—¿No lo sabes? —Era Trajín quien preguntaba.
La semielfa negó con la cabeza.
—Un dios —respondió Dhamon en voz baja—. Un enano que conocí, Jaspe, me habló mucho de él. Jaspe se consideraba un sacerdote de Reorx. Incluso después de que los dioses se marcharan.
—Y ese Jaspe, ¿se encontró alguna vez con Re-or-ax?
Dhamon sacudió la cabeza negativamente.
Rikali emitió un chasqueo con la lengua y susurró que era una necedad venerar a alguien que no has conocido jamás. Luego alzó la voz.
—Bueno, ¿consiguió gran cosa ese Re-or-ax cuando andaba por ahí? ¿Aparte de que le construyeran templos en lo alto de alguna montaña estúpida?
—Según los relatos elfos, Riki, el Dios Supremo, se sentía molesto ante el confuso caos que lo rodeaba, de modo que talló veintiún palos, el más grueso de los cuales se convirtió en el dios Reorx. —Dhamon señaló la imagen del suelo—. Reorx dijo que construiría un mundo, redondo y resistente, a su propia imagen. Lo llamaron el Forjador, y al golpear con su martillo la confusión, las chispas se convirtieron en estrellas. El último golpe dio vida a Krynn. Yo diría que eso es conseguir bastante.
—Eso dicen los relatos —rió la semielfa—. ¿No te creerás todas esas tonterías, verdad? Aunque ninguna de ellas importa, al menos no ahora que los dioses se han ido.
—Cuando los dioses estaban aquí —repuso Dhamon, encogiéndose de hombros—, los enanos consideraban a Reorx el más importante de todos los poderes. Los humanos lo veían sólo como el ayudante de Kiri-Jolith, pero los enanos… —Su voz se apagó y de nuevo se encontró mirando los fosos que constituían los ojos de la imagen—. Se dice que la siguiente gran creación de Reorx fue la Gema Gris de Gargath, que llevó a la creación de enanos, gnomos y kenders.
—Eso dicen los relatos —añadió Trajín.
—Gema Gris. De modo que hizo una piedra. ¿Y veneraste alguna vez a ese Re-or-ax, amor? Pareces saber mucho sobre él.
—El único dios desaparecido que he venerado jamás era Takhisis —respondió él, tajante.
Recordaba haber sido obsequiado con relatos sobre la Reina de los Dragones del Mal en la época en que había pertenecido a los Caballeros de Takhisis. Pero ninguno de los antiguos templos de culto de sus sacerdotes resultaba tan impresionante como ese sitio. Definitivamente, el lugar le intrigaba, en parte, tal vez, porque seguía sintiendo aquella especie de hormigueo. Decidió que echaría un vistazo durante unos instantes, luego volvería a descender la montaña y exigiría a Donnag que le entregara la espada.
—¿Y por qué estás tan condenadamente seguro de que este lugar era un templo dedicado a Re-or-ax y no simplemente un palacio que pertenecía a un viejo enano rico?
Dhamon apartó a un lado a la semielfa y miró en dirección al fondo de la sala, donde había un altar tallado para parecer una fragua con un yunque encima de ella. Dos nichos en sombras se abrían detrás de él.
—Desde luego, esto era un templo dedicado a Reorx el Forjador. Me sorprende que la gente de Talud del Cerro no lo mencionara, en especial los Enanos de las Montañas.
—Probablemente no sabían que estaba aquí. —Maldred estaba en la entrada, examinando la roca—. Las rocas son afiladas, Dhamon, no están erosionadas como lo están en todas partes por esta montaña y alrededor de otras entradas de cuevas. Yo diría que uno de los temblores abrió el lugar, y no hace mucho tiempo. —Sus dedos revolotearon sobre los bordes, retirándose cuando se cortó; se lamió la sangre y fue a reunirse con su amigo—. Yo diría que esto se ha abierto hace menos de un mes. ¿Notas lo seco que está todo aquí dentro? ¿A pesar de la lluvia?
—Huele a viejo —indicó la semielfa, arrugando la nariz—. Huele como el sótano mohoso de la casa de alguien. —Se detuvo frente a una de las columnas, y sus dedos recorrieron las facciones de un rostro que quedaba a la altura de sus ojos—. Dije que estaba harta de enanos, eso dije —reflexionó en voz alta—. Pero a lo mejor haré una excepción. Podría haber algo valioso aquí en este templo de Re-or-ax. —Señaló la imagen de un sacerdote enano situado a unos tres metros y medio por encima del suelo. La figura lucía pedacitos de ónice incrustados a modo de ojos.
—No deberíamos tocar nada —dijo Fiona, mientras contemplaba otra columna, llena de los amplios rostros de mujeres guerreras—. Profanar un templo está mal. Es sacrílego, no importa qué fe se tenga.
La otra profirió una risita entrecortada y adoptó una exagerada expresión dolida.
—Carezco de fe. Los dioses se han ido, dama guerrera. Por lo tanto, esto es un templo en honor a nada. Absolutamente nada. ¡Cerdos! puedo coger lo que desee. No estaré profanando nada ni a nadie. Y no hay ningún dios por ahí que vaya a venir a maldecirme por ello.
Trajín había empezado a trepar por un pilar, usando las orejas de las figuras como asideros y las bocas para introducir los dedos de los pies.
Maldred alzó los ojos en dirección al kobold y sacudió la cabeza.
—Baja, Ilbreth —ordenó con tono severo.
La cabeza de la criatura giró veloz, sorprendida porque Maldred hubiera usado su auténtico nombre —algo que hacía sólo cuando estaba muy furioso o cuando quería muy en serio llamar su atención—, y el kobold estuvo a punto de soltarse de la columna.
—Los dioses enanos no son cosa nuestra. Tenemos que encontrar unos gigantes, amigo mío, y luego…
Trajín se aferraba a una oreja con una mano y gesticulaba violentamente con la otra. Tenía la boca abierta, como para hablar, pero su sorpresa impedía que brotaran las palabras.
Dhamon giró instintivamente, al tiempo que cogía el arco. Sacó una flecha del carcaj, la encajó y apuntó… a ¿qué?
—Me pareció ver que la cueva se movía —consiguió por fin jadear el kobold—. Realmente pensé que… ¡ahí! ¡Un gigante!
—¡Algo sí nos estaba observando! Dhamon disparó la flecha contra una enorme criatura que surgió de improviso de la pared, arrastrando los pies. Pero no se trataba de un auténtico gigante. Era sólo un poco más grande que un ogro, con brazos muy largos y manos en forma de zarpas; parecía hecho de piedra.
La criatura extendió un brazo, desvió con la mano la flecha de Dhamon antes de que alcanzara su objetivo, y rugió con ferocidad. El ser tenía el rostro de un anciano, con las arrugas como grietas sobre piedra, las mejillas exageradamente angulosas, y la nariz larga y curvada hacia abajo como un pico. Los ojos, de color gris oscuro, carecían de pupilas y los dientes eran afilados y veteados de negras líneas, que les daban el aspecto de fragmentos de granito.
Dhamon montó al instante otro proyectil y disparó, en esta ocasión errando a la criatura por varios centímetros. Su mano se movió veloz como el rayo mientras colocaba un tercero y apuntaba con más cuidado esta vez. Los ojos del ser se clavaron en los suyos, justo cuando Dhamon tensó la cuerda y la soltó.
—Maldición —juró, mientras observaba cómo la flecha rebotaba en el hombro de aspecto huesudo de aquella cosa; bajó el arco y se despojó del carcaj—. Malgasté mi dinero en esto en Bloten. Debería mantenerme fiel a lo que conozco. —Desenvainó su espada y avanzó.
Los otros hacían ya lo mismo, sacando sus armas y moviéndose con cautela, mientras estudiaban a la criatura, cuyo aspecto no se parecía a nada que hubieran visto jamás. Formaron un semicírculo alrededor de él, en tanto que su oponente mantenía la espalda contra la pared y los miraba fijamente a todos.
—¿Qu…qu…qué es esto? —chirrió Trajín desde su puesto en la columna.
—¡Cerdos si lo sé! —escupió Rikali—. Es feo, sea lo que fuere. Probablemente el gigante que se ha estado comiendo las cabras.
—Yo no sé lo que es, pero no es un gigante. Los gigantes tienen un aspecto mucho más humano que eso —reflexionó Rig—. ¡Eh! ¡Por aquí!
Su grito atrajo la atención del ser, y éste dio un paso en dirección al marinero y abrió las fauces, rugiendo ahora como una bestia enloquecida.