Выбрать главу

—Por favor, Maldred —imploró Trajín con su fina y chirriante voz, y su cola parecida a la de una rata se agitó nerviosa—. Sabes que no me gusta el agua. No sé nadar y…

Maldred saltó una fuerte y profunda carcajada y lanzó al kobold al arroyo.

—Ocúpate de que se limpie tras las orejas, ¿quieres Rikali? —Dicho esto, el hombretón se acomodó bajo un árbol, con las manos apoyadas sobre el saco y la mochila que Dhamon había llenado. A los pocos instantes, dormía ya.

—Esa dama —insistió Rikali cuando hubo terminado de lavar la espalda de Dhamon, y su voz era suave para no despertar a Maldred y a Trajín que, como un perro, estaba enroscado ahora entre los pies de su grandullón compañero—. ¿Crees que nos seguirá? Parecía tan… enfadada.

—¿Celosa?

La semielfa sacudió la cabeza, y el agua salió despedida en un arco de la larga melena que le llegaba hasta la cintura.

—¿Yo, celosa? ¡Qué va, amor!

—Siempre estás celosa, Riki. Además, Fiona está con Rig, lo ha estado desde que la conozco. Lo último que oí fue que iban a casarse este otoño, el día del cumpleaños de ella.

—Conoces su nombre de pila…

—Dije que éramos amigos. Rig era el hombre de piel oscura que la acompañaba.

Dhamon había dado la espalda a la mujer y estudiaba algo que estaba en el agua. Separó las piernas y se inclinó ligeramente, dejando que las manos se hundieran silenciosas bajo la superficie.

—¿El también es un Caballero de Solamnia?

—¡En absoluto! Chisst.

—En absoluto —rió con disimulo ella.

La semielfa lo observó con atención y luego hizo una mueca burlona al ver que él intentaba sin éxito atrapar un pez que pasaba por entre sus piernas. Gotas de agua salieron despedidas por el aire describiendo un arco cuando él azotó la superficie y maldijo en voz baja.

Veloz como el rayo, la mujer hundió el delgado brazo en el arroyo, para sacarlo a continuación con una trucha ensartada en sus uñas, que arrojó a la orilla.

—Tú habías sido un caballero, Dhamon Fierolobo. O al menos eso afirmas.

—No un solámnico —repuso él, observando el pescado que se agitaba.

—Y no estoy celosa —arrulló Rikali acercándose más a él, y haciéndolo girar para colocarlo de cara a ella. El dedo de la semielfa se deslizó al frente para eliminar una mancha de la nariz del hombre—. ¿Tengo motivos para estarlo?

Dhamon no dijo nada, pero la atrajo hacia sí.

Dhamon despertó poco después del mediodía y apartó con suavidad el brazo de Rikali de su pecho. Rodó a un lado y extendió la mano para coger sus pantalones, pero, antes de que pudiera acabar de vestirse, una oleada de dolor lo embargó y su mano sujetó con fuerza la escama de su pierna, mientras hundía los talones en el suelo. Daba la impresión de que unas uñas se hundían en su carne, y se mordió el labio inferior para no chillar, resistiendo así el dolor durante varios minutos. La piel le ardía y sus músculos se agarrotaron.

Se convenció de que no era tan malo. Aproximadamente dos años antes un moribundo Caballero de Takhisis se había arrancado la escama de su propio pecho y se la había colocado a él.

Dhamon luchó por mantener la conciencia mientras su mente lo propulsaba de regreso a un claro de un bosque de Solamnia. Se vio arrodillado sobre un caballero negro, sosteniendo su mano e intentando ofrecer un poco de consuelo en aquellos últimos instantes de vida. El hombre le hizo una seña para que se acercara más, soltó la armadura de su pecho y mostró a Dhamon la enorme escama incrustada en la carne situada debajo; luego, con dedos torpes, el caballero consiguió arrancar la placa y, antes de que el otro se diera cuenta de lo que sucedía, el moribundo la había colocado sobre el muslo de Dhamon.

La escama se adhirió alrededor del muslo y como un hierro candente se clavó en su carne indefensa. Fue la sensación más dolorosa que Dhamon había experimentado en su vida. La escama tenía el color de la sangre recién derramada entonces, y Malys, la hembra de Dragón Rojo y señora suprema de la que provenía, la usaba para dominar y controlar a la gente. Meses más tarde, un misterioso Dragón de las Tinieblas, junto con una hembra de Dragón Plateado que se llamaba a sí misma Silvara, llevaron a cabo un antiguo conjuro para romper el control de la señora suprema. A raíz de eso la escama se tornó negra, y poco después empezó a dolerle de modo regular. Al principio, el dolor era poco frecuente y fugaz.

Dhamon se decía que el dolor era preferible a estar controlado por un dragón, pero últimamente los espasmos habían empeorado y duraban más tiempo. Observó que Maldred lo miraba, y con su expresión el hombretón le preguntaba si se encontraba bien.

Le devolvió la mirada, pero sus ojos fijos mostraban una expresión indiferente e implacable, ocultando sus pensamientos, sus sentimientos, manteniéndolo todo en secreto. Luego parpadeó, cuando el dolor desapareció por fin. Extendió la mano hacia el odre que Maldred le había dado, tomó un buen trago y volvió a colocar el corcho.

—¿Duele? —preguntó el gigante.

—A veces. Últimamente —respondió él, poniéndose en pie con cautela.

Los arañazos de su pecho y brazos empezaban a cicatrizar, se había afeitado, sus cabellos estaban peinados y atados en la nuca con una tira de cuero negro… obsequio de la semielfa, y su rostro tenía un aspecto juvenil con la melena sujeta hacia atrás.

—Tal vez podríamos encontrar un sanador que… —insinuó no obstante Maldred, rehusando abandonar su expresión preocupada.

—Un sanador no puede hacer nada. Lo sabes —Dhamon cambió de tema, señalando la mochila y el saco de cuero y el pequeño montón de bolsas de monedas que había sacado de sus pantalones, y los sacos llenos de monedas producto de los hurtos de sus compañeros—. Un excelente botín —declaró—. Una pequeña fortuna.

El otro asintió.

—Joyas de oro tachonadas de piedras preciosas, gran cantidad de monedas, perlas. Suficiente, esperemos, para adquirir…

—No suficiente —interrumpió Maldred categórico—. Ni se acerca, Dhamon. Lo conozco.

—Entonces el hospital… todo ese riesgo… fue perder el tiempo.

—No sabíamos si habría mucho o poco guardado allí —repuso el hombretón, meneando la cabeza—. Lo hiciste muy bien.

—No es suficiente —repitió Dhamon.

—Ah, pero podría ser suficiente para pagar una audiencia con él.

El otro frunció el entrecejo.

Maldred señaló con la mano el botín, luego abrió su mochila e introdujo en ella las bolsas más pequeñas, dejando fuera una de las bolsas de monedas de mayor tamaño y arrojándosela a Dhamon. Tras unos instantes, volvió a meter la mano en el interior y seleccionó una segunda bolsa.

—Será mejor darle éstas a Rikali y a Trajín por sus molestias. —Indicó con la cabeza a la pareja, que dormía profundamente unos metros más allá, cerca ahora el uno del otro—. De lo contrario, no dejarán que lo olvidemos jamás.

Dhamon echó una breve ojeada a Rikali, vio cómo sus párpados aleteaban en un sueño, luego se desperezó y se volvió de nuevo hacia su compañero.

—¿Cuánto tiempo debemos dejarlos dormir? Sé que a Riki no le preocupa que los enanos vengan tras de nosotros, pero yo no estoy tan tranquilo. En especial con respecto a la Legión de Caballeros de Acero. No dejarán esto sin vengar.