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—Si no recuerdo mal, conseguimos unas cuantas monedas de acero por vuestras monturas.

—Vaya, debería…

—¿Matarme? —La expresión de Dhamon se iluminó y se echó a reír, balanceándose hacia atrás sobre las caderas y perdiendo casi el equilibrio.

—Eso sería demasiado bueno para ti —fue la sucinta respuesta del otro, quien tras soltar una nueva bocanada de aire, añadió—: Demasiado fácil. Debería arrastrar tu miserable persona hasta la prisión y dejar que te pudrieras allí el resto de tu miserable vida. No están ni Palin Majere ni Goldmoon por aquí para salvarte. Y ni tú ni ese hombre que llamas Maldred tendríais la menor posibilidad de detenerme.

—¿Yo? ¿Detenerte? No por el momento, de fffodos modos.

Rig lanzó un gruñido desde las profundidades de su garganta y clavó los tacones en el polvo.

—No lo comprendo, Dhamon. ¿Qué te ha sucedido?

Los dedos del otro se pusieron a juguetear inconscientemente con un hilo que colgaba de su camisa. El alcohol había vuelto sus dedos torpes y sin tacto.

—El Dhamon Fierolobo que conocías esta muerto. Soy una persona diferente, Rig. Tienes que aceptar eso.

El marinero permaneció en silencio unos instantes, explorando el rostro del otro y aguardando a que siguiera hablando. Había visto a Dhamon Fierolobo andrajoso antes, cubierto con el polvo recogido durante una difícil travesía. Pero aquello era distinto; era mucho peor, tenía los cabellos enmarañados, el rostro sin afeitar, las uñas agrietadas y sucias. Rig se estremeció.

Cuando quedó claro que Dhamon no iba a ofrecer una explicación, el marinero lo apremió sobre otra cuestión.

—De modo que estás con esa mujer de ahí. Lo sé por el modo en que ella te observa. Una compañía interesante. Pero ¿dónde está Feril? ¿Sabe ella lo que estás haciendo?

Ante esa repetida mención de la kalanesti que en una ocasión Dhamon había afirmado amar, los oscuros ojos del otro centellearon furiosos, aunque luego bajó la mirada para estudiar la punta de su desgastada bota.

El marinero chasqueó la lengua, meneó la cabeza y por fin aflojó la mano que tenía cerrada alrededor del arma.

—Ya sabes que Fiona exigirá que regreses a esa ciudad y seas juzgado por lo que hiciste. Sería lo correcto. Por mi parte, creo que te colgarían. Y me parece que incluso yo los ayudaría.

—No, no lo harías. —Dhamon alzó la cabeza para mirar fijamente a Rig—. Además, no fffienso volver allí.

El otro cerró los ojos e intentó calmar su cólera, contó hasta tres, luego volvió a abrirlos y asintió:

—Sí, tienes razón. Pero sólo porque tengo demasiadas otras cosas de las que preocuparme en estos momentos que carretear a un sucio borracho de vuelta a través de las montañas. Simplemente no merece la pena tomarse tantas molestias por ti. Pero sería lo correcto. Lo más honroso. ¿Recuerdas esa palabra, Dhamon? ¿Honor? Lo decías muy a menudo. según el código de honor. Y conseguiste que creyera en ello.

—El honor es una palabra vacía, Rig.

Las siguientes palabras del marinero surgieron lentas, deliberadas y arrastradas.

—Me debes una explicación.

Dhamon echó la cabeza hacia atrás y clavó los ojos en el cielo nocturno. Un creciente número de nubes ocultaba la mayoría de las estrellas, pero unas pocas centelleaban entre ellas. Le pareció ver la llamarada de un relámpago y el destello, real o imaginado, lo hizo pensar en Ciclón, el Dragón Azul que había montado en el pasado cuando servía con los Caballeros de Takhisis.

—No le debo nada a nadie. Y me has zzzeguido hasta aquí para nada. Tus caballos ya no están. Y no me sacarás nada a cambio de ellos.

Notó que algunos de los efectos del alcohol se desvanecían, sintió unas punzadas en la cabeza y deseó tener la jarra al alcance de la mano para poder volver a embotar su mente. Echó una veloz mirada a Maldred… la jarra se hallaba a sus pies. No excesivamente lejos.

—Ojalá no hubiéramos encontrado este campamento. —Rig se palmeó el muslo, atrayendo de nuevo la atención de su antiguo camarada—. Ojalá Fiona y yo…

—Yo también desearía que no estuvierais aquí.

—Maldito destino.

—¿Qué, Rig? ¿Culpas al destino de que os encontréis en el mismo tramo de montaña? ¿Coincidencia? —Se produjo otro fogonazo en el cielo, éste real, y los ojos de Dhamon centellearon ante la posibilidad de lluvia. Sacudió la cabeza—. No creo en ese cuento de hadas. Creo que nos estabais buscando.

Rig lanzó un bufido, frotándose el puente de la nariz.

—Te crees tan importante —masculló; cerró los ojos y al cabo de un instante los abrió—. Tomamos el primer sendero decente que pudimos encontrar a través de las Khalkist y nos encontramos con unos mercaderes y les ofrecimos protección a cambio de ir con ellos. Aceptaron presurosos nuestra oferta, al parecer las gentes que aún tienen que cruzar estos desfiladeros están asustadas por los recientes atracos y contratan protección. Parece que hay una banda de salteadores que ha estado robando caravanas por toda esta cordillera: un hombre de gigantesca estatura, un rufián de melena negra, una mujer pintarrajeada y una… criatura.

—Culpable —interrumpió Dhamon, irguiendo los hombros como si se sintiera orgulloso.

—Los comerciantes nos llevaron hasta la siguiente ciudad y allí compramos un par de viejos caballos de tiro —dijo, señalando en dirección al sur, hacia donde Dhamon miró de reojo y distinguió dos enormes yeguas que, incluso en la oscuridad, resultaba evidente que no eran de tan buena raza como los animales que Rig y Fiona tenían en Estaca de Hierro—. Y luego seguimos adelante por este camino. Vimos vuestra fogata cuando decidimos parar a pasar la noche y pensamos en echar una mirada. Creímos que podríais ser los comerciantes que habíamos ayudado. Pero fue una pura coincidencia que nuestros caminos se cruzaran.

—Es una lástima que no fuéramos los mercaderes.

Rig lo miró fijamente durante varios minutos, con la frente surcada por una docena de pensamientos. Luego sus ojos se desviaron para observar a Fiona.

La solámnica estaba sentada sobre un tronco cerca de Maldred, lanzando de vez en cuando miradas en dirección a Rig y juntando las yemas de los dedos de ambas manos, un gesto que practicaba cuando se sentía incómoda. La semielfa permanecía detrás de la mujer, alternando entre inspeccionar a la dama y lanzar miradas coquetas a Dhamon, mientras paseaba junto a la carreta, balanceando las caderas y los hombros. El kobold estaba sentado con las piernas cruzadas al lado del hombretón, y sus relucientes ojos rojos estaban fijos únicamente en el marinero.

—Puedes compartir nuestro campamento esta noche, Rig —Dhamon rompió por fin el silencio; tenía la boca seca y lanzó otra veloz mirada a la jarra—. Esto es territorio ogro, y estáis más seguros con nosotros que solos, especialmente a estas horas de la noche. Por la mañana, cada uno seguirá su camino. Deberíais encaminaros de vuelta a Khur… si sois inteligentes.

—Me debes una explicación —repitió Rig con más energía, clavando los ojos en Dhamon—. ¿Por qué actúas de este modo? ¿Qué te sucedió?

—Y entonces, supongo, ¿me dejarás dormir un poco? —suspiró él.

El otro no dijo nada, pero siguió con la mirada fija.

—De acuerdo —cedió Dhamon—, Por los viejos tiempos. —Se instaló en una postura más cómoda, pero hizo una mueca al oír el escarbar de unos pies menudos.

—Dhamon va a contar una historia —anunció Trajín con regocijo, revelando que había estado usando su agudo oído para escuchar furtivamente su conversación.