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—Al menos estoy mejorando —continuó—. Y agradecido por sentir como mínimo algo en los dedos. Conozco un buen sanador en Bloten que acabará la tarea. Haré que os dé una buena mirada a los dos también.

—Dudo que vayas a necesitarlo, Mal. Riki tiene razón, eres demasiado ruin para estar inactivo mucho tiempo —bromeó Dhamon; sus palabras surgieron farfulladas, espesas por culpa del alcohol que había bebido. Una jarra vacía yacía junto a él a sus pies, y él trasladó torpemente la nueva jarra entre los muslos, paseando un dedo por el borde—. Además, ser herido así es una buena excusa para tomar las cosas con calma durante un tiempo.

Rikali se colocó entre ambos, se hizo con la jarra de Dhamon y tomó un buen trago de ella; casi al instante empezó a toser y a farfullar. La devolvió y estudió sus uñas. Con un suspiro, estiró los brazos hacia arriba y los pasó por encima de los hombros de sus dos compañeros.

—Imagino que estamos a dos días de Bloten, tal vez menos. Me pregunto si habrá magníficas tiendas que visitar. Quizá Dhamon podrá comprar su espada con todo eso del carro. Y, si no puede, entonces nos lo quedamos para nosotros, ¿de acuerdo?

Maldred no respondió a sus palabras, y echó una ojeada a un hacha de armas que descansaba al alcance de su mano, con la luz de la fogata danzando sobre su hoja, lo que atrajo su atención. Por fin, desvió la mirada hacia la oscuridad y dijo:

—Riki, nos lo pasaremos en grande en Bloten celebrando nuestra buena suerte. Y te conseguiremos cuchillos nuevos. Y también le conseguiremos a Dhamon su espada.

—Quiero comprar algunas ropas más. Y perfume. Y…, Mal, ¿te hablé alguna vez de esa casa imponente que quiero construir? En una isla lejos de… ¿Oísteis algo?

Veloz como un gato, se apartó de los hombres y atisbo en la oscuridad del otro extremo del campamento. El fuego proyectaba zarcillos de luz hacia las rocas y matorrales, y la hierba se movía perezosamente mecida por una brisa casi imperceptible.

Dhamon se incorporó con un esfuerzo, luchando por mantener el equilibrio, y su mano buscó a tientas la espada colgada al cinto, con los dedos torpes por culpa de la bebida. Tenía problemas con el lado derecho, y extendió la mano para coger un bastón que el kobold había labrado a partir de una rama de árbol. Maldred fue un poco más lento en levantarse, empuñando el hacha de armas en la mano sana.

—¿Habéis oído? ¿Dhamon? ¿Mal? Es Trajín. Está…

Se oyó un estrépito en los resecos matorrales, el sonido de un juramento, y la voz aguda del kobold. Al cabo de un instante, un desaliñado hombre de color apareció en el claro, con la criatura aferrada a su pierna. El hombre estaba empapado de sudor y, además de la mochila que colgaba a su espalda y de varios odres de agua que se balanceaban de ella, llevaba una espada enorme sujeta a la cintura y más de una docena de dagas en fundas que entrecruzaban su pecho. Intentaba golpear a Trajín con una vara de dos manos al tiempo que intentaba quitarse de encima a aquel ser que no cesaba de gruñir. Pero la vara era demasiado larga y difícil de manejar, y no había forma de desalojar al kobold. Se oyeron más crujidos, el tintineo del metal y el siseo de una espada al ser desenvainada.

—¡Rig! —gritó Dhamon, notando la lengua hinchada por los efectos del alcohol—. ¡Déjalo en paz!

El hombre negro rugió y dio una patada, en un nuevo intento de deshacerse del kobold que lo mordió a través de la tela hasta alcanzar la pantorrilla. El agredido aulló al tiempo que Fiona penetraba a la carrera en el claro. Bajó el arma rápidamente en cuanto vio a Dhamon, aunque no la envainó, y mantuvo los hombros erguidos, preparada para cualquier contratiempo.

—Llama a ese pequeño bastardo —indicó Fiona a Dhamon, mirándolo con expresión furiosa mientras sus dedos se cerraban con más fuerza alrededor del pomo de la espada—. Llámalo ahora, o lo haré trocitos y lo arrojaré a tu hoguera. —Alzó la punta de la espada para enfatizar sus palabras y entrecerró los ojos, clavándolos en los de Dhamon.

—Trajín —dijo éste casi con suavidad—. Suelta a ese hombre.

—Intruso. Espía —refunfuñó el kobold mientras soltaba a Rig, lo golpeaba por despecho y corría junto a Dhamon. La criatura hinchó el pecho y mostró los amarillentos dientes en un siseo—: Menos mal que yo patrullaba, Dhamon. De lo contrario estos dos defensores de la justicia se habrían introducido aquí y robado todas nuestras…

—¡Qué alegría conocer por fin a alguno de los viejos amigos de Dhamon! —intervino Rikali, ofreciendo una sonrisa forzada y extendiendo la mano, al tiempo que se deslizaba hacia la dama solámnica—. Tú debes de ser Fee-ohn-a —dijo, en un tono casi educado—. Dhamon me ha hablado tanto de ti. Y tú eres…

—Alguien muy enojado —declaró Rig, y apoyó la punta de su alabarda en la reseca tierra. Sus ojos, como dagas, estaban clavados en Dhamon.

5

Una charla sobre redención

—Dame una buena razón por la que no deba arrastrar tu repugnante pellejo de vuelta a Estaca de Hierro y permitir que te cuelguen. ¡Una razón! Demonios, yo mismo debería facilitar la soga y elegir el árbol. Robar en un hospital… y además a caballeros heridos. ¡Caballeros, Dhamon! Miembros de la Legión de Acero. —Rig se sentó pesadamente en el suelo, y Dhamon echó una ojeada por encima del hombro a la jarra de bebida y meditó la posibilidad de gritar a Trajín que se la alcanzara.

El marinero apoyó la alabarda en las rodillas y contempló enfurecido el anillo de la Legión de Acero que Dhamon llevaba en la mano.

—¡Una maldita razón! Y ni se te ocurra decir en nombre de los viejos tiempos.

Dhamon desvió la mirada hacia la moribunda fogata, donde Maldred, Rikali y Trajín intentaban entretener a una Fiona que no dejaba de pasear enfurecida de un lado a otro.

—Maldred no permitiría que me arrastraras a ninguna parte —dijo por fin el hombre, y sus palabras sonaron un poco confusas; señaló con la cabeza en dirección al hombretón—. Ese es Maldred.

—Muy bien —resopló Rig—. Maldred. Me has dicho su nombre varias veces ya, quienquiera que ese Maldred sea en los profundos niveles del Abismo. Está peor que tú, con todo el brazo vendado de ese modo. Y tú cojeas… y estás como una cuba. Vaya pareja de lisiados que formáis. Y esa elfa…

—Rikali es semielfa.

—También está herida. Y las ropas que lleva, toda esa pintura de la cara, todas esas joyas.

—Déjala fuera de esto.

—Todos vosotros apestáis más que un pescado de tres días.

Dhamon se encogió de hombros con expresión inescrutable.

—¿Dónde está Feril?

No obtuvo respuesta.

—¿Y esa… criatura?

—Trajín —repuso Dhamon, parpadeando al tiempo que intentaba enfocar con claridad a Rig.

—Es un… kobold. —La palabra sonó como si el marinero escupiera un pedazo de carne en mal estado—. Una rata de dos patas. Un condenado monstruo apestoso como aquellos contra los que Shaon y yo luchamos en más de una ocasión en las islas del Mar Sangriento y…

—Sí, lo es. Un fffobold. Pero trabaja para Maldred y es del todo inofensivo.

—Inofensivo. ¡Ja! Sois todos un maldito hatajo de ladrones por lo que respecta a Fiona y a mí. —Rig sacudió la cabeza con repugnancia, y el sudor salió despedido de su rostro—. Robar en el hospital. Quemar un establo y arrasar la mitad del pueblo al hacerlo. ¿Lo sabíais? La mitad de la población quedó reducida a cenizas. ¿Os importa? Y robar los caballos. ¿Dónde están nuestros caballos? Las monturas con las que llegamos a Estaca de Hierro. Tú abandonabas el pueblo montado en la mía la última vez que te vi. Tu elfa… semielfa… llevaba la de Fiona. ¡Nuestros caballos! Todo lo que veo es lo que estáis usando para tirar de ese viejo carromato.

—Vendimos esos caballos hace unos días en un campamento de fffandidos.

—¡Nos dejaste varados en esa ciudad enana! —El marinero agarró con fuerza el puño de la alabarda y entrecerró los ojos—. Ni siquiera habríamos estado allí si Fiona no hubiera oído que estabas en la zona, si no hubiera oído a lo que te estabas dedicando. Probablemente se le metió en esa linda cabecita suya que podía redimirte. ¡Ja! —Las venas de su cuello se hincharon hasta parecer gruesas cuerdas, y lanzó un profundo suspiro por entre los apretados dientes—. Eran unos caballos condenadamente buenos, Dhamon. Caros. Los que montamos ahora son…