Los guerreros, montados en sus cabalgaduras, parecían nerviosos. Mintar rió despectivamente, luego su rostro se ensombreció:
—Tarl de Bristol —dijo—, has puesto fuera de combate a mi mejor guerrero. En consecuencia me debes algo. ¿Puedes pagarme el elevado precio que corresponde a semejante guerrero?
—No tengo más bienes que esta muchacha —dije—, y no estoy dispuesto a entregarla.
Mintar resopló:
—En los carros tengo cuatrocientas muchachas tan hermosas como ella. —Examinó a Talena detenidamente, pero no se inmutó—: Ella no aportaría ni siquiera la mitad del dinero que yo debería gastar para adquirir un guerrero como Kazrak.
Talena se sobresaltó como si le hubieran golpeado la cara.
—Entonces no puedo pagarte lo que te debo —dije.
—Soy un comerciante —respondió Mintar—, y es parte de mis principios exigir el pago de todas las deudas.
Me preparé para vender cara mi vida. Extrañamente lo que más me preocupaba era la suerte que correría Talena.
—Kazrak de Puerto Kar —dijo Mintar—, ¿estás dispuesto a dejarle a Tarl de Bristol el resto de tu precio de alquiler, si se pone a mi servicio en tu lugar?
—Sí —respondió Kazrak—. Él me honró: es mi hermano de espada.
Mintar me examinó satisfecho:
—Tarl de Bristol, ¿te pones al servicio de Mintar, perteneciente a la Casta de los Mercaderes?
—¿Y si me niego? —pregunté.
—Entonces ordenaré a mi gente que te mate —suspiró Mintar—, y ambos sufriremos una pérdida.
—¡Oh! Ubar de todos los mercaderes —dije—, ¿cómo habría de permitir yo que menguaran tus ganancias?
Mintar se relajó a ojos vista:
—¿Y qué pasa con la muchacha? Si así lo deseas, te la compro.
—No está en venta. Tiene que acompañarme —repuse.
—Veinte discotarns —dijo Mintar.
Me reí.
Mintar también sonrió:
—Cuarenta —dijo.
—No —respondí.
Mintar ya no sonreía:
—Cuarenta y cinco —ofreció con tono oprimido.
—Ni lo pienses.
—¿Procede de una casta elevada? —preguntó el comerciante.
—Soy la hija de un rico mercader —anunció Talena orgullosamente—, el más rico de todo Gor. Fui raptada por este tarnsman. Han matado a su tarn, y él me lleva ahora a… a Bristol, donde seré su esclava.
—Yo soy el mercader más rico de Gor —dijo Mintar en voz baja.
Talena se estremeció.
—Si tu padre es un comerciante, dime su nombre —continuó—, seguramente lo conozco.
—Poderoso Mintar —tercié en el diálogo—, disculpa a este tharlarión vestido de mujer. Su padre es un pastor de cabras en los bosques pantanosos de Ar y yo la he raptado. En Bristol cuidará de mis cabras.
Los soldados soltaron una carcajada y Kazrak fue quien más se rió. Durante un instante temí que Talena descubriera su verdadera identidad.
Mintar sonrió divertido:
—Mientras estás a mi servicio, puedes sujetarla a mi cadena —dijo.
—Mintar es generoso —respondí.
—No —dijo Talena—. Deseo compartir la carpa con mi guerrero.
—Como quieras —dijo Mintar, y no se ocupó más de ella. Dio indicaciones para que volvieran a cerrar las cortinas de su litera.
Kazrak nos llevó a Talena y a mí a lo largo de la extensa caravana para encontrarle un lugar a la joven. Junto a un largo carromato, cubierto de seda a rayas amarillas y azules, le quité las esposas y la dejé a cargo del guardián.
—Tengo un grillete disponible —dijo, tomó a Talena del brazo y la empujó hacia el interior del carromato. Dentro se encontraban sentadas unas veinte muchachas, diez a cada lado. Estaban encadenadas a una barra de metal que pasaba por el centro del carromato. Estaban vestidas como esclavas. Antes de que sujetaran a Talena, me gritó por encima del hombro:
—¡No te librarás tan fácilmente de mí, Tarl de Bristol!
—Trata de deshacerte del aro —rió Kazrak y se dispuso a marcharse.
Apenas nos habíamos alejado unos diez pasos, cuando oímos los gritos de una muchacha, y a continuación, chillidos y exclamaciones. El carromato estaba alborotado y se escuchaba ruido de cadenas. El guardián saltó con su látigo debajo de la lona, y agregó al estrépito sus maldiciones y latigazos. Poco después volvió a aparecer furioso y sin aliento, arrastrando a Talena por los cabellos. Ella se resistía y se retorcía furiosa. Las jóvenes desde el carromato alentaban con sus gritos al guardián, que, rabioso, arrojó a Talena en mis brazos. Sus cabellos estaban desgreñados, sus espaldas, cubiertas de ronchas y sus hombros, rasguñados. Tenía un brazo lastimado y sus ropas colgaban hechas jirones.
—¡Consérvala en tu carpa! —resopló el guardián.
—Los Reyes Sacerdotes son testigos de que lo ha logrado efectivamente —dijo Kazrak admirado—. ¡Un auténtico tharlarión vestido de mujer!
Talena alzó su nariz ensangrentada mostrándome una sonrisa radiante.
Los días que siguieron se contaron entre los más felices de mi vida. Talena y yo nos convertimos en parte de la larga y chirriante caravana de Mintar, una procesión interminable y de increíble colorido. Parecía como si ese viaje agradable nunca llegara a su fin, y me encontré a gusto entre las largas hileras de carromatos, cargados con los productos más diversos, con metales misteriosos y piedras preciosas, con fardos de telas, comestibles, vinos y Paga, armas y armaduras, cosméticos y perfumes, medicamentos y esclavos.
Cada mañana nos poníamos en movimiento mucho antes de que amaneciera y viajábamos hasta la hora de más calor. Temprano por la tarde nos deteníamos para acampar. Se les daba de comer y de beber a los animales de tiro, se colocaban guardianes, se aseguraban los carromatos, y los miembros de la caravana se ocupaban de las fogatas para preparar la comida. Al atardecer cocheros y guerreros se divertían con sus cuentos y canciones, contaban aventuras inventadas y reales, y bajo los efectos del Paga entonaban sus rudas canciones, a voz en cuello.
Fue en esos días cuando aprendí a manejar un tharlarión alto. Esos lagartos gigantescos se crían en Gor desde mil generaciones atrás. Reaccionan frente a señales verbales, pero en ocasiones también hay que ayudarlos un poco con la punta de la lanza.
Los tharlariones altos son carnívoros, pero su metabolismo es más lento que el del tarn, que parece estar pensando constantemente en la comida. Además necesitan muy poca agua.
La silla del tharlarión se fabrica teniendo en cuenta el propósito de mitigar las sacudidas debidas a los saltos irregulares de esos animales. Ello se logra; fundamentalmente, sujetando la silla de montar a un armatoste hidráulico que nada en un líquido espeso. De ese modo también se mantiene la silla en posición horizontal. A pesar de este invento, quienes montan un tharlarión llevan además un cinturón de cuero ancho y grueso que los sujeta a la silla, así como unas botas altas y blandas. El cuero protege las piernas del jinete de la piel áspera del animal. Cuando un tharlarión galopa su piel puede desgarrar la carne de la pierna desprotegida del jinete.
Como había prometido, Kazrak me dejó el resto de su salario: ochenta discotarns, una bonita suma. Tuve que convencerlo para que conservara parte de esa cantidad para sus propias necesidades: a fin de cuentas yo era su hermano de espada. Los dos compartíamos una carpa con Talena, y bajo la mirada burlona de Kazrak separé, con una cortina de seda, una parte de la carpa para la muchacha.
Kazrak y yo adquirimos para Talena un vestido rayado, de los destinados a las esclavas, lo que me pareció una medida adecuada para evitar preguntas acerca de su verdadera identidad. Además Kazrak, por cuenta propia, compró dos objetos que consideró importantes, un collar grabado y un látigo para esclavas.
Regresamos a la carpa y le entregarnos su nuevo atuendo. Furiosa, se mordió el labio inferior. A no ser por la presencia de Kazrak, seguramente me hubiera dado a conocer otras manifestaciones de su enojo.
—¿Acaso pensabas vestirte como una mujer libre? —la increpé.