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—Muy bien, pues —Maldred asintió con la cabeza—. Nos quedaremos uno de estos carros o conseguiremos uno nuevo… que es lo que yo prefiero. En el campamento de los bandidos. Nos hará falta al menos un buen carromato para el valle.

—Las gemas que mencionaste, y la mina… —El rostro de Dhamon se tornó grave, su mirada intensa; alzó una mano para rascarse la incipiente barba de su barbilla, luego sus ojos se posaron en los de Maldred.

—Si la suerte nos favorece, ya no tendremos que robar mercaderes durante un tiempo. Ésta es la primera vez que una de estas caravanas ofrece resistencia. La próxima vez tal vez nos tropecemos con mercenarios.

—¡Me muero por una buena pelea! —Trajín danzaba alrededor del hombretón y hacia girar su jupak—. Podemos enfrentarnos a cualquier cosa. ¿No es cierto, Dhamon? ¡Jamás has perdido un combate!

Haciendo caso omiso del kobold, Dhamon saltó al interior del segundo carro. Había un enorme barril de agua dentro, y abrió de un codazo la tapa, bebiendo profundamente y echándose agua en el pecho y el rostro a continuación. Tras ello empezó a arrancar las tapas de las cajas que Trajín no podía abrir, en tanto que Maldred recogía sus propios caballos y los ataba al último carro.

Un chillido los interrumpió.

Rikali estaba en medio del sendero, insultando a la criatura devoradora de metal y agitando los puños. Las hebillas de sus botas habían desaparecido, al igual que el brazalete de su rodilla y el aro de oro del brazo. En su mano derecha no quedaban anillos.

—¡La mataré! —siseó—. Mis joyas. ¡Veloz como un conejo este bicho maldito las ha cogido y se las ha comido!

El hocico de la criatura se contrajo y la lengua salió disparada al exterior para lamer sus labios. A continuación, el animal avanzó tambaleante hacia la mujer, con los ojos fijos en los anillos que centelleaban todavía en su mano izquierda.

—¡Dhamon! —La semielfa se revolvió contra él furiosa, y sus uñas afiladas como garras arañaron la tierna piel del ser, que profirió un sonido sollozante y retrocedió presurosa unos metros, aunque su nariz siguió contrayéndose—. ¡Dhamon, ven aquí!

El hombre atisbo desde el carro, sonriendo ante el apuro en que se encontraba la mujer.

—¡Trajín! —El kobold acudió a la carrera—. Tú no llevas nada de metal. Coge a esa cosa y vuelve a atarla en el carro donde la encontraste.

Rezongando, el otro hizo lo que le decían, obteniendo algo de ayuda por parte de Maldred para subir la criatura e introducirla bajo la lona, al tiempo que se mantenía lejos de sus patas delanteras y de su boca devoradora de metal. El carromato en cuestión estaba sujeto mediante clavos de madera y no había ni rastro de metal en todo él.

—No conservaremos este carro —afirmó el hombretón—. O esta criatura durante mucho tiempo. Pongámonos en marcha.

* * *

Dhamon se movía con mucho tiento por el sendero montañoso, explorando en avanzadilla mientras el sol se fundía con el horizonte y pintaba las Khalkist con un suave resplandor anaranjado. Disfrutaba con estos instantes de soledad, sin nadie que lo importunara con conversaciones triviales y preguntas que no quería contestar. Sin nadie que le exigiera nada.

Cuando se hallaba en compañía de Maldred y Rikali a menudo se adelantaba, como hacía ahora, para ver si había algún obstáculo en la ruta que seguirían por la mañana. O si había extranjeros en la zona que pudieran molestarlos durante la noche. Era su excusa para obtener un poco de silencio y paz.

No obstante la cercanía del atardecer, el calor no parecía disminuir. El aire estaba enrarecido a esa altura en las montañas y, unido a la temperatura, Dhamon lo encontraba un tanto fastidioso. Se detuvo para descansar sobre una roca plana, rebuscando en su bolsillo para localizar un pedazo de caramelo. Trajín había encontrado un pequeño saco lleno de dulces en uno de los carros de los comerciantes, y Dhamon se aseguró de que se repartieran, antes de que el kobold se las arreglara para devorarlos todos.

Durante un buen rato, contempló fijamente el sol que se desvanecía, aspirando tan profundamente como le era posible y saboreando el azúcar de su lengua. Luego echó una ojeada al camino, que tenía la anchura justa para que pasara el carro. Tomarían la bifurcación hacia el norte, según las instrucciones de Maldred. El hombre al que necesitaba ver se hallaba al sur, pero existía la cuestión de obtener más riquezas antes de que pudieran tomar esa senda.

La bifurcación hacia el norte parecía menos transitada, con matorrales que crecían en algunas zonas aquí y allá, y surcos de ruedas tan superficiales que apenas conseguía distinguirlos. Dhamon se alejó veloz de la roca y se dirigió hacia el norte. Sólo unos minutos, se dijo, únicamente unos minutos más.

No era que a Dhamon no le gustaran sus acompañantes, simplemente creía que necesitaba un poco de soledad de vez en cuando. Maldred se había convertido en su compañero y camarada más íntimo, y Trajín poseía unas pocas cualidades atractivas y útiles. Rikali… bueno, ella no se parecía en nada a Feril, la elfa a la que había cortejado y en la que pensaba a menudo. Pero cuando miraba más allá de los maquillajes y de su constante cháchara, Rikali estaba bien. Ella estaba allí, y Feril…

—Se fue —declaró en voz baja.

Tenía la mirada fija en el suelo, en una hoja de árbol que había caído revoloteando a un lado del camino. Feril tenía un tatuaje de una hoja de roble en el rostro. Cerró los ojos e imaginó a la kalanesti, y el recuerdo le resultó agridulce. Una parte de él deseaba que ella estuviera a su lado, pero la mujer no aprobaría su actual modo de vida. Sin embargo, reflexionó, tal vez le gustaría Maldred.

Dhamon frunció el entrecejo cuando, al doblar un recodo del sendero, se encontró con que un desprendimiento de rocas impedía el paso. Probablemente lo habían provocado los temblores, pensó, mientras escalaba el derrumbe y atisbaba por la parte superior para averiguar cuánto trecho había obstruido. Un muro de roca se alzaba en el lado este del camino, y gran parte de su ladera se había desmoronado para cortar el paso. Se dio cuenta de que no habría excesivas dificultades más allá de ese punto, una vez que se hubiera apartado el montón de rocas.

Maldred era fuerte. Entre él y Dhamon, y con alguna ayuda de Rikali y Trajín, tendrían que poder arreglárselas sin demasiados problemas. Siempre y cuando no hubiera más temblores en esa zona de las montañas. Las sacudidas lo habían inquietado considerablemente, pues la fuerza de la naturaleza era algo a lo que él no podía enfrentarse; pero al parecer los temblores eran algo que tendría que soportar allí, incluidos los resultados, como ese sendero obstruido.

Dhamon se aplicó a la tarea de despejar el camino él mismo; la actividad le produjo una agradable sensación y apartó de su mente a Feril y a otras cosas que lo emponzoñaban cuando se tornaba introspectivo. Trabajó hasta oscurecer, momento en que el calor aminoró aunque sólo un poco. No lo había despejado todo, pero lo peor ya estaba fuera del paso; podría volver a abordarlo por la mañana para finalizar la tarea. Agotado, empapado de sudor y muy hambriento, regresó sobre sus pasos por el sendero, de vuelta al lugar donde había dejado a los otros acampando.

* * *

La noche no suavizó las facciones de Dhamon. Los ángulos de su rostro seguían siendo duros, los ojos oscuros, su porte indescifrable como de costumbre. La barba incipiente se había espesado, y Dhamon frotó la punta de los dedos sobre ella, produciendo un sonido casi imperceptible. Su mandíbula se movió y los músculos del brazo con el que empuñaba la espada se tensaron y relajaron mientras pensaba en el botín del carro y la venta de las mercancías y, en silencio, maldecía a los comerciantes por no haber tenido más carromatos o algo de extraordinario valor en ellos.