Claire cogió a Mal por los brazos.
– Sólo prométame que tratará de evitar que lo hieran demasiado. Prométamelo y yo haré mis llamadas, y usted no tendrá que ir al juicio mañana.
Mal se vio a sí mismo modificando transcripciones, barajando nombres y reordenando gráficos para desviarlos hacia otros comunistas en situación parecida: su destreza contra la memoria de Dudley Smith.
– Hágalo. Diga a Loftis que me espere aquí a las ocho y avísele que será desagradable.
Claire apartó las manos.
– No será peor que ese magnífico gran jurado.
– No se dé aires de nobleza; sé quién es usted.
– No me engañe, porque me serviré de mis amigos para destruirle.
Un trato con un verdadero demonio rojo: el aplazamiento le daría tiempo para eximir de culpa a un subversivo, tumbar a un asesino y elevarse a la categoría de héroe. Y tal vez burlar a Claire de Haven.
– No la engañaré.
– Tendré que fiarme de usted. ¿Puedo preguntarle una cosa? Extraoficialmente.
– ¿Qué?
– Su opinión sobre este gran jurado.
– Es un despilfarro y una vergüenza -declaró Mal.
34
Mickey Cohen estaba armando un revuelo, Johnny Stompanato lo instigaba; Buzz lo observaba todo muerto de miedo.
Estaban en el escondrijo de Mick, rodeados de guardaespaldas. Después de la bomba, Mickey había mandado a Lavonne al Este y se había mudado al bungalow de Samo Canyon, preguntándose quién demonios lo quería matar. Jack D. aseguraba que no era él y Mickey le creía. Brenda Allen todavía estaba en la cárcel, los polizontes de la ciudad actuaban con calma y un atentado organizado por un policía parecía cosa de ciencia ficción. Mickey decidió que eran los comunistas. Un rojo experto en explosivos se había enterado de que él respaldaba a los Transportistas, perdió los estribos y le puso una bomba que le echó a perder treinta y cuatro trajes de actuar. Se trataba de una conspiración comunista. No podía ser otra cosa.
Buzz seguía observando, esperando junto al teléfono una llamada de Mal Considine. Davey Goldman y Mo Jahelka rondaban por ahí, un grupo de matones engrasaban las escopetas guardadas en el armario falso que había entre el salón y el dormitorio. Mickey había empezado a protestar hacía media hora por temas que iban desde la impasibilidad de Audrey hasta la resistencia pasiva en los piquetes y la lección que pensaba dar a los rojos de la UAES. Una broma en comparación con lo que vino después, cuando Johnny Stompanato llegó con su conspiración.
El adonis italiano traía malas noticias: al volar a San Francisco, Petey Skouras se había llevado la recaudación de una semana; Audrey se lo había dicho cuando Stompanato fue a recoger el dinero del Southside. Buzz trató de oír la conversación, pensando que la leona no podía ser tan estúpida como para tratar de sacar ventaja de la fuga de Petey. Tenía que haberlo hecho él mismo: su recompensa después de la tunda de mil dólares. Las noticias de Johnny empeoraron: había interrogado con un bate de béisbol a uno de los apostadores que no pagaba, quien le había dicho que Petey no había robado dinero, que Petey no protegería al hermano de una novia porque a Petey le gustaban los chicos jóvenes y morenos, una costumbre que había adquirido en una cárcel del ejército en Alabama. Mickey perdió los estribos. Babeaba como un perro rabioso y escupía obscenidades en yiddish, haciendo ruborizar a sus matones judíos. Johnny tenía que saber que esa versión contradecía la explicación de Buzz, y el hecho de que no lo mirara a los ojos lo confirmaba. Cuando Mickey dejara de rezongar para ponerse a pensar llegaría a la misma conclusión, y entonces empezaría a hacer preguntas y él tendría que elaborar otra rebuscada justificación para explicar la mentira. Por ejemplo, que Skouras protegía al hermano de su novio, que él no quería manchar al pobre griego Petey diciendo que le gustaba hacerlo a la griega. Tal vez Mickey le creyera.
Buzz sacó su libreta y escribió un informe para Mal y Ellis Loew, síntesis de los datos ofrecidos por tres pistoleros que en las horas libres trabajaban en los piquetes. El consenso de los tres: la UAES estaba ganando tiempo, los Transportistas no veían el momento de machacar cabezas, y la única novedad era una sospechosa camioneta aparcada en Gower, con un cámara en la parte trasera. Habían visto a ese hombre, un pajarraco con aire intelectual y gafas a lo Trotski, en compañía de Norm Kostenz, el jefe del piquete de la UAES. Conclusión: la UAES quería que los Transportistas atacaran para filmar la trifulca.
En cuanto terminó su trabajo simbólico, Buzz escuchó los desvaríos de Mickey y comparó sus notas verdaderas, producto de una relectura de la documentación del gran jurado y los archivos psiquiátricos más una breve charla con un agente de San Dimas, colega de Jack Shortell. Shortell regresaría de Montana al día siguiente; entonces podría abordarlo para preguntarle a fondo sobre Upshaw. Según el colega de Jack, éste decía que Danny estaba convencido de que las muertes se relacionaban con el asesinato de Sleepy Lagoon y el Comité. Era lo último que el chico había dicho antes de que el Departamento de Policía le echara el guante. Con eso en mente, Buzz cotejó teorías con datos.
Resultados:
Danny había dicho que la descripción de Reynolds coincidía con la del sospechoso, que Reynolds encajaba en todo. Charles Hartshorn, suicida reciente, había sido arrestado con Loftis en un bar de homosexuales en el 44.
Dos nombres idénticos y una averiguación en Registros y Circulación lo llevaron a Augie Duarte, víctima número cuatro, y a su primo Juan Duarte, importante figura de Sleepy Lagoon y la UAES, quien estaba trabajando en Variety International Pictures en un plató contiguo a la sala donde la víctima número tres, Duane Lindenaur, corregía los guiones. Años atrás Lindenaur había extorsionado a Hartshorn, abogado del Comité de Sleepy Lagoon; y una consulta a la denuncia lo llevó a un tal sargento Skakel, quien también había hablado con Danny Upshaw. Skakel decía que Lindenaur había conocido a Hartshorn en una fiesta organizada por Felix Gordean, rufián de maricas, el hombre que, según Danny, obsesionaba al asesino.
La primera víctima, Martin Goines, había muerto de sobredosis de heroína. Claire de Haven, la prometida de Loftis, se inyectaba; se había sometido a tres tratamientos con el doctor Terry Lux. Terry afirmaba que Loftis le conseguía heroína.
Del informe de Mal sobre el interrogatorio a Sammy Benavides-Mondo López-Juan Duarte:
Hablando de Chaz Minear, amante de Loftis, Benavides afirmó que «ese puto compraba chicos en un servicio especial». ¿La agencia de Gordean?
También sobre Minear: en su ficha psiquiátrica, Chaz justificaba haber delatado a Loftis al HUAC alegando que había un tercer hombre en un triángulo amoroso: «Si usted supiera por quién me abandonó, comprendería por qué lo hice.»
Dos detalles extraños:
Las páginas correspondientes al período 1942-44 no aparecían en la ficha psiquiátrica de Loftis y nadie había encontrado al doctor Lesnick. En el interrogatorio de los tres mexicanos, uno de ellos había mascullado un aparte: el Comité de Sleepy Lagoon recibía cartas que responsabilizaban a un «blanco grandote» por el asesinato.
Pruebas circunstanciales, pero demasiado sólidas para tratarse de una coincidencia.
Sonó el teléfono, interrumpiendo las diatribas de Mickey contra los comunistas.
Buzz lo cogió; Johnny Stompanato lo miró mientras hablaba.
– Sí. ¿Eres tú, capitán?
– Soy yo, amigo Turner.
– Pareces contento, jefe.
– He conseguido un aplazamiento de noventa días, así que estoy contento. ¿Has hecho tus deberes?
Stompanato seguía mirándolo.
– Sí -respondió Buzz-. Circunstancial pero sólido. ¿Has hablado con Loftis?
– Ven a verme dentro de una hora en Canon Drive 463. Lo tenemos como testigo voluntario.