los asesinatos, y se la robaron del apartamento. ¿Sabe algo sobre eso?

– No. No soy ladrona. Ni comediante.

La ira la hacía parecer diez años más joven.

– Entonces no se atribuya más méritos de los que tiene.

Claire levantó una mano, la bajó.

– Si no cree que mis amigos y yo somos serios, ¿por qué trata de acabar con nosotros y echarnos a perder la vida?

Mal buscó una réplica ingeniosa. Sólo dijo:

– Quiero hablar con Loftis.

– No ha respondido a mi pregunta.

– Aquí soy yo quien hace las preguntas. ¿Cuándo regresa Loftis?

Claire se echó a reír.

– Oh mein policía, lo que acaba de decir su cara. Usted sabe que es una farsa, ¿verdad? Cree que somos demasiado inocuos para constituir un peligro, lo cual es tan erróneo como creer que somos traidores.

Mal pensó en Dudley Smith, pensó en la Reina Roja comiéndose vivo a Danny Upshaw.

– ¿Qué pasó entre usted y Ted Krugman?

– Póngase de acuerdo consigo mismo. Se refiere al agente Upshaw, ¿verdad?

– Limítese a responder.

– Le diré que era ingenuo, ansioso de complacer, y pura charlatanería en cuanto a las mujeres, y le diré que no debió usted enviar a un patriota americano tan frágil detrás de nosotros. Frágil y torpe. ¿De veras se cayó sobre los cuchillos de la cocina?

Mal le pegó con la mano abierta; Claire tembló ante el golpe y lo devolvió. No tenía lágrimas, sólo pintalabios deshecho y un cardenal incipiente en la mejilla. Mal dio media vuelta y se apoyó en la balaustrada, temeroso de su propio aspecto.

– Usted podría renunciar -dijo Claire-. Podría declarar que es un error, decir que somos inocuos y que no valemos el dinero ni el esfuerzo, y sin embargo parecer un policía cabal.

Mal saboreó la sangre que le brotaba de los labios.

– Lo necesito.

– ¿Por qué? ¿Por la gloria? Usted es demasiado listo para ser patriota.

Mal vio a Stefan despidiéndose con la mano.

– ¿Por su hijo?-preguntó Claire.

– ¿Qué ha dicho?-preguntó Mal, temblando.

– No somos tan estúpidos como supone, mi flamante capitán. Sabemos contratar detectives privados y ellos saben indagar antecedentes y comprobar viejos rumores. Estoy impresionada por el nazi que usted mató y me sorprende que no advierta los paralelismos entre ese régimen y el que usted apoya.

Mal siguió mirando hacia otro lado. Claire se le acercó.

– Entiendo lo que usted siente por su hijo. Y creo que ambos sabemos que hemos llegado a un acuerdo.

Mal se apartó de la balaustrada y miró a Claire.

– Sí, hemos llegado a un acuerdo, y esta conversación no ha tenido lugar. Pero aún quiero hablar con Reynolds Loftis. Y si mató a esos hombres, lo haré pedazos.

– Reynolds no ha matado a nadie.

– ¿Dónde está?

– Regresará esta noche, y entonces podrá hablarle. Él lo convencerá. Le propongo un trato. Sé que usted necesita un aplazamiento en su juicio por la custodia, y tengo amigos abogados que pueden conseguirlo. Pero no quiero que Reynolds sea puesto en tela de juicio ante el gran jurado.

– No puede hablar en serio.

– No se empeñe en subestimarme. Reynolds sufrió mucho en el 47, y no creo que pueda soportarlo de nuevo. Haré todo lo que pueda para ayudarlo con su hijo, pero no quiero que hiera a Reynolds.

– ¿Y usted?

– Aguantaré los golpes.

– Es imposible.

– Reynolds no ha matado a nadie.

Tal vez sea cierto, pero lo han llamado subversivo demasiadas veces.

– Entonces destruya esas declaraciones y no llame a esos testigos.

– Usted no entiende. Su nombre figura mil condenadas veces en nuestros informes.