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El kobold escogió un sitio cerca de Dhamon, justo fuera del alcance de la alabarda de Rig, luego agitó los huesudos dedos para atraer la atención de Rikali. Sacó la pipa del anciano, ya llena de tabaco, tarareó una cancioncilla a su dedo y lo introdujo en la cazoleta, encendiéndola. Acto seguido, empezó a echar bocanadas, lanzando anillos de humo en dirección al marinero.

La semielfa se acercó en silencio, arrodillándose junto a Dhamon, al que rodeó los hombros con brazos lánguidos. Se arrimó a su cuello con expresión voluptuosa y guiñó maliciosamente un ojo a Rig.

El marinero miró al otro extremo del campamento, en dirección a Fiona, quien asintió como diciendo: Yo me quedaré aquí y no perderé de vista a Maldred. La dama volvió su atención de nuevo al hombretón, con la intención de averiguar algunas cosas sobre esa banda de ladrones.

* * *

—Tienes preguntas, dama guerrera —empezó Maldred, con expresión amable y la mano sana relajada sobre la rodilla. Dejó que el silencio se acomodara entre ellos antes de proseguir—. Lo leo en tu rostro. Es un rostro hermoso, uno que resulta fácil de leer a mis ojos cansados. Pero muestras algunas arrugas de preocupación muy poco estéticas. Todas esas preguntas que salen a la superficie. —Extendió la mano y le tocó la frente con ternura, allí donde el entrecejo se había fruncido pensativo—. Tu mente trabaja demasiado duro. Relájate y disfruta de la velada, finalmente empieza a refrescar un poco.

La postura envarada de la mujer demostró que no estaba dispuesta aún a hacer eso. La guerrera juntó las yemas de los dedos y se mordió el labio inferior.

—No te haremos daño.

—No os tengo miedo —respondió ella, casi con enojo; eran las primeras palabras que decía al desconocido.

—Ya lo veo —repuso él, enarcando una ceja, y su profunda voz era sedante y melódica, casi hipnótica, hasta el punto que Fiona descubrió que le gustaba oírla, y eso la alteró bastante—. Aunque, tal vez señora, deberías temernos. Algunos llaman a nuestra pequeña banda asesinos, y muchas gentes decentes de por aquí nos temen. No obstante, no alzaré un arma contra ti, a menos que tu impetuoso amigo de allí…

—Rig —dijo ella.

—Rig. Es cierto. ¿Un ergothiano, correcto? Dhamon ya lo había mencionado varias veces. Está muy lejos de casa. A menos que Rig empiece algo. —Trazó con el dedo el contorno de los dedos apuntalados de ella, capturando con sus ojos los de la mujer.

—Ya habéis hecho daño a gente —repuso la solámnica. Sacudió la cabeza negativamente cuando él le ofreció un trago de la jarra de alcohol, y se apartó con la mano un obstinado y sudoroso rizo del rostro—. En Estaca de Hierro matasteis a varios enanos. Caballeros. Y ardieron muchos edificios. —Cerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro, abriendo y cerrando las manos, como si sus dedos necesitaran hacer algo.

—Dama guerrera —volvió a dejarse oír la sonora voz musical del hombre. Ella se relajó un poco, abrió los ojos y se encontró mirándolo directamente a la cara. Su rostro parecía amable, aunque duro, y su nariz era larga y estrecha como el pico de un halcón—. Señora, jamás he matado a nadie que no lo mereciera o no lo pidiera alzando un arma contra mí o mis amigos. Toda vida es preciosa. Y si bien admito sin ambages que soy un ladrón, la vida es la única cosa que detesto robar. —Se aproximó más y sonrió cuando la expresión de la mujer se calmó; alzó la mano sana y se apartó otro rizo húmedo—. Señora, no te mentiré diciendo que soy un hombre recto. Pero sí soy leal. —Señaló a Dhamon y a Rikali—. Ayudo a mis amigos y me atengo siempre a mis principios. Hasta la muerte, si es necesario.

—Estaca de Hierro. La justicia exigiría…

La solámnica tenía problemas para conseguir articular todas las palabras necesarias y empezaba a perderse en la mirada del hombre. Parpadeó y se concentró por el contrario en su recia barbilla.

—Ah, sí, justicia —asintió Maldred, y rió con suavidad, melódicamente.

Los ojos de la mujer se entrecerraron, y el hombretón frunció el entrecejo y meneó la cabeza.

—Posees carácter. Tus cabellos son como llamas, tus ojos están llenos de fuego. Carácter y belleza, y apostaría a que habilidad con la espada, de lo contrario no tendrías esa armadura. Pero no desfigures tu rostro con pensamientos tan turbulentos. —Entonces sus ojos capturaron de nuevo los de ella y los retuvieron con una mirada fija—. La vida es excesivamente corta, dama guerrera. Es mejor que llenes tu mente con ideas agradables.

Ella sintió cómo sus mejillas enrojecían y se castigó mentalmente por mostrarse tan cortés con aquel apuesto bribón.

—Dhamon robó a caballeros heridos —dijo y su tono se tornó duro al instante.

—¿Y crees que habría que juzgarlo por eso? Yo no podría dejar que eso sucediera —interpuso Maldred—. Lo declararían culpable. Y entonces perdería a mi amigo.

—No lo entiendes. —La guerrera sacudió la cabeza, con los ojos fijos todavía en los de él—. No es por eso por lo que estoy aquí.

—¡Ah, ya veo! Estás aquí para redimir a tu viejo camarada. No es el mismo hombre que conociste. Pero es el Dhamon con el que he trabado una buena amistad.

Maldred volvió a ofrecerle la jarra, y en esta ocasión ella la aceptó, sorprendiéndose a sí misma y tomando un buen trago, para luego devolvérsela y echar una veloz ojeada al otro extremo del campamento en dirección a Rig, que parecía absorto en lo que fuera que Dhamon le contaba. Parpadeó, pues no estaba acostumbrada a bebidas alcohólicas, y ésta se le subió a la cabeza y le hizo sentir más calor que el mismo verano.

Hizo intención de reunirse con los otros, pues se sentía curiosamente vulnerable en compañía del hombretón, pero éste posó una mano sobre su rodilla, y el cálido y suave contacto fue más que suficiente para mantenerla en su lugar.

—No puedes redimir a Dhamon —dijo él.

—No estoy aquí para redimirlo —respondió ella, apretando los labios hasta formar con ellos una fina línea, mientras bajaba su mano hasta la empuñadura de su espada.

* * *

Rikali se acurrucó tan cerca de Dhamon como le fue posible, exhibiendo su afecto ante Rig. Acarició el contorno de la mandíbula de su compañero con las puntas de los dedos, luego su pulgar se alargó para frotar la cinta que rodeaba su cuello, cinta que sujetaba el diamante del enano que ella anhelaba poseer. La joya estaba oculta bajo la desgarrada camisa del hombre, y sus caricias amenazaban con dejarla al descubierto. Dhamon apartó de un manotazo las manos, y ella le dirigió una mirada hosca, aunque luego le guiñó un ojo y se entretuvo jugueteando con los cordones de las botas de su compañero.

—¿Es éste un relato que he oído ya, amor? No es que me importe escuchar siempre los mismos. Pero si se trata de uno nuevo, prestaré más atención.

—No existe una única cosa que cambie a un hombre —empezó Dhamon, negando con la cabeza al tiempo que miraba a Rig—. No hubo una única cosa que te convirtiera a ti en honrado y te hiciera dejar de ser un pirata.

—¿Y en tu caso? —inquirió él, devolviéndole la mirada.

—En mi caso fueron muchas cosas. Más de las que me gusta recordar o, tal vez, más de las que quisiera contar. Combatimos a los dragones en la Ventana a las Estrellas. Sobrevivimos, pero no vencimos. Nada puede derrotar a los dragones. Imagino que eso fue el principio de todo… comprender que jamás podremos ganar.

—¿El principio?

—Algo más sucedió muy lejos de aquí. No mucho después de que todos nosotros nos separásemos.

El marinero enarcó una ceja.

—Parece como si hubiera sido en el otro lado del mundo —dijo Dhamon pensativo—. En territorios de dragones. En un bosque gobernado por Beryl, la enorme señora suprema verde que algunos llaman El Terror. Desde luego que hubo terror —siguió él—. Y muerte. Y el relato es bastante largo.