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—¡No lo matéis! —un grito se elevó por encima del estrépito; era Gauderic, que se abría paso hasta allí—. ¡Quiero que sea juzgado por sus atrocidades!

Dhamon percibió vagamente un agudo silbido, y luego otro; oyó cómo la muchacha suplicaba desesperadamente, oyó gemir a un elfo y sintió cómo un puño tras otro se estrellaba contra su rostro, contra su pecho, cómo pies enfundados en botas lo pateaban. Lanzó una estocada al frente con su arma justo en el instante en que Gauderic llegaba junto a él, y la hoja —que le había sido entregada por los qualinestis de Trueque— se hundió profundamente, haciendo brotar una roja flor en su túnica mientras el asombrado elfo caía de rodillas y a continuación se desplomaba hacia adelante con los ojos desorbitados por la incredulidad y la espada de Dhamon clavada en su cuerpo.

Los elfos volvieron su atención hacia el caído Gauderic, y Dhamon aprovechó la oportunidad para abrirse paso a empujones por entre los últimos y escasos parroquianos que impedían el acceso a la puerta. Instantes después se perdía en la helada noche.

—Palin… —el marinero tragó saliva—, ¿qué tuvo que decir con respecto a la hembra de Dragón Verde y a los hombres que murieron?

—No fui en su busca —respondió Dhamon, encogiéndose de hombros.

—Pero…

—He acabado con Palin. Se acabó lo de enfrentarse a dragones e intentar arreglar las cosas en este mundo. Nada volverá a estar bien jamás. Te lo dije: no podemos vencer a los dragones.

—No puedes decirlo en serio, Dhamon —Rig meneó la cabeza—. ¡Después de todo por lo que hemos pasado y todo lo que hemos visto! ¡Después de todo aquello por lo que hemos luchado!

—Ya he visto suficiente. No hay esperanza, Rig. Me sorprende que no te hayas dado cuenta de ello ya. No hay dioses. Han abandonado a las criaturas de Krynn. Sólo hay dragones. A Jaspe lo mató un dragón. A Shaon la mató un dragón que yo acostumbraba montar. Todos esos hombres… y todos los hombres y mujeres que jamás conocí. No tenemos ninguna posibilidad contra los dragones. ¿Estás tan ciego que no te das cuenta? Todos acabarán siendo víctimas de ellos. ¡Todo el mundo! De modo que me dedico a disfrutar de la vida que me quede. Yo soy lo más importante ahora. Hago lo que yo quiero. Tomo lo que yo quiero. Trabajo para quien me parece.

—Eso está mal —empezó a decir el marinero.

—¿Mal? —rió Dhamon.

—¿No te avergüenzas de lo que has hecho? Los robos y…

—No.

—¿Ordenar a tus hombres que se enfrentaran al dragón?

—Tanto si luchaban como si huían el resultado habría sido el mismo. La criatura los habría perseguido y acabado con ellos igualmente.

—Sin duda lamentarás haber matado a Gauderic…

—No me arrepiento de nada —resopló él; sus ojos estaban tan oscuros que no se distinguían las pupilas—. El arrepentimiento es para los estúpidos y los héroes. Y yo no soy ninguna de esas cosas.

—Feril estaría escandalizada —masculló Rig, intentando encontrar un modo de llegar hasta él.

—Feril ya no está a mi lado. —El rostro de Dhamon aparecía indiferente y sin emoción.

—No. —El marinero negó con la cabeza, descartando la idea—. No lo creo. Vi el modo en que siempre te miraba. Pero, si tú y ella erais…

—Lo último que oí fue que salía con otro kalanesti en la isla Crystine. Probablemente estarán casados ya.

* * *

—Y así fue como conocí a Dhamon —contaba Maldred a Fiona—. En una taberna destartalada en Sanction. Estaba borracho y jugando, discutía con un semiogro sobre unas cuantas monedas de acero. A pesar de la mala forma en que estaba Dhamon, pudo con el semiogro. Ni siquiera tuvo que sacar un arma.

—¿Y eso te impresionó?

Maldred sacudió la cabeza y soltó una corta carcajada.

—No especialmente.

—Entonces ¿qué? —Fiona parecía genuinamente curiosa.

—Fueron sus ojos. Como los tuyos, estaban llenos de fuego, y había un misterio ardiendo tras ellos, que aguardaba a ser desentrañado. Decidí que quería llegar a conocerlo, de modo que me quedé por allí hasta que se le pasó la borrachera. Él y yo nos hemos ido encontrando desde entonces. Dhamon me ha salvado la vida en dos ocasiones; una hará un mes cuando estábamos más al sur en estas montañas y accidentalmente nos tropezamos con un par de dracs rojos.

—Dhamon ha luchado contra ellos antes.

—Eso era evidente. —Maldred giró el brazo para que la mujer pudiera ver el dorso, donde justo por encima del codo una gruesa cicatriz rosada se extendía hacia su hombro—. Mi recuerdo de ese día. Dhamon ni siquiera sufrió un rasguño. Desde luego, si yo no hubiera dejado mi espada antes de que cayeran sobre nosotros, pues estaba recogiendo hierbas para la cena, habría sido otra cosa. Nadie puede vencerme cuando tengo un arma. De cualquier modo, se lo debo. Y no me importa debérselo. Creo que somos almas gemelas.

Fiona oyó un trueno, alzó la cabeza hacia el cielo y sintió las primeras gotas de lluvia cayendo sobre ella.

Trajín empezó a ulular.

—Bendita lluvia —declaró Maldred—. Hacía demasiado tiempo que no llovía en estas montañas. —Miró hacia lo alto, se puso en pie y extendió el brazo sano a un lado para capturar más cantidad de lluvia, luego abrió la boca de par en par para beberla.

Fiona empezó a dirigirse hacia Rig, pero un segundo trueno la detuvo. Le siguió otro, pero éste provenía de debajo de sus pies. Era la montaña que volvía a retumbar, y ella estuvo a punto de perder el equilibrio. Los caballos relincharon nerviosos y el carro crujió al intensificarse el temblor. En lo alto, los relámpagos danzaban entre las nubes y la lluvia cayó con más fuerza.

—Es el relámpago al que hay que temer, no el trueno —indicó Maldred, bajando la cabeza y atrayendo de nuevo la mirada de Fiona; dobló las rodillas para mantener el equilibrio mientras la montaña seguía estremeciéndose—. Los terremotos son diferentes, dama guerrera. Otra cuestión por completo. Siempre ha habido temblores en estas montañas. Hubo uno muy fuerte hace unos días. Pero últimamente ha habido más retumbos de los acostumbrados. Me inquieta incluso a mí.

El suelo se quedó quieto un instante y luego volvió a estremecerse, débilmente al principio, para ir aumentando luego. Fiona perdió pie y cayó contra Maldred, que la sujetó rápidamente rodeándola con su brazo. La sacudida duró unos cuantos minutos más, luego se desvaneció. La mujer continuó mirando fijamente los enigmáticos ojos de su acompañante, luego se reprendió a sí misma por ser tan lenta para conseguir salir de entre sus brazos.

Desde el otro extremo del campamento, Rig la contempló boquiabierto, y Dhamon pasó veloz junto al marinero, con Rikali y Trajín tras él. El hombre abrió un odre vacío y lo sostuvo en alto para atrapar la lluvia mientras se encaminaba hacia el carromato, con la intención de acampar bajo él.

—Fiona, le dije a Rig que sois bienvenidos a compartir nuestro campamento esta noche.

Ella se colocó frente a él, con los ojos brillantes, impidiéndole el paso.

—No me vas a llevar de vuelta a Estaca de Hierro. —Su cabeza estaba aún un poco turbia por el alcohol, pero sus palabras salían más claras y veloces.

—No entra en mis planes.

—No me vas a llevar a ninguna otra parte para expiar mis crímenes. No pienso dejar que lo hagas.

—Ni se me ocurriría.

—Y no vas a cambiar mi forma de ser, queridísima Fiona —siguió Dhamon, echando la cabeza hacia atrás y lanzando una risita—. Ya lo he hablado con Rig. Nada de redención. Me gusta mi actual forma de ser.

Ella se acercó aún más hasta que el hedor de su sudor y el alcohol de su aliento hizo que le escocieran los ojos.

—No quiero redimirte, Dhamon Fierolobo. Quiero unirme a ti.

7

Sombrío Kedar