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—¡Luchad contra ella!

A continuación, Dhamon se lanzó al ataque, con los pies aporreando el suelo, para luego perder el equilibrio y desplomarse al resbalar sobre un charco fangoso.

En ese mismo instante, la hembra de dragón se precipitó hacia adelante, abriéndose paso por entre los gigantescos árboles y sin hacer daño a ninguno de ellos. Su cola chasqueó como un látigo, golpeando al trío de elfas que avanzaba hacia ella, con las espadas brillantes y húmedas por el cloro que todavía flotaba en el aire.

A Dhamon le ardían los pulmones, y el cloro amenazaba con asfixiarlo. Hizo un movimiento para erguirse, pero se detuvo, observando desde su posición tumbada el aterrador cuadro que se desarrollaba ante sus ojos. Los sonidos eran abrumadores: los gemidos de los hombres, los chillidos de las aves, el martilleo de su corazón; pero más fuerte aún fue la profunda inspiración del dragón. El hormigueante calorcillo de la escama de su pierna resultaba cada vez más molesto, y comprendió que no se trataba de nervios, que era algo más.

Vio que una de las elfas se abalanzaba contra el animal, blandiendo con furia su arma y que el dragón soltaba una segunda ráfaga borboteante de gas de cloro. Dhamon consiguió esquivar el impacto directo del ataque, rodando tras un mercenario muerto, y sintió la cáustica neblina que se instalaba en sus ropas y su cota de malla. La piel empezó a escocerle con violencia.

Pero las elfas no tuvieron tanta suerte. La nauseabunda nube amarillo verdosa se hinchó y las envolvió y, como una sola, las elfas aullaron, en un horroroso coro que casi hizo vomitar a Dhamon. Los golpes de sus cuerpos al chocar contra el suelo sonaron blandos, y la nube siguió extendiéndose más allá.

—¡Condenada bestia! —Dhamon oyó chillar a Gauderic.

Su segundo en el mando se acercó al vientre del animal y lanzó una estocada, pero el arma rebotó en el blindaje y la espada estuvo a punto de saltar de la mano del mercenario. Éste redobló sus esfuerzos y golpeó más fuerte, poniendo todas sus energías en ello y obteniendo más éxito en esta ocasión. La hembra de dragón profirió un tremendo rugido que ensordeció a todos momentáneamente.

Sólo una docena de hombres había sobrevivido al último ataque de la criatura y se había colocado lo bastante cerca para atacar. Por lo que podía apreciar Dhamon, aquellos valientes intentaban seguir sus órdenes.

—¡Manteneos lejos de sus fauces! —gritaba Gauderic—. Pegaos a su cuerpo. ¡Golpead en las zonas bajas y no dejéis de moveros! ¡Dad vueltas y atacad!

El animal barría con su cola por entre el follaje, lanzando los cadáveres al río, y con el rabillo del ojo, Dhamon vio que manaba un hilillo de sangre por las verdes escamas de la criatura. Gauderic había abierto una herida en la zona interna de la pata trasera de la bestia, y la sangre manaba abundantemente, formando un charco en el suelo. Uno de los mercenarios elfos había logrado hundir su espada entre las grandes escamas de la pata delantera, pero como no consiguió liberar la hoja, cogió las dos dagas que llevaba al costado y prosiguió su ataque.

De improviso la hembra de dragón se alzó sobre los cuartos traseros y rugió. La esperanza floreció en el pecho de Dhamon. ¡Existía una posibilidad! Sin embargo, la escama de su pierna le dolía cada vez más. Respiró el cáustico aire e intentó avanzar, pero un dolor agudo le recorrió la pierna y lo mantuvo inmovilizado donde estaba.

El rugido de la criatura cambió de tono y titubeó, y Gauderic profirió un grito de júbilo. A través de una neblina de dolor, Dhamon se dio cuenta de que su segundo en el mando estaba prácticamente cubierto con la sangre de su adversario, y que el valiente mercenario seguía atacando la herida del animal.

La hembra se revolvió con violencia, torciendo la cabeza a un lado y a otro. Entonces sus ojos se clavaron en Dhamon, y los enormes labios moteados se tensaron en una mueca burlona. El corazón del guerrero se heló durante un segundo, y consiguió escabullirse a un lado, recostándose tras un árbol mientras intentaba suprimir la ardiente sensación de su pierna.

—No se puede luchar así —escupió Dhamon—. Es inútil. Estaría malgastando mi vida. No sería de ninguna ayuda para ellos. —Luego, aunque una parte de sí mismo estaba en contra, dio la espalda a la batalla y a Gauderic y marchó cojeando entre los árboles—. No hay esperanza paradlos.

Los ruidos del combate se fueron apagando. No sólo porque Dhamon ponía distancia entre él y la hembra de dragón, sino porque sus últimos hombres estaban muriendo. Oyó un sonoro chisporroteo y, a continuación, la voz de Gauderic que, apenas un murmullo ahora, gritaba:

—¡Posee magia! ¡La criatura tiene magia!

Luego ya no oyó nada más aparte del crujir de ramas bajo sus pies y el martilleo de su corazón. El dolor de la pierna parecía disminuir con cada metro de terreno que ponía entre él y el reptil. Vagabundeó por los bosques varios días, esperando que la hembra de dragón lo persiguiera y lo matara también a él. Pero cuando esto no sucedió, regresó a Trueque.

Eran altas horas de la noche y sólo había una taberna abierta.

Nadie pareció reconocerlo o advertir sus andrajosas ropas y cabellos enmarañados. Había abandonado la cota de malla en el linde de la población. Tras instalarse en una mesa vacía, Dhamon Fierolobo empezó a beber, a beber en grandes cantidades mientras meditaba lo que contaría a Palin Majere.

—¡Cerveza! —Dhamon estrelló la jarra vacía contra la mesa, haciéndola añicos.

Su arrebato acalló el atestado local durante un instante, pero las partidas de dados y las apagadas conversaciones se reanudaron enseguida. Una moza elfa, tan delgada que parecía frágil, corrió hacia él con una nueva jarra en la mano y un pichel en la otra. Abriéndose paso con movimientos expertos por entre el laberinto de concurridas mesas, la joven colocó la jarra frente a Dhamon y la llenó a toda prisa.

—Mejor —manifestó él, la voz espesa por el alcohol—. Estoy sediento hoy. No vuelvas a dejar que me quede seco.

Tomó un buen trago del recipiente, vaciándolo mientras ella observaba, luego lo dejó caer con fuerza sobre la mesa, aunque no tanto esta vez. La muchacha le sirvió otro trago y arrugó la nariz cuando él lanzó un sonoro eructo, su aliento compitiendo con las prendas empapadas de sudor en el asalto a sus finos sentidos.

—Essso es una buena chica —dijo él, introduciendo la mano en su bolsa para sacar varias monedas de acero. Las dejó caer en el bolsillo del delantal de la elfa y observó satisfecho que sus ojos se abrían de par en par ante su considerable generosidad—. Y deja el pichel.

La joven lo dejó al alcance de su mano y se dedicó a limpiar los fragmentos de cerámica de su primera jarra, barriéndolos al interior de los pliegues de su falda.

—Eres callada —continuó Dhamon, y sus oscuros ojos centellearon bajo el resplandor de los faroles que colgaban de las alfardas e iluminaban con suavidad todo el lugar con excepción de los rincones más alejados del sórdido establecimiento de techo bajo—. Me gustan las mujeres calladas. —Extendió una mano, la axila oscurecida por el sudor, y cerró los dedos alrededor de la muñeca de ella, obligándola a sentarse en su regazo y enviando al suelo todos los fragmentos que había recogido—. Y me gustan las elfas. Me recuerdas un poco a Feril, una elfa de la que efftaba enamorado.

Agitó el brazo libre en un gesto grandilocuente, derribando el pichel y provocando un juramento en un anciano semielfo de una mesa vecina que había resultado salpicado. Con excepción de él, del enfurecido anciano semielfo y de dos hombres que conversaban frente a un fuego que ardía alegremente, la taberna estaba llena de qualinesti de pura raza.

—Trueque es ante todo un poblado elfo, señor. Casi todos los que viven aquí son qualinestis.

Sonrió débilmente al irritado semielfo, que se estaba escurriendo la cerveza de la larga túnica. Este maldijo en voz baja en el dialecto qualinesti y lanzó una mirada despectiva a Dhamon con sus acuosos ojos azules.