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—¡Estás loca! ¿Unirte a él?

Los ojos del marinero estaban abiertos de par en par y su boca se movía silenciosamente mientras intentaba imaginar qué otra cosa decir a Fiona.

—¿Unirte a mí?

También Dhamon se quedó momentáneamente estupefacto, pero luego su rostro se puso rápidamente su máscara estoica y sus ojos se endurecieron. Chasqueó ligeramente los dientes y cerró y abrió los dedos alternativamente mientras aguardaba a que la mujer se explicara.

—¿Unirte a una banda de bandoleros? Yo diría que no es eso algo muy solámnico, precisamente. Podría deslustrar tu brillante armadura. —Rikali se acercó furtivamente a la dama—. Además, Fee-ohn-a, no queremos que te unas a nosotros. Los cuatro solos nos las arreglamos divinamente. Vosotros dos no encajaríais. Y no seríais bienvenidos.

Fiona apartó a la semielfa con un codazo bastante brusco, provocando que ésta hinchara el pecho, alzara la barbilla y levantara un puño en actitud desafiante. Maldred posó una mano sobre el hombro de Rikali, impidiendo así que golpeara a la solámnica.

—Necesito monedas, Dhamon. Gemas, joyas, en grandes cantidades. Las necesito con rapidez. Inmediatamente. Y tú pareces saber cómo conseguirlas.

Rig se dio una palmada en la frente, y dijo en voz baja:

—No funcionará, Fiona. No puedes hacer tratos con el diablo. No puedo creer que lo consideres. Por todos los dioses desaparecidos, no tenía ni idea de lo que pasaba por tu cabeza. —El marinero contempló a su compañera, y una avalancha de emociones se reflejaron en su rostro… por encima de todo, enojo.

—Mi hermano es uno de los Caballeros de Solamnia que están cautivos en Shrentak —empezó Fiona, que ahora tenía puesta en ella la atención de todos—. Lleva allí casi dos meses. Y yo pienso liberarlo.

—Shrentak, el corazón de la ciénaga —susurró Rikali—. Ése sí que es un lugar asqueroso al que no me gustaría ir a parar. —La semielfa arrugó la nariz y se apoyó en Dhamon, quien por su parte se recostó con más fuerza en su bastón.

—Sable, la señora suprema Negra, los retiene a ellos, y a otros, en su guarida. Y yo pienso liberar a mi hermano y a tantos otros caballeros como pueda. Tendré que usar muchas monedas para pagar su rescate.

Dhamon permaneció en silencio un buen rato; la lluvia y las palabras de la mujer disipaban su embriaguez. Tenía los negros cabellos llegados a los costados de la cabeza, mientras la suciedad del rostro y las manos desaparecía despacio bajo el constante torrente de agua. La hoguera situada tras él se había apagado, sumiendo el campamento en tinieblas. No obstante, los relámpagos que bailoteaban en las alturas proporcionaban luz suficiente para iluminar su torva expresión. Un atisbo de cólera ardía en sus ojos, y la piel de su rostro estaba tensa como la de un tambor.

—Deberías escuchar a Rig —dijo a la mujer—. Pagar un rescate, hacer un trato con un dragón, eso es una auténtica locura. Ya deberías saberlo.

—No tengo elección.

—Ponte en contacto con tu poderoso consejo solámnico. Sin duda fueron ellos quienes ordenaron a los caballeros que penetraran en la ciénaga. Pueden enviar a más caballeros a rescatarlos.

—Sí —repuso ella, sacudiendo la cabeza—, el consejo envió a mi hermano y a los otros hombres. Con qué propósito es un misterio. Y sí, el consejo ha intentado rescatarlos. Dos veces han enviado allí a una guarnición, y en ambas ocasiones, nadie ha regresado.

—Enviad otra. —Sus palabras sonaron duras e irritadas—. Será una causa honorable.

Rikali se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza.

—El consejo se niega —siseó, prácticamente, la dama—. En toda su infinita sabiduría ha decretado que no se… desperdiciarán, fue la palabra, más vidas.

—Entonces contrata mercenarios —intervino Maldred.

—Lo hemos intentado —repuso Rig—. Pero no hay monedas suficientes, al parecer, para atraer a nadie a la ciénaga de Sable.

—Gente inteligente —intervino la semielfa.

—Pero las monedas sacarán de allí a mi hermano —continuó Fiona—. Uno de los servidores del dragón se puso en contacto recientemente con el consejo y dijo que Sable liberaría a los hombres a cambio de suficientes monedas y piedras preciosas. La clase de tesoro que gusta a los dragones.

—Pero no puedes confiar en un dragón. —Las palabras de Dhamon sonaron gélidas.

Eso le he dicho, articuló Rig en silencio.

—No tengo ninguna elección —repitió ella con firmeza—. Es mi hermano.

—Y probablemente esté muerto. —Dhamon sacudió la cabeza—. O por su propio bien deberías esperar que así fuera.

—No lo creo. Lo sabría si estuviera muerto. De algún modo lo sabría.

Dhamon dejó escapar un resoplido por entre los apretados dientes y ladeó la cabeza para vislumbrar el largo zigzag de un relámpago. Bizqueó a través de la lluvia.

—Y el consejo, Fiona, ¿con qué ha contribuido al rescate?

El trueno estremeció el campamento y los relámpagos de las alturas se intensificaron, como dedos afilados saltando de nube en nube. La lluvia tamborileaba más veloz aún ahora.

—Con nada —respondió la mujer por fin—. Ni una sola pieza de acero. Dijeron que no querían saber nada de esto, que no creían en la oferta del esbirro de pagar un rescate por los hombres. Han borrado a los caballeros de sus listas, el consejo lo ha hecho, pues los da por perdidos a todos. Muertos.

—Entonces por qué… —empezó Dhamon.

—Esto lo hago por mi cuenta. Estoy arriesgando mi posición como Dama de Solamnia. —Cruzó los brazos; Dhamon no recordaba haberle visto jamás una expresión tan desafiante en el rostro—. No me importa cómo consigo esas riquezas, Dhamon Fierolobo. Robaré hospitales contigo. Carros de mercaderes. Haré lo que sea necesario excepto matar. Me…

—Te unirás a nuestra admirable, pero humilde compañía de ladrones, por lo que parece, dama guerrera —finalizó por ella Maldred.

Rikali escupió al suelo, y los ojos de Trajín refulgieron rojos. La expresión de Dhamon era inescrutable, aunque sus inmutables ojos estaban puestos en Maldred ahora, no en Fiona.

—Es una lástima, sin embargo, que no tengamos riquezas en estos momentos para contribuir a tu digno empeño, dama guerrera —continuó el hombretón—. Nada. Despilfarramos casi todo lo que Dhamon sacó del hospital. Pero nos dirigimos a Bloten, para dejar algunas provisiones. Y allí, estoy seguro de que podremos organizar algún modo de obtener considerables riquezas. Suficiente para tu rescate.

—Tengo que encontrarme con el sirviente de Sable en Takar —explicó Fiona, cuya envarada postura se relajó un poco—. Vive allí, en alguna parte. No debería resultar difícil localizarlo y…

—Y este hombre es… —instó Dhamon.

—No es un hombre, Dhamon. Es un draconiano. La hembra de dragón lo ha destinado allí.

—Encantador —interpuso Rikali—. Y lo reconocerás, supongo.

—Lleva un collarín de oro soldado alrededor del cuello —dijo la solámnica, asintiendo—. Y tiene una profunda cicatriz en el pecho. Lo reconoceré.

—Una persona deliciosa, estoy segura —observó la semielfa.

Fiona hizo caso omiso de la mujer, que refunfuñaba con respecto a la ciénaga y la dama, y sobre que cuatro ladrones eran más que suficiente para su pequeño grupo. La solámnica siguió observando a Dhamon y a Maldred.

—Bloten no está muy lejos de la ruta —dijo por fin—. Iré con vosotros.

Detrás de ella, Rig hundió el rostro entre las manos.

* * *

La lluvia se tornó más suave, pero mantuvo un aguacero constante hasta el amanecer, una torrencial cortina gris que los empapó hasta los huesos, y convirtió en barro el sendero que discurría entre los escarpados riscos.

—Deberíais regresar a Khur —dijo Dhamon a Rig mientras el marinero ensillaba su enorme yegua. El animal no era tan bueno como el que Dhamon le había robado; su lomo se balanceaba y había un gran bulto en una de las patas traseras—. La región es más hospitalaria, más segura para ti y para Fiona. Quítale esa estupidez de la cabeza. Dragones… y draconianos… son seres en los que no se puede confiar. Está malgastando su tiempo.