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—¡Te destriparé como a un…!

—¡Aguarda, Rig! —intervino Fiona—. Somos intrusos aquí. No deberíamos atacar así a la bestia. No sabemos qué es, ni sabemos si realmente quiere hacernos daño.

—Tienes razón —convino Maldred—. Yo venero la vida y…

—Oh, ya lo creo que quiere hacernos daño —replicó veloz Rig—. Mírala.

La criatura permaneció inmóvil unos instantes, moviendo la cabeza espasmódicamente, para abarcar a Rig, Fiona, Maldred, Dhamon y Rikali. Una gruesa lengua negra osciló al exterior para humedecer su labio inferior, luego volvió a gruñir y, con una velocidad que parecía peculiar para su cuerpo deforme, se abalanzó sobre Maldred.

Dhamon también atacó en ese instante. Más veloz que el pétreo atacante, se colocó rápidamente entre él y su compañero.

—Me irá bien el ejercicio. ¡Yo me ocuparé de él! —dijo a voz en cuello, al tiempo que aspiraba con fuerza, echaba el brazo hacia atrás y lanzaba una estocada.

Se afirmó en el suelo, esperando experimentar una sacudida violenta al golpear el pétreo pecho de su adversario, pero la carne de éste era blanda como la de un hombre, y cedió cuando la espada la atravesó, al tiempo que los huesos crujían debido al fuerte impacto.

Tanto el ser como Dhamon se sorprendieron. La criatura echó una mirada a la línea de oscura sangre verde que se formaba en su cintura y frotó una mano sobre la herida, alzando a continuación las zarpas hacia los ojos, como si quisiera estudiar su propia sangre. A continuación profirió un aullido, largo y colérico, y lanzó un zarpazo contra su atacante.

Dhamon apenas tuvo tiempo de agacharse para esquivar el ataque de sus uñas afiladas como agujas. Luego volvió a atacar, y en esta ocasión alcanzó el hinchado abdomen. El otro chilló de dolor, y el sonido resonó espectral en los muros de la cueva y arrancó un agudo grito a Trajín.

Con el rabillo del ojo, Dhamon vio que Rig y Maldred se acercaban.

—¡Dije que era mío! —gritó al marinero; no era que no quisiera ayuda para derrotar a la criatura, sino que no sentía el menor deseo de volver a combatir hombro con hombro con Rig—. ¡Retroceded!

—Es tu cuello —repuso el otro al tiempo que se apartaba.

Dhamon se colocó a un lado para situarse entre el marinero y la criatura. Esta aulló una vez más, clavando la mirada en su oponente, que se dio cuenta de que las heridas del pecho y el vientre habían dejado de sangrar.

—Así que te curas pronto —comentó—. Puedo arreglar eso.

Realizó una finta a su derecha, y la criatura lo siguió con los dos brazos tan extendidos como le era posible. Entonces el guerrero giró a la izquierda, se agachó bajo las zarpas de la bestia y lanzó la espada hacia arriba, atravesando a su adversario. La sangre empezó a manar a borbotones, liberando con ella el abrumador olor de las hojas podridas. Dhamon dio una boqueada y retrocedió, recuperando la espada de un tirón mientras esperaba ver desplomarse al ser.

En lugar de ello, su oponente chilló enloquecido y se sujetó la herida con las garras, mientras sus ojos pasaban veloces de la contemplación de la sangre que manaba por encima de las zarpas a Dhamon.

—¡Cerdos, amor! —gritó Rikaíi—. ¡Mata al animalejo y acaba con esto!

—Es duro de pelar —refunfuñó él mientras daba un paso al frente otra vez.

—¡Mi turno! —intervino Maldred; se puso en movimiento con la enorme espada de dos manos alzada por encima del hombro—. ¡Mantente agachado! —indicó a Dhamon al tiempo que blandía el arma en un alto y amplio arco.

El metal centelleó al entrar en contacto con la carne del ser y luego siguió adelante, atravesando el cuello. La cabeza cayó pesadamente al suelo, y el cuerpo de la criatura la siguió al cabo de un segundo.

—Impresionante —declaró Dhamon.

—Imagino que vosotros dos no necesitasteis ayuda alguna —observó Fiona.

Acercó más la antorcha para ver mejor a la criatura, luego miró a Maldred, y a continuación a Dhamon.

—Pero sigo pensando que os precipitasteis un poco. Es posible que no fuera hostil. Dhamon la atacó primero. La provocó con las flechas. No todo lo que parece distinto de nosotros es un enemigo.

—Ya lo creo que era mala. —La semielfa envainó su cuchillo—. Y fea. ¿Qué ibas a hacer, Fee-oh-na? ¿Matarla con tu cháchara? ¿O tal vez invitarla a unirse a los Caballeros de Solamnia?

El marinero se acercó silencioso hasta Fiona, con la alabarda bien sujeta entre las manos. Miró con atención la espada de Maldred, la sangre verde oscura que la cubría, y observó cómo el hombretón sacaba un trapo del bolsillo y limpiaba la sangre, deteniéndose para olisquear la tela antes de sujetarla en su cinturón.

—Huele mucho a cobre —comentó al marinero.

—La sangre es sangre, no importa a qué huela o de qué color sea. Al menos la bestia está muerta. —Tras una corta pausa, Rig señaló con la cabeza la espada de dos manos—. Hermosa arma.

—Fue un regalo de Donnag. Para reemplazar una que perdí hace muchos días.

El marinero valoraba las armas. La alabarda que empuñaba tenía poderes mágicos, pues era capaz de atravesar armaduras como si fueran pergamino, y también sentía propensión a coleccionar tales objetos, codiciando especialmente los que estaba hechizados. Volvió a echar otra ojeada a la espada de Maldred, preguntándose si no habría algo de magia en ella debido a la facilidad con que había atravesado a la criatura. Encogiéndose de hombros, decidió rápidamente que no le importaba; si se trataba de un regalo de lord Donnag, no era nada en lo que él estuviera interesado. A continuación se agachó junto a la criatura muerta y examinó sus pies.

—Tiene que haber sido uno de esos gigantes de los que hablaban. Dejaría huellas lo bastante grandes como para que un hombre corriente pensara que se trataba de un gigante.

—Probablemente —dijo Dhamon, acercándose más—. Pero será mejor que nos aseguremos. Podemos examinar esos huecos, ver si encontramos restos de cabras y… —El hormigueó regresó por un instante. ¿Lo observaba alguna otra cosa? Se volvió y lanzó una mirada a Rikali.

La semielfa estaba pegada a la pared de la cueva, estudiando algunas de las imágenes talladas de niños enanos, trazando algo con los dedos y haciendo muecas. Por un instante pareció como si una de las cabezas talladas le devolviera una mueca. Dhamon parpadeó y miró con más atención.

—¡Riki! —advirtió.

¡Demasiado tarde! Una segunda bestia se apartó de la pared y extendió los brazos hacia la semielfa, rodeando su esbelto talle con una zarpa al tiempo que la alzaba sobre el suelo. Cuando Dhamon se abalanzó hacia la criatura, ésta acercó la otra zarpa al cuello de la mujer y gruñó con fuerza.

Dhamon frenó en seco, y los otros lo imitaron detrás de él. Rikali forcejeaba frenética, pero no conseguía liberarse de la criatura. Era más grande que la primera, aunque no tan alta. Tenía un amplio torso y un vientre enorme; sus piernas era gruesas como troncos de árboles, y los pies largos y terminados en zarpas que se curvaban sobre sí mismas. Los ojos del ser se encontraron con los de Dhamon, y cuando éste se adelantó despacio, estrechó a la mujer con más fuerza. Rikali lanzó un chillido.

—¡Detente! —ordenó Maldred a Dhamon—. Nos está amenazando.

—Sí —repuso él—. Eso está muy claro. Si nos acercamos más la matará, según parece. —Oyó un siseo a su espalda, y comprendió que Rig estaba desenvainando sus dagas.

—Probablemente quiere que nos vayamos —prosiguió Maldred—. No quiere acabar muerto como su amigo. Fiona tiene razón. Somos intrusos. Pero si nos vamos…

—Seguramente matará a Riki de todos modos —finalizó Dhamon por él.

Dicho eso, el guerrero saltó hacia la criatura, echándose la espada sobre el hombro para enseguida asestar un fuerte mandoble que se hundió profundamente en el costado del ser. Acto seguido dio un veloz salto atrás. La bestia aulló sorprendida y arrojó con violencia a la semielfa contra el suelo, pisoteándola al avanzar hacia Dhamon.