Выбрать главу

Fiona bajó la antorcha y se precipitó hacia adelante, lanzada contra una de las columnas por otra criatura. Esta tercera bestia había emergido también de los muros y, tras abandonar su camuflaje, golpeó de nuevo con fuerza a la solámnica, cuya arma y antorcha salieron despedidas por los aires. La antorcha chisporroteó en la entrada, dificultando aún más poder distinguir a las dos criaturas.

Aturdida, la dama guerrera consiguió incorporarse de rodillas y sacudió la cabeza para aclarar su mente.

—Por todos los dioses desaparecidos, ¿qué son estas cosas? —exclamó Rig, incrédulo, mientras atisbaba entre las sombras y giraba en redondo para enfrentarse a la criatura que atacaba a Fiona; el marinero blandió la alabarda, rebanando por completo un brazo y a continuación hundió la hoja en forma de medialuna en la caja torácica del ser—. Desde luego no son auténticos gigantes.

Al contrario que su hermana, esta criatura no gritó de dolor. Se limitó a echar una ojeada al muñón donde había estado el brazo, a la sangre que manaba de él, y al arma alojada profundamente en su carne. Gruñó una vez al marinero y se arrancó la alabarda con la mano que le quedaba, arrojándola al otro extremo de la caverna donde se perdió en la oscuridad. Luego la criatura volvió su atención a Fiona, que empezaba a incorporarse.

—¿Qué son estas cosas? —repitió el marinero mientras desenvainaba una espada larga y una daga y volvía a avanzar.

Fiona retrocedió para dar a su compañero espacio en el que combatir, en tanto que escudriñaba el suelo en busca de su propia espada.

A pesar de las profundas heridas, el ser siguió luchando con ferocidad, intentando atrapar al marinero con el brazo que le quedaba. Rig mantenía la espada por encima de su cabeza, y empezó a bajarla como si fuera el hacha de un verdugo. Impelida por toda la fuerza que el ergothiano pudo reunir, la hoja seccionó el otro brazo del atacante. Sin detenerse, el marinero se acercó más y hundió una y otra vez la daga en el estómago de la bestia, lanzando un gemido al verse salpicado por un chorro de sangre verde. La cosa cayó de rodillas, pero se negó a morir.

Entretanto, Maldred se concentraba en la otra criatura, apartándola de Rikali al tiempo que daba a Dhamon una oportunidad de escabullirse detrás de ella.

Dhamon recogió una de las dagas de Rikali y atacó, con la intención de apuñalar a su adversario por la espalda, pero éste percibió su presencia y lanzó un golpe contra Maldred con una zarpa, para luego girar sobre sí mismo y atacar a su otro adversario.

El guerrero se agachó bajo los brazos de la bestia y hundió la daga hacia arriba en la caja torácica de su adversario, al tiempo que en el mismo movimiento asestaba un golpe con la espada en el muslo del ser. Un chorro de sangre color verde oscuro cayó sobre él y lo cegó. Pero lanzó una estocada y blandió su arma una y otra vez, mientras Maldred atacaba desde el otro lado.

Con el rabillo del ojo, la bestia descubrió a Rikali, que gruñía y se incorporaba perezosamente; haciendo caso omiso de Dhamon y de Maldred, dirigió la lucha hacia la mujer y le asestó una patada y le arañó la pierna con sus curvadas uñas. La semielfa lanzó un grito ahogado y cayó de espaldas.

—¡Cerdos! ¿Es que entre vosotros dos no podéis matar a este bicho?

—Lo intentamos —respondió Dhamon, mientras hundía la daga tan profundamente en el estómago del ser que quedó alojada allí.

Al mismo tiempo, Maldred había dejado caer su arma con fuerza, rebanando la pierna de la criatura y dejándola tullida. Mientras su adversario caía y se retorcía en el suelo, el hombretón continuó asestándole cuchilladas. Dhamon se agachó sobre la bestia y hundió su espada donde imaginó que se hallaba el corazón, cerrando los ojos con fuerza cuando un nuevo chorro de sangre cayó sobre él.

Detrás de ellos, el marinero seguía forcejeando con su oponente.

—¡Son difíciles de matar! —gritó Rig.

Aunque el ser carecía de brazos, seguía lanzándose sobre él, arrastrándose de rodillas y mordiendo. Consiguió ponerse en pie y, cuando Rig retrocedió para asestar otro mandoble, le lanzó una patada con un pie que era una garra.

Fiona recuperó su espada y se unió a él.

—No tenía malas intenciones, ¿verdad? —le dijo él pensativo mientras, agotado, le hundía la larga espada en el estómago.

La criatura se dobló hacia adelante sobre Rig, derribándolo y enterrándolo bajo su pesado cuerpo. Fiona hizo rodar el cuerpo lejos de él, y el marinero se incorporó y le asestó una cuchillada más para asegurarse de que estaba muerto.

—¡Qué porquería! —exclamó el ergothiano, tirando de su camisa empapada de sangre; luego se encaminó al lugar donde la criatura había arrojado su alabarda—. Ah, ahí está.

Entretanto, Rikali se sujetaba la garganta y tosía con fuerza.

—¡Cerdos! —escupió—. ¡Creí que esa horrible bestia iba a matarme! —Sacudió brazos y piernas y avanzó tambaleante hacia Dhamon—. Pero tú me salvaste, amor. —Lo besó sonoramente en la mejilla, luego se inclinó sobre la criatura, arrancando la daga, no sin cierto esfuerzo—. ¡Esto es mío! —afirmó, agitando el arma ante el cadáver.

Dhamon envainó su espada y estudió la pared donde habían estado ocultas las criaturas. No pudo hallar huecos ocultos. Su coloración parecía ser todo el camuflaje que necesitaban.

Rig golpeaba la pared con la punta de la empuñadura de su arma, para asegurarse de que no habría más sorpresas. Fiona había recuperado la antorcha y la sostenía en alto detrás de él.

—Tres de ellos —anunció el marinero, tras haber comprobado todas las paredes—. Igual que el número de huellas que la gente de Kulp dijo que había descubierto. Supongo que eso significa que ya puedes bajar, Trajín. —Alzó los ojos hacia el kobold, que seguía aferrado al pilar, pero éste sacudió la cabeza, gesticulando con energía—. Acabamos con todos. Estás a salvo.

El otro meneó la cabeza de un modo aún más exagerado, casi cómico.

—Tiene razón —indicó Rikali, con el rostro más pálido que de costumbre—. No acabamos con ellos. —La semielfa señaló al primero que habían eliminado, el que estaba decapitado.

De algún modo, la cabeza y el cuerpo, se habían movido la una hacia el otro, y los camaradas observaron boquiabiertos cómo las dos piezas empezaban a ensamblarse otra vez. La carne color piedra fluyó como agua desde el muñón que había sido el cuello y capturó la base de la cabeza, ajustándola hasta que encajó debidamente. Al mismo tiempo, las heridas del resto del cuerpo se fueron cerrando. El pecho empezó a subir y bajar de modo regular, y los párpados se abrieron. Instantes después se incorporaba, gruñendo.

Maldred se lanzó hacia adelante, desenvainando su espada y blandiéndola.

—¡Ése también! —indicó Dhamon, y a continuación se volvió y se unió a Maldred en la lucha contra la criatura que se había alzado de entre los muertos.

El cadáver sin brazos de la criatura que Rig había matado estaba retorciéndose, y las heridas del pecho y el estómago comenzaban a sellarse mientras ellos la observaban. El rostro del ser estaba contraído en una expresión concentrada. Un apenas audible chirrido surgió de algún punto cercano.

—¡Por Vinas Solamnus! —susurró Fiona—. Mirad esto.

El ruido lo producían las zarpas que se movían por el suelo de baldosas. Los brazos que el marinero había cortado a la derribada criatura reptaban en dirección al cuerpo. Se movían decididos, colocándose contra los hombros, mientras la piel fluía para volver a sujetarlos.

—¡Ahh! —refunfuñó Rig—. Desde luego no son gigantes. Son condenados trolls.

Avanzó a grandes zancadas, inmovilizando uno de los serpenteantes brazos bajo su bota, al tiempo que levantaba el otro y lo arrancaba del hombro antes de que pudiera encajarse de nuevo por completo. Luego sacó la espada y golpeó el torso una y otra vez, lanzando una lluvia de sangre por toda la cueva.